Los brasileños se entregan al capitán que abogaba por cerrar el Congreso y dar un golpe de Estado

El candidato preferido por la mayoría de los electores brasileños en esta primera vuelta de las elecciones presidenciales, declaraba en la época de Fernando Henrique Cardoso –gobernó el país entre 1995 y 2002– que en el caso de ser elegido alguna vez presidente, cerraría el Congreso Nacional. “Sin ninguna duda. Daría un golpe ese mismo día. No funciona y estoy seguro que por lo menos el 90% de la población lo celebraría y aplaudiría”.

En 20 días, podría llegar ese momento, el de la victoria de Jair Bolsonaro, capitán del Ejército en la reserva. Y eso que el capitán del Ejército hace dos décadas era de la opinión de que “a través del voto no va a cambiar nada en este país. Solo va a cambiar, desgraciadamente, con una guerra civil. Y haciendo el trabajo que el régimen militar no hizo: matando a 30.000, comenzando por FHC [Fernando Henrique Cardoso]”.

Un cúmulo de variables han llevado al candidato ultraderechista a dominar la primera vuelta con diecisiete puntos de ventaja sobre Fernando Haddad (Partido de los Trabajadores), reuniendo casi cincuenta millones de votos. Su gurú económico es Paulo Guedes, que optará por las privatizaciones y lanza el gancho de la bajada de impuestos.

Entre las claves del discurso de Bolsonaro, repetidas como mantras, destacan los llamamientos a escapar del destino de Cuba y Venezuela, la honestidad de poder elegir a su equipo de gobierno sin tener que saldar cuentas con nadie, mano dura contra la violencia urbana y aumentar la normativa del porte de armas para la población. Bolsonaro cree que es injusto que solo los criminales vayan armados y no exista la posibilidad de defenderse. Su pareja de baile, como candidato a vicepresidente, es el general Hamilton Mourão. El mismo que no ve claro eso de la paga extra para los trabajadores y el que se atreve a utilizar el término “blanqueamiento de raza” en el último país americano en abolir la esclavitud.

“Punto y final a todos los activismos”

Muchas de las variables que pueden llevar a un brasileño a votar a Bolsonaro son de compleja explicación, teniendo en cuenta que su mentalidad y sus declaraciones públicas –repetidas con convencimiento infinidad de veces– se han convertido en un auténtico museo de los horrores. Ayer mismo, en su discurso tras el éxito arrollador de la primera vuelta, dejaba claro que iba a “poner el punto y final a todos los activismos de Brasil”. Lo dijo en el contexto del agronegocio, probablemente dirigido a uno de sus principales enemigos: el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra, pero es algo que ha repetido en alguna otra ocasión. “Para esa gente de Amnistía Internacional: Si un día tengo el mandato presidencial, no vais a estorbar más nuestra vida interna aquí en este país”, respondió a la prensa en otra ocasión, con tono amenazante.

“Por la memoria del coronel Carlos Alberto”

Otro mensaje recurrente de Bolsonaro es aquel que recuerda a la dictadura argentina y a Videla, cuando esta tergiversaba el concepto de derechos humanos para afirmar que los argentinos eran “derechos y humanos”. La versión brasileña es: “Hay que cambiar la política de derechos humanos, para humanos derechos y no para vagabundos y marginales que viven a costa del Gobierno”. Por eso criticó hasta la saciedad, incluso después de asesinada, el trabajo realizado por la concejal Marielle Franco en las comunidades más necesitadas de Río de Janeiro.

La dictadura militar siempre ha sido algo muy recurrente en su mensaje. Ha llegado no solo a blanquearla o suavizarla, sino a negar su propia existencia por el mero hecho de que durante los 21 años de régimen (1964-1985) se podía “ir y venir”. Uno de los casos más estremecedores de la dictadura fue la detención ilegal, tortura y asesinato del periodista Vladimir Hergoz (director de TV Cultura). Con el agravante de que los torturadores manipularon el cadáver para tomar una fotografía que diera a entender que se había suicidado.

“Muchos dicen que se suicidó, existen los suicidios, la gente se suicida”, dice al respecto Bolsonaro, que sabe perfectamente que no fue así. Ya ha quedado acreditado oficialmente y la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha condenado a Brasil por este caso, instándole a reabrirlo para reiniciar las investigaciones.

A pesar de lo fuerte que pueda resultar esta mentalidad, al candidato ultraderechista le da muy buen resultado. Millones de brasileños añoran aquella época dictatorial, por eso Bolsonaro saca réditos políticos de barbaridades como la dedicatoria con la que inició su voto en la sesión del impeachment de la presidenta Dilma Rousseff en el Parlamento. “Por la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el pavor de Dilma Rousseff”, en referencia al alto cargo que articulaba la maquinaria de torturas durante la dictadura militar y que sufrió la propia Rousseff.

Eso le genera fans. En las redes sociales podían leerse mensajes ayer de seguidores que prometían votarle mientras repetían esa frase en voz alta en la urna. El discurso va calando. Como cala su bendición a esas viejas prácticas de tortura y a cualquier asesinato que pueda cometer la policía militar. “Tendría que matar más”, suele añadir.

Machista: “Jamás te violaría porque no te lo mereces”

Su mentalidad y su ideología sobre mujeres, negros, homosexuales e indios ya se ha explicado, pero no por ello deja de sorprender que algunos de sus seguidores, los que no comparten al 100% su agresividad, pasen por alto todo esto y continúen votándole. “Jamás te violaría porque no te lo mereces”, le dijo a la diputada María do Rosário, del Partido de los Trabajadores, en un caso por el que fue condenado y que ha llegado hasta el Tribunal Supremo.

Según sus explicaciones, fue simplemente una manera de llamarla fea. Sobre la igualdad de salario entre hombres y mujeres en la iniciativa privada, opina que: “Si quisiéramos, vía legislación, imponer un salario igual para determinadas funciones, estás partiendo, a mi entender, hacia el socialismo”.

Contra los negros: “No sirven ni para procrear”

Un mayor porcentaje de población negra en Brasil no impide que niegue que exista una deuda histórica hacia ellos, que obligatoriamente debería ser saldada para lograr la inclusión social. “¿Qué deuda? Yo nunca he esclavizado a nadie. Revisen la historia, los portugueses ni pisaban África, eran los propios negros los que esclavizaban. ¿Qué deuda es esa?”. Y está consiguiendo votos, y muchos, entre la población negra.

El Tribunal Supremo archivó hace unas semanas una denuncia contra él por racismo tras sus palabras contra una comunidad quilombola –terrenos protegidos, herederos de los asentamientos de esclavos que escapaban de las haciendas– que visitó. “El más leve pesaba siete arrobas”, dijo como refiriéndose a ganado en una charla empresarial, ante las risas de los asistentes. “No hacen nada. No sirven ni para procrear”.

La caza y captura del indio es una de las más extendidas tradiciones en el agronegocio brasileño. Las reservas indígenas entorpecen, según los empresarios, el desarrollo rural del país. El indio está en peligro de extinción, perseguido por asesinos a sueldo. La ultraderecha que representa Bolsonaro echa más leña al fuego, ante la pasividad general: “Debajo de cada tierra indígena, hay riqueza. Tenemos que cambiar eso”.

Contra los homosexuales

Para rematar la muestra, en un país en el que el colectivo LGTBI está también amenazado de muerte cada segundo, Bolsonaro ha llegado a los límites de asegurar que prefiere que un hijo suyo muera en un accidente antes que verle por ahí con otro hombre; o a hacer diferencias entre la sangre de una persona heterosexual y otra homosexual a la hora de realizar donaciones y transfusiones.

“No porque un tío haga sexo con su aparato excretor va a ser mejor que los otros”, asegura. Y como el odio genera odio, ya se van propagando canciones intimidadoras en las gradas de los estadios de fútbol y en las calles de Brasil, cuya letra no es nada esperanzadora: “Toma cuidado, Bolsonaro va a matar maricones”.