Ni siquiera el propio António Costa parecía creerse, pasadas las diez de la noche del domingo, las cifras que anunciaban las encuestas a pie de urna. Que el Partido Socialista (PS) ganase las elecciones era muy factible, pero la mayoría absoluta era “un escenario extremo” que no veía probable, según declaró a la RTP.
Su equipo ya manejaba otros cálculos, que se confirmaron poco después. Fallaron las encuestas y fallaron la práctica totalidad de los analistas políticos que, durante la noche electoral, trataban de esbozar razones, como el histórico miedo del elector portugués a los grandes cambios, el castigo a la izquierda y la prevención del electorado ante la derecha radical. Quizás se deba a lo contrario: el excesivo centrismo del líder de la oposición, Rui Rio, del conservador PSD, dispuesto a pactar con los socialistas las grandes líneas de gobierno.
Ante la falta de razones inmediatas, surgieron las explicaciones psicosociales: “Entre la apuesta por un tiempo nuevo e incierto de la oposición y la preservación de un modo de vida probado y garantizado, los portugueses prefirieron lo segundo”, apuntó el director del diario portugués Público, Manuel Carvalho, en el editorial de la noche. Una renuncia a los cambios bruscos que ya se rumiaban algunos votantes de a pie, como Ruth, de 42 años, que salía a mediodía de depositar la papeleta en un colegio portuario lisboeta sin grandes ilusiones. “Van a ganar los mismos, porque cuando hay miedo, la gente vota a lo mismo”.
El error burdo de los sondeos ya fue importante en las elecciones municipales del año pasado en Lisboa, que contra todo pronóstico ganó el conservador PSD, según recuerda el subdirector del departamento de Economía Política del Instituto Universitario de Lisboa (ISCTE), Ricardo Paes Mamede. El economista coincide parcialmente con el diagnóstico del candidato perdedor, Rui Rio. “El voto útil a la izquierda arrasó completamente”, apuntó el líder conservador, que avanzó que probablemente dimitiría. El PSD logró 100.000 votos más que en 2019, pero el alza del PS fue tan fuerte –ganó en la gran mayoría de las circunscripciones electorales excepto por Madeira– que servirán de poco.
Por la derecha se anuncia una ruptura con el estilo de oposición respetuosa del Parlamento portugués. Con más de un 7% de los votos y 12 diputados, los radicales de Chega se muestran belicosos desde el inicio: “António Costa, voy a por ti”, anunció su líder, André Ventura. La Iniciativa Liberal, también en auge, anunció que “combatiría el socialismo”, en palabras de su portavoz, João Cotrim de Figueiredo.
A la izquierda le queda la calle
La izquierda tendrá que sopesar si su descalabro se debe al voto útil al PS, propiciado por unas encuestas que lo situaban en empate técnico con el PSD, o como castigo a la decisión de no apoyar los presupuestos de 2021, cuyo fracaso en la Asamblea Legislativa llevó al presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, a convocar elecciones. Las diferencias respecto al salario mínimo, las pensiones, la legislación laboral y el refuerzo de la sanidad pública siguen ahí, pero ahora el PS tiene manos libres.
“Puede que cambien las formas más que el contenido”, indica Paes Mamede, que cree que los seis años de relativa paz social que han acompañado al PS gracias al apoyo del Bloco de Esquerda (BE) y, sobre todo, de los comunistas (PCP) tocan a su fin. Eso hará que los socialistas no pierdan de vista la calle y permitirá “mantener cierta continuidad, con señales a la izquierda para no perder la base”, pero no una política nítidamente izquierdista, que el economista considera ya desechada, a grandes rasgos, una vez cumplidos los acuerdos de la primera 'jerigonza' en 2017.
Al profesor le preocupa el “desequilibrio” del sistema político portugués ante el acusado bajón del BE y PCP. Los comunistas quedan por detrás de Chega incluso en sus feudos de la conurbación lisboeta. Los cuadros del Bloco, surgidos hace dos décadas al calor de movimientos sociales por la vivienda o contra la precariedad, son hoy 20 años más viejos, lo que les resta poder de influencia entre los jóvenes, considera.
