Chernóbil, 35 años después: “La vida sigue, incluso después de la mayor de las catástrofes”
La tragedia de Chernóbil el 26 de abril de 1986 marcó a toda una generación de ucranianos, que se vieron afectados profundamente por la mayor catástrofe nuclear de la historia, una huella que sienten especialmente aquellos nacidos en el año del desastre.
“Fui evacuada de Chernóbil cuando tenía solo dos semanas, pero el trauma me persiguió años después”, comentó a Efe Olga Zakrevska, que vivía en Prípiat, la localidad más cercana a la planta.
La sola palabra Chernóbil causa escalofríos en toda la región, ya que la vecina Bielorrusia y varias regiones rusas también se vieron muy afectadas por la nube radiactiva, pero nada comparable con lo que vivieron las familias de los que trabajaban en la central.
Secuelas psicológicas
El padre de Olga trabajaba en la planta atómica, así comprendió muy pronto la gravedad de lo ocurrido y sacó a su familia -esposa y dos niños- lo más rápido que pudo de la zona del desastre. Ella apenas recuerda nada, solo lo que le han contado otros, pero el desastre le ha perseguido toda su vida.
“Como cada niño de Chernóbil tuve que someterme todos los años a escrupulosos chequeos médicos. Recuerdo a los médicos diciéndome que desconocían el impacto del desastre y de la radiación en mi salud a largo plazo”, explica.
Ahora es consciente de que “eso no es lo que un niño debe escuchar”, lo que le causó “ansiedad” y, lo que es peor, “una profunda incertidumbre”.
“Tenía pesadillas. No estaba segura de estar bien y si podría tener hijos”, señala.
Tiene suerte de no tener cáncer, como muchos otros “niños”, pero tuvo que recibir ayuda psicológica para superar el trauma ya de adulta. Le ayudó mucho visitar de nuevo Prípiat y el apartamento donde vivió durante dos semanas.
“Cuando llegué, vi que la ciudad, aunque estaba deshabitada desde la explosión, no había muerto. No había seres humanos, pero la naturaleza florecía. Me di cuenta de que la vida sigue, incluso después de la mayor de las catástrofes”, explica.
Esa visita le inspiró a crear un jardín comunitario en el barrio de Podil, un distrito céntrico de Kiev, donde antes no había zonas verdes. Su hijo, que nació un día antes del 30 aniversario, suele jugar allí.
“El desastre marcó el rumbo de toda mi vida”
Yarina Grusha Possamái estaba en el vientre de su madre cuando tuvo lugar el accidente. Su familia también abandonó su ciudad, que se encontraba a apenas 60 kilómetros de la central, aunque en agosto volvieron a casa.
Como “niña de Chernóbil”, Yarina participó en un programa humanitario que permitía a los menores pasar temporadas estivales en países europeos, en su caso Italia. Entre los 9 y los 17 años, esta ucraniana pasó varias semanas cada verano en la casa de una familia en la región norteña de Trentino.
“Lisa y Mario fueron como una segunda familia para mí. Después de que naciera su hija, nos convertimos en hermanas. Siempre me guardaban una cama libre en su habitación”, señala agradecida.
Aprendió italiano, se licenció en Filología por la Universidad de Kiev y trabajó como traductora, pero no tenía planes de mudarse a vivir al país transalpino.
“Había un chico, Radek, en el barrio donde vivía mi familia italiana. Fuimos amigos de adolescentes. Perdimos contacto y solo lo recuperamos diez años después. Nos comunicamos otra vez y nos enamoramos”, relata.
Hace cinco años se trasladó a Italia y se casó con su amor adolescente. Hace dos años enseñó literatura y lengua ucranianas en la Universidad de Milán.
“Mi objetivo es tender puentes culturales entre Ucrania e Italia y asegurarme de que mi país no es solo conocido como el lugar de la catástrofe nuclear. Pero es verdad que en mi caso el desastre marcó el rumbo de toda mi vida”, apunta.
Turismo nuclear
En los últimos años la zona de exclusión de Chernóbil, de unos 30 kilómetros alrededor de la central, ha atraído a decenas de miles de turistas, en su mayoría extranjeros.
Desde 2015 el turismo se ha multiplicado, algo que puede corroborar Olena Gnes, que nació muy lejos de Chernóbil, concretamente en la región de Odesa, a orillas del mar Negro. Poco sospechaba ella, después de que sus padres le dieran una cucharada de vino diariamente para protegerla de la radiación, que acabaría trabajando en Chernóbil.
Como habla inglés, en 2018 encontró trabajo como guía para turistas extranjeros. “Tenía dudas al principio. Pero, como el salario era bueno y el horario flexible, decidí probar”, señala en su casa de Kiev ante la atenta mirada de sus dos hijos.
Como el coronavirus ha frenado el flujo de turistas, ha lanzado un blog en Youtube titulado “What is Ukraine” (¿Qué es Ucrania?) en el que realiza visitas virtuales a Chernóbil.
“Chernóbil me ha cambiado. Ahora entiendo que no es algo del pasado. Es un símbolo de esperanza y renacimiento. Mi misión ahora es que también lo sepan en el resto del mundo”, apunta Olena, que espera volver a ejercer de guía en cuanto la pandemia amaine.
La explosión ocurrida en la madrugada del 26 de abril de 1986 en el cuarto reactor de la central de Chernóbil esparció hasta 200 toneladas de material con una radiactividad de 50 millones de curies, equivalente a 500 bombas atómicas como la lanzada en Hiroshima.
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