El largo camino de Jean-Luc Mélenchon: más de una década hasta liderar la izquierda francesa

Amado Herrero

París —
15 de junio de 2022 22:26 h

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Un equipo de televisión que grababa un documental recogió el momento exacto de la ruptura. Era el 6 de noviembre de 2008 y el Partido Socialista francés (PS) elegía en la ciudad de Reims un secretario general y una nueva línea política para los próximos cinco años. Los primeros resultados de la votación dejaron claro que el ala izquierda, representada por Benoît Hamon, se quedó muy por detrás de la corriente socialdemócrata de Ségolène Royal.

A medida que llegaban los números de las delegaciones de todo el país, el enfado de Jean-Luc Mélenchon iba en aumento. Alrededor de las 2:00 horas de la mañana, decidió aprovechar la presencia de las cámaras para anunciar una decisión radical. “Ya basta: no es así como vamos a responder a los votantes de izquierda, a la energía que está disponible en este país. No con esto. Yo paso página”.

De un portazo, Mélenchon abandonó el partido en el que militaba desde 1976, aquel con el que había sido elegido el senador más joven del país diez años después y en cuya dirección había ocupado un puesto en los últimos años de la presidencia de François Mitterrand, al que todavía hoy se refiere cariñosamente como “el viejo”.

“Yo era partidario del programa común de Mitterrand y de la unión de la izquierda, tenía más confianza en el Partido Socialista que en el Comunista”, decía hace unos meses en el Instituto Nacional del Audiovisual francés. “Viniendo del trotskismo, buscaba un punto de equilibrio con mis convicciones revolucionarias, que a día de hoy no han cambiado, porque tengo el mismo poco aprecio a la sociedad capitalista que el que tenía entonces”.

Cerrado el capítulo en el Partido Socialista, fundó el Partido de Izquierda (PG) y una alianza con comunistas y anticapitalistas llamado Frente de Izquierda. Su primer modelo fueron los alemanes de Die Linke, antiguos comunistas y socialistas que habían roto con el Partido Socialdemócrata (SPD) de Gerhard Schröder, que había aplicado desde la cancillería una dura reforma laboral que partió a los socialistas alemanes en dos. Los puentes de Melénchon con su antiguo partido quedaban rotos. “Gente con la que has militado 20 o 30 años... ni uno te llama, nadie te pregunta por qué. Nada”, recordaba Mélenchon años después en una entrevista. “Solo una burocracia fría, un montón de caras talladas en piedra que te miran esperando a que te aplaste la próxima ola”.

Pero en las primeras elecciones presidenciales en las que participó, en 2012, el Partido Socialista seguía siendo la referencia: François Hollande consiguió la victoria, Mélenchon obtuvo un 11% de los votos y los socialistas dominaron las legislativas.

Francia Insumisa

No obstante, su estrategia de alejarse lo máximo posible de la política de Hollande y su negativa a ningún compromiso con el Partido Socialista acabaron siendo un activo cuando el quinquenio tornó al fiasco y los votantes abandonaron en masa a los socialistas. Mélenchon y su grupo, rebautizados como Francia Insumisa, se desmarcaron de la vieja política y buscaron inspiración en Podemos y Syriza. Reforzaron su independencia hasta el punto de ser acusados de “sectarios” por el resto de formaciones de izquierda.

“Yo no quiero debilitar al Partido Socialista, quiero sustituirlo”, dijo en su campaña para ser elegido diputado en Marsella en 2017. “Vamos a dar la espalda a todas esas personas que nos han traicionado durante cinco años”.

La estrategia lo propulsó en las presidenciales de ese año, en las que logró el 19% de los votos, aunque fue eliminado en la primera vuelta. Fue una sensación amarga, de gran oportunidad perdida. En las legislativas que siguieron, Francia Insumisa apenas logró 17 diputados que pesaron poco durante el primer mandato de Emmanuel Macron.

Para finales de 2021, las primeras encuestas de las presidenciales le situaban por debajo de dobles dígitos, con una imagen devaluada por algunas salidas de tono ante periodistas y autoridades públicas. Su carácter vehemente es uno de los grandes argumentos que sus rivales esgrimen contra él desde hace décadas.

“Esa persona que se deja llevar por sus emociones es realmente él, no es una construcción ni una invención”, dice la periodista Marion Lagardère en su libro ¿Cómo es Mélenchon en la vida real?, escrito después de seguir la campaña de 2017. “El melenchonismo es poner el conflicto por todos lados para generar preguntas”. Lagardère describe, además, a un político con dos caras. “Por un lado, el que quiere brillar, un personaje solar que quiere agitar a las multitudes y hacer una revolución. Por otro, uno más discreto que, el resto del tiempo, simplemente quiere que le dejen en paz”.

Mélenchon perseveró con su estrategia de autonomía política, su discurso sobre la planificación ecológica y su llamada a refundar la República con un sistema de democracia más participativa. Cuando se plantearon unas primarias de la izquierda, hizo oídos sordos. También los hizo ante cualquier acuerdo con los candidatos ecologista y socialista, que aprovechaban cualquier ocasión para atacarlo.

Pocos auguraron una mejora de los resultados de 2017, pero, cuando llegó la hora de la verdad, en las elecciones presidenciales del pasado abril, la mayoría de electores progresistas optaron por él como única alternativa viable en la izquierda. Menos de 500.000 votos le separaron de Marine Le Pen y de la segunda vuelta. Nueva oportunidad perdida, pero con un importante giro de guión.

¿Primer ministro?

Su discurso de la noche electoral del pasado 10 de abril sonó a despedida. Pero, una vez más, Mélenchon ha sido capaz de encontrar un nuevo último cartucho. Antes de la segunda vuelta de las presidenciales, reapareció en televisión y propuso a los votantes construir una mayoría de izquierdas en las legislativas. “Pido a los franceses que me elijan primer ministro”.

Consciente de que el contexto ha cambiado, propuso también una unión con el resto de fuerzas progresistas que, contra todo pronóstico, se concretó en un pacto: la Nueva Unión Popular Ecologista y Social (Nupes), que reúne a Francia Insumisa (LFI), el Partido Socialista (PS), el Partido Comunista Francés (PCF) y Europa Ecología-Los Verdes (EELV). En la primera vuelta de las elecciones legislativas del pasado domingo, la nueva alianza de izquierdas se quedó muy cerca en votos de la coalición presidencial y puede poner en jaque la mayoría absoluta de Macron en el Parlamento.

Mélenchon ha logrado forjar la unión en sus propios términos: sus enemigos en las filas de ecologistas y socialistas salieron debilitados de las presidenciales y las direcciones de los partidos han hecho cuentas y saben que unidos sacarán más escaños. Es un nuevo guiño al “viejo” Mitterrand al que Mélenchon vio en el congreso de Metz en 1979 imponerse a las otras corrientes de su partido marcando una línea de consenso. “Esperó tranquilamente 15 días, y luego hizo la síntesis en su despacho, a su ritmo, en paz”, relató Mélenchon en una entrevista en Libération. “Ese día aprendí una cosa: a veces hay que tomarse un tiempo y no ponerse en manos de otros”.

Jean-Luc Mélenchon se tomó su tiempo para imponerse y, tal vez, “sustituir” al Partido Socialista. “El acuerdo de Nupes es en gran medida coyuntural, pero la primera vuelta de estas elecciones ha demostrado que responde a una fuerte expectativa del electorado de izquierdas, que ha votado a favor de esta nueva unión”, dice a elDiario.es el historiador Mathias Bernard, presidente de la Universidad de Clermont-Auvergne y especialista en Historia Política. “Y el Partido Socialista, al igual que los demás partidos de izquierdas, deberá mantener esta lógica de unión en los próximos años. De lo contrario, corre el riesgo de perder a sus votantes”.

No obstante, a su juicio, “está claro” que el programa de la nueva alianza Nupes “tendrá que volver a discutirse porque actualmente contiene demasiados puntos de desacuerdo para constituir la base de una unión duradera”.

Por otro lado, sostiene que la personalización de la campaña alrededor de Mélenchon supone un riesgo: Macron y sus aliados agitan la etiqueta de radical –el “Chávez galo”, le ha llegado a llamar el ministro de Economía, Bruno Lemaire– para intentar alejar a los votantes moderados. “La personalidad de Jean-Luc Mélenchon sigue siendo motivo de división incluso dentro de una parte del electorado de izquierdas”, dice Bernard. “Por eso, la unión de la izquierda no puede traducirse de forma duradera simplemente en una ‘hegemonía de Mélenchon’, sino que tendrá que ser más equilibrada y hacer surgir nuevos líderes. Especialmente si tenemos en cuenta que tendrá 76 años en las próximas presidenciales”.