Aunque la contundente victoria del PS evita “el cambio de modelo de sociedad” que preconizaba la derecha, en el sentido de mayor desregulación laboral y privatizaciones, Paes Mamede opina que la economía lusa seguirá dependiendo más del contexto externo que de los propios instrumentos públicos de gobernación. “Soy un poco cínico respecto al papel que los gobiernos puedan tener en Portugal; son capaces de destruir, pero no de construir mucho”, dice. Los tipos de interés, el precio del petróleo o la evolución de la Unión Europea tendrán más influencia, a su entender.
Participación al alza, pero modesta
Que en unas elecciones vote únicamente el 58% de la población sería considerado un fracaso de participación en España, donde en las convocatorias menos exitosas de la última década apenas ha bajado del 70%. En Portugal, sin embargo, las cifras del domingo suponen revertir una tendencia a la baja ininterrumpida desde 2005. El sociólogo António Costa Pinto, del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa, advierte de que en estos cálculos hay que tener en cuenta un cambio legal de hace tres años que eliminó el voto rogado, con lo cual los residentes en el extranjero ya no necesitan inscribirse para votar.
“Eso aumentó artificialmente el cuerpo electoral”, explica, aunque señala que la creciente desafección es estructural. “Primero se notó en los jóvenes, pero ahora se está haciendo patente en la franja de edad entre 30 y 40 años”. La tendencia se acentúa por la “alienación de la vida política que causan la pobreza y la desigualdad social”, que han aumentado desde la pandemia. Tanto Costa Pinto como Paes Mamede mencionan la movilización de los mayores de 65 años en torno al PS.
Presidente disminuido
El papel del presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, ha sido determinante para que Costa tenga ahora vía libre. El régimen semipresidencialista de Portugal permitía a Rebelo convocar elecciones, pero no le obligaba. Las prórrogas de presupuestos, tan comunes en España en los últimos años, también son legales en el país vecino, como recordaba en noviembre en la televisión pública el catedrático de Derecho de la Universidad de Lisboa Eduardo Paz Ferreira.
Ahora, el papel moderador de Marcelo quedará desdibujado, salvo que decida optar por un perfil más beligerante, como el de su antecesor Aníbal Cavaco Silva. El presidente se reúne el martes con los líderes de los partidos para decidir a quién designa primer ministro, una mera formalidad, vistos los resultados.
Costa nunca falla
Nacido en 1956, abogado de formación, originario de una familia de brahmanes católicos de la colonia india de Goa, según recordaba en un perfil de campaña la revista Visão, Costa encadena victorias desde su época en la alcaldía de Lisboa. “Calculador, pero impulsivo”, lo define la publicación, que da cuenta de ciertos arrebatos de furia. Cuando durante un mitin un vecino le echó en cara “estar de vacaciones” durante los trágicos incendios de Pedrogão Grande en 2017, en los que murieron más de 60 personas, tuvieron que separar a Costa del vecino para que no llegasen a las manos. Al mismo tiempo, se reconoce su capacidad de diálogo, que se expresa, por ejemplo, en su fluida relación con Rebelo de Sousa.
En el PS no le quedan rivales. El hasta ahora único socialista que había gobernado con mayoría absoluta, José Sócrates, de quien fue ministro y que sigue peleando contra acusaciones de corrupción, le afeó durante la campaña haber despreciado aquel éxito, un argumento que queda ahora anulado.
Su posible sucesor, Pedro Nuno Santos, del ala izquierda y favorable a reeditar la ‘jerigonza’, tendrá que esperar. Costa está en posición de igualar a Cavaco Silva como el primer ministro con más tiempo en el cargo. “La mayoría absoluta no implica poder absoluto”, aseguró, anunciando voluntad de seguir dialogando a derecha e izquierda. Los próximos cuatro años mostrarán si se cree sus palabras.