El maletero como un tetris: monos de protección, guantes, mascarillas, filtros, spray desinfectante, alcohol gel, mochilas de pulverizar y varios litros de amonio cuaternario (un limpiador desinfectante). Nicolás, Giovanni e Ignacio repasan los últimos preparativos antes de subirse al coche.
La mañana se prevé larga. Los tres son jóvenes voluntarios del Comité de Emergencia del barrio La Granja, ubicado en la periferia sur de Santiago de Chile, que desde finales de marzo realiza tareas de prevención sanitaria y desinfección en calles, pasajes y domicilios con personas contagiadas. La planificación de hoy incluye sanitizar dos calles completas, una casa con COVID positivo y cuatro “ollas comunes”, como se conocen en Chile a los comedores sociales autogestionados por el movimiento vecinal para enfrentar la crisis económica agudizada por la pandemia.
La Granja es uno de los barrios más castigados por la pandemia. Su tasa de mortalidad es del 71,8 por cada 100.000 habitantes y registra una tasa de incidencia que llega a 3.238 por cada 100.000 personas, la mayor del área metropolitana. La curva de contagios de Chile se disparó a principios de mayo y justo ahora el país enfrenta la etapa más dura de la epidemia. Este jueves se han registrado más de 225.000 contagios y 3.841 fallecidos. El primer caso se detectó el 3 de marzo en las zonas más acomodadas de la capital y se fue propagando hasta llegar a los barrios más populares. Con los más pobres, se ha cebado.
“En este país hay una situación de mucha inequidad que se ha develado aún más con esta pandemia. Quienes vivimos en barrios periféricos hemos sido abandonados por el Gobierno y las instituciones, y la única manera de no morirnos y tener unas mínimas condiciones es ayudándonos entre nosotros y resolviendo colectivamente los problemas”, explica Ignacio, profesor de historia ahora en paro y entregado por completo al Comité.
Voluntarios del estallido social
Tanto esta iniciativa como otras similares vinculadas a la prevención de salud que han proliferado en el país, tienen como base la participación ciudadana que nació con el estallido social de octubre. Son integradas por miembros de las asambleas (vecinales, deportivas, artísticas, etc.) que se levantaron en los territorios y han recibido capacitación y apoyo de las brigadas de primeros auxilios que pasaron desde octubre hasta el marzo socorriendo a los manifestantes heridos por la policía en la Plaza Italia, o Plaza Dignidad, tal y como fue bautizado el epicentro de las protestas.
Además de la desinfección del espacio público, el Comité de Emergencia, con la ayuda de brigadistas de salud de la Plaza, ha implementado una encuesta al vecindario para identificar y hacer seguimiento de los pacientes crónicos, los más vulnerables ante la pandemia, y ha puesto en marcha un número de atención de emergencia para los habitantes del sector.
Carlos Jara tiene 50 años, es analista químico y se dedica a la docencia en el ámbito de la gestión emergencias. Desde octubre participa en el Movimiento Rescatistas Voluntarios que atendió, en seis meses de movilización, más de 8.000 personas. Ahora sale cada fin de semana a desinfectar distintas zonas de la ciudad. “Teníamos un conocimiento en el área de la descontaminación que implementamos cuando los camiones lanza-aguas de la policía empezaron a lanzar un líquido que producía fuertes irritaciones a la piel de los manifestantes”, cuenta Jara.
Su experiencia, basada en corredores de reducción de contaminación, incluía el uso de trajes químicos y guantes, procedimientos de limpieza según el agente químico, y el uso de piscinas hinchables, abastecimiento de agua y acopio de ropa para cambiarse la persona contaminada. “A partir de ahí, fue muy sencillo hacer una reconversión de los operativos y constituir una unidad de desinfección técnica”, señala el profesor.
“Muchos nos confunden con las instituciones”
Ignacio pulveriza el amonio cuaternario por la fachada de la casa de Marcela Vicencio, una vecina que hoy servirá comida para 130 vecinos que no tienen como proveérsela. “Es muy bueno que vengan a sanitizar antes y después del almuerzo porque así se mantiene todo limpio. Es la forma como tratamos de ayudarnos entre todos”, dice la mujer mientras prepara la “olla común”. El joven pasa por encima de cada rincón y se detiene en puertas y pomos: “Me fijo sobre todo en las superficies más utilizadas, como marcos de entrada, manillas de muebles o el control del televisor, en las zonas de mayor ventilación y donde se retiene mucho el bicho, como cortinas o vértices de los techos”, detalla.
Desde que empezó la emergencia, ha realizado una treintena de operativos, más de 20 en hogares de personas positivas. En una semana ha llegado a entrar en ocho casas infectadas: “Sé que tiene riesgos, pero hemos creado condiciones para minimizar las posibilidades de contagio porque hay que ayudar a la gente”, subraya. Hace unos días se sometió a una PCR y salió negativa.
Con más de 30 años de experiencia en el área de la ingeniería en biotecnología, Cristian Fuenzalida ha ejercido de formador de los voluntarios de La Granja. Hoy, sin trabajo, se ha abocado en cuidar la salud de su barrio: “Hemos estado en operativos para desinfectar casas justo después de haber sacado a una persona fallecida, para que la gente siga haciendo su vida normal entre comillas. Eso es doloroso porque se están muriendo mis vecinos, la generación de mis padres”, lamenta.
La respuesta de las autoridades locales ha sido, según los voluntarios, “muy carente” y “con incapacidad” de dar respuesta desde el punto de vista preventivo. “Muchos nos confunden con las instituciones por el trabajo que hacemos”, dice Cristian. Carlos Jara asegura que los brigadistas son muy bien recibidos por los residentes. Cuando llegan al barrio hacen sonar por un altavoz la canción de 'Los Cazafantasmas', que se ha convertido en una especie de himno para ellos: “La música suena y la gente sabe que llega la sanitización”, exclama el analista químico. “El trabajo no consiste solo en matar el bicho, tiene tintes sociales, morales y de amor”, añade.
“Solo el pueblo ayuda al pueblo”
Sebastián Figueroa escucha atento mientras graba con su móvil la explicación de Cristian sobre la colocación del traje protector para entrar a un domicilio con presencia de COVID-19. Es de Macul, un barrio limítrofe con La Granja, y ha sido invitado para conocer la iniciativa del Comité porque quiere reproducirla en su comuna. “Ellos partieron de la nada y ahora tienen una muy buena organización. Vamos a hacer lo mismo”, dice el joven. Para el Cristian Fuenzalida, la visita es una excelente noticia: “Queremos demostrar que con la autogestión y la organización de la propia gente podemos resolver problemas, sin esperar que venga la institucionalidad a resolverlos”, apunta.
La crisis sanitaria en Chile se sumó a la crisis política, social y económica abierta en el país desde octubre. En ese entonces, mucho asumieron que la única forma de sobrellevar meses de movilizaciones era con la organización desde los territorios. La pandemia ha reforzado ese sentir: “Cuando llegó el primer contagio nos detuvimos a reflexionar y decidimos que la rebelión no había concluido, pero que el escenario había cambiado. No podíamos paralizar el proceso de auto-organización que estábamos desarrollando”, sostiene Nicolás.
La prevención en salud y el cuidado del vecindario ha sido la mejor forma que han encontrado para darle continuidad y poner en práctica el mensaje que han estampado en lienzos, pegatinas y carteles: “Solo el pueblo ayuda al pueblo”.