La ruptura de la izquierda en Portugal ha tumbado los presupuestos del primer ministro socialista António Costa, abocando al país a unas elecciones anticipadas que ponen fin a un acuerdo de Gobierno iniciado en 2015 y que representó una anomalía política por las históricas diferencias entre las fuerzas de izquierdas –el gobernante Partido Socialista y sus socios parlamentarios tras las elecciones de 2015 y 2019, el Bloque de Izquierda y el Partido Comunista– y que, en cierto momento, se percibió incluso como un ejemplo para España. Patrícia Lisa, experta en política portuguesa del Real Instituto Elcano, explica las claves de la última crisis en el país vecino.
¿Son inevitables las elecciones anticipadas? ¿Hay otra alternativa?
Constitucionalmente, habría otras posibilidades, pero el presidente de la República ya dijo que en este escenario disolvería la Asamblea y convocaría elecciones. Todo apunta a que las elecciones serán a finales de enero o principios de febrero.
Otra posibilidad era la dimisión del Gobierno, lo que complicaría la situación. Sin embargo, Costa ha dicho que seguirá gobernando hasta la convocatoria electoral. Pero en estos tiempos, igual que tras las elecciones de 2015 nadie podía prever que se diese un acuerdo de Gobierno y que la entonces segunda fuerza, el Partido Socialista, pudiese movilizar al Bloque de Izquierