Desde muy temprano, y nada menos que en la víspera de año nuevo, un nuevo cántico sorprendió a los vecinos de Brasilia. Por donde fuera, en esta capital se escuchaban los ecos de los gritos de centenares de ciudadanos: “Lula lá”, que traducido significa “Lula en el Palacio del Planalto”. El clamor de los miles de lulistas, que vinieron a esta capital para ver a su ídolo en vivo y en directo, acalló de una vez las voces de los bolsonaristas. Estos han bramado durante dos meses por la “intervención militar” y un golpe de Estado.
El líder saliente, Jair Bolsonaro, decidió desistir de la batalla que mostraba un destino inexorable: la derrota. Y que además ponía en jaque su situación legal, por lo que decidió hacer caso a sus abogados. Ha cogido un avión oficial, que en apariencia todavía le correspondía, y se ha marchado raudamente hacia Florida, Estados Unidos. Poco después del mediodía llegó al aeropuerto de la ciudad de Orlando, el país de Disneylandia, donde lo recibieron algunos simpatizantes.
Bolsonaro supo que su imagen va a quedar “manchada” con lo que, aceptan todos, fue una huida. Antes de salir corriendo, vía aérea claro, dejó un mensaje atribulado para sus fieles, que lo habían seguido con una lealtad asombrosa. Les dijo: “Es injusto que se enfaden conmigo”. Y agregó: “No imaginan lo difícil que fue quedarme callado durante dos meses, tiempo en el que busqué alternativas”.
Ahora es el turno de Lula, el hombre que estuvo preso entre abril de 2018 y noviembre de 2019, por unas condenas vinculadas al caso Lava Jato que luego se mostrarían “artificiales”. Si al expresidente brasileño que gobernó entre 2003 y 2010 no lo hubieran encarcelado, difícilmente Jair Messias habría conseguido se elegido como el presidente número 38 de su país, hace cuatro años. Hasta entonces, y mientras el nombre de Lula se mantuvo como presidenciable, Bolsonaro no lograba salir del segundo puesto en la guerra electoral. Pero como escribieron los periodistas Aguirre Talento y Bela Magale en el libro “El fin del Lava-Jato”, el caso habría de crear un “escenario de tierra arrasada, de completo descrédito de la política tradicional”. Para los autores, la prisión de Lula trajo entonces las consecuencias conocidas: “Era el ambiente perfecto para el surgimiento de un outsider, una persona que estaba fuera del sistema político tradicional y que se presentaba como la renovación”.
Según advierten Magale y Talento, “el resultado del Lava Jato fue el ascenso de un viejo político, sin ninguna relevancia en la escena nacional, pero que de repente pasó a canalizar toda la insatisfacción popular con el sistema”. No se puede en consecuencia calificar las últimas horas de Bolsonaro en la presidencia como melancólicas. Su fuga es el resultado lógico de un ex diputado, que pretendió asumir los destinos de su país pero sin mostrar ningún afán por comandarlo.
Este domingo decenas de miles de brasileños procedentes de los cuatro puntos cardinales van a saludar a Lula: para ellos termina una pesadilla, sembrada de espantos ya fuera por la acción u omisión del gobierno saliente. La historia de este período revela el grave daño ocasionado a la salud de la población por su Gobierno, como por ejemplo el ex ministro del área, el general Eduardo Pazuello (quien a partir de ahora pasará a ocupar el cargo de diputado federal, por obra y gracia de los votos de un remanente bolsonarista). Ni hablar del papel jugado por el propio jefe de Estado, para quien tomar la vacuna frente al COVID era equivalente a ponerse dentro de la boca de un yacaré. Fue él quien dijo que esa epidemia, causante de 700.000 muertes en el país, era apenas una “gripecita”.
Ante el panorama “desolador” en lo económico y social, al presidente Lula da Silva le esperan urgencias inmediatas e impostergables. Las fundamentales: paliar el hambre de más de 30 millones de brasileños, que no comen y lo hacen salteado; garantizar la recomposición del sistema de salud y volver a invertir en un segmento tan indispensable como la educación. Por la habilidad política de ese hombre que ocupará ahora el sillón presidencial, el nuevo gobierno cuenta ya con una ley del Congreso que decidió aprobar recursos para esa misión por una cifra superior a los 35.000 millones de dólares.
Los desafíos, desde luego, abarcan el universo brasileño. Al punto que se precisará recuperar el país de una debacle, inclusive, de las relaciones con el resto del mundo. La expectativa es gigantesca: 60 delegaciones extranjeras estarán en la ceremonia, y 17 de ellas encabezadas por sus presidentes y jefes de gobierno. Por parte de España acuden a la ceremonia el rey Felipe VI, la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, y el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares. Entre los sudamericanos, estará Alberto Fernández, quien visitó a Lula en la cárcel cuando estaba en campaña por las presidenciales argentinas. De nada sirvió que el político detenido le aconsejara abstenerse de ese viaje: “Yo le respondí que quería hacerle la visita de cualquier manera, sin pensar en eventuales consecuencias” le comentó Fernández a esta periodista, que lo entrevistó justo a la salida de la prisión.
Habrá otros sudamericanos destacados, como el chileno Gabriel Boric y el colombiano Gustavo Petro. El uruguayo Luis Lacalle Pou incluyó, en la delegación, a otros dos ex presidentes de su país, Julio María Sanguinetti y José María Mujica. Hay que decir, también, que estará la mandataria peruana Dina Boluarte, quien acaba de reemplazar al ex mandatario Pedro Castillo, destituido por un golpe. No se sabe, en cambio, si podrá asistir el venezolano Nicolás Maduro. Ocurre que recién este jueves, Bolsonaro decidió anular la medida que le impedía el ingreso a Brasil.