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Cinco años del estallido social que soñó con cambiarlo todo en Chile: “Quieren eliminar el recuerdo de lo que pasó”

Sonia Donoso

Santiago de Chile —

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Después de recorrer por más de una hora las reliquias que atesora el Museo del Estallido Social de Chile, un espacio dedicado a recordar la mayor ola de protestas en el país suramericano desde el retorno a la democracia, cinco estudiantes y su profesor se sientan en círculo y escuchan atentos a la guía que los acompaña, Nataly Navarrete, integrante del colectivo que lo gestiona, que rompe el hielo: “¿Qué les ha removido de la experiencia que acaban de conocer?”.

Este jueves se conmemora el quinto aniversario de las protestas de octubre de 2019, cuando los estudiantes de secundaria protagonizaron varias movilizaciones simultáneas contra el aumento del billete de metro que derivaron en un fragor popular por mayores derechos sociales. Unas manifestaciones históricas, que se alargaron hasta el inicio de la pandemia y que dejaron una treintena de muertos y miles de heridos. 

El museo comunitario y autogestionado, hoy ubicado en La Florida, un barrio de la periferia de la capital, fue creado en el centro de Santiago en marzo de 2020 “ante el inminente escenario de borrado y blanqueamiento por parte del entonces presidente Sebastián Piñera”, explica a elDiario.es el curador del espacio, Marcel Solá. 

Un enorme mural de ojos de hojalata recuerda a los más de 400 heridos oculares por disparos de bombas lacrimógenas, pero la casa también acoge muchos otros objetos que hace cinco años formaban parte del paisaje cotidiano del centro de Santiago: desde escudos de latón decorados o lienzos reivindicativos, hasta cartuchos de bombas lacrimógenas, neumáticos quemados o gafas de protección. No hay carteles explicativos ni descripciones de ningún tipo. Observado todo, en conjunto, encapsula el momento histórico que Chile vivió.

En el patio, que también alberga recuerdos de aquellos meses de protesta, tres turistas alemanes se hacen fotos con el icónico Negro Matapacos ('paco' significa 'policía' en el argot coloquial chileno), una escultura de tres metros de altura de un perro callejero que simbolizó la lucha contra la discriminación, el racismo y el abandono social. “Supe del museo por un artículo publicado en la prensa alemana y me parece que tiene mucho valor para que las próximas generaciones conozcan el pasado de Chile sin que sea tergiversado”, dice a elDiario.es la única de las tres visitantes que habla español mientras se saca una foto con la figura.

“Una práctica para el negacionismo”

En diciembre de 2019, dos meses después del estallido y aún en plena ola de protestas, el 74% de las personas consultadas creía que Chile sería un mejor país, sin embargo, hoy el 68% cree que la sacudida social y política tuvo consecuencias negativas, según la encuestadora Cadem. El Centro de Estudios Públicos (CEP) también reveló que solo el 17% considera que el estallido fue “positivo o muy positivo”, frente al 50% que lo ve “muy malo o malo”.

“Quieren mostrar el estallido social como algo a la ligera y sin propósito, tratar de eliminar el recuerdo de lo que pasó”, critica a elDiario.es Catalina Henríquez, que tiene 21 años y es una de las estudiantes de Administración Pública de la Universidad Autónoma de Chile que visita el lugar y participó activamente en las movilizaciones. 

La oposición de derecha y ultraderecha habla de un “estallido delictual”, de “violencia” y “destrucción” y emplazaron al presidente Gabriel Boric –que llegó al poder dos años después– a retirar los indultos y las pensiones de gracia otorgadas a las víctimas de las protestas porque consideran que fueron “irregularmente” acreditadas como tales. La portavoz del Gobierno chileno, Camila Vallejo, respondió que “se puede condenar la violencia que ocurrió y, al mismo tiempo, rescatar las demandas (salud, educación, pensiones)” que provocaron las protestas.

Cinco años después, estos reclamos no se han concretado y las reformas que mejoras en estas materias siguen esperando en el Parlamento, controlado por los conservadores.

“Hay una batalla por imponer relatos que interpreten lo sucedido: quienes hablan de ‘estallido delictual’, quienes defienden un proceso social fruto de las inequidades del sistema y, en menor medida, quienes lo romantizaron como un momento cuasirrevolucionario”, dice a elDiario.es Mireya Dávila, politóloga de la Universidad de Chile.

Para Kenneth Bunker, académico de la Facultad de Economía y Gobierno de la Universidad San Sebastián, “hoy la gran mayoría, incluyendo las personas más bien moderadas, centristas e independientes, han tomado una posición bastante adversa”. Un cambio de relato que, según Navarrete, “es una práctica más para el olvido y el negacionismo de este país”.

“Un espacio más necesario que nunca”

Los rastros de las manifestaciones –grafitis, murales, eslóganes– fueron borrados del centro de la ciudad y el recuerdo de aquellos días se ha convertido en un tema incómodo. “Todo lo que estaba relacionado con el estallido ha ido muriendo poco a poco”, opina Bunker.

En los últimos días, el tema ha vuelto a la agenda pública por la imputación formal al exdirector general de Carabineros y otros altos mandos por su presunta responsabilidad en los abusos policiales que se cometieron entonces. Las movilizaciones dejaron más de 10.000 causas judiciales, pero solo el 0,42% concluyeron la investigación. Ha habido 44 sentencias condenatorias, según cifras de Amnistía Internacional.

En la memoria colectiva, dice Dávila, permanece que Chile vivió una protesta social “clara y contundente” por “una mejor calidad de vida”, pero también “violencia urbana en ciertos sectores” y el “fracaso” de dos procesos constituyentes. La memoria que reivindica el museo, en cambio, dice Solá, está “cargada de emotividad” de las esperanzas de aquellos días. Por eso, concluye, “ante la criminalización, este espacio es más necesario que nunca”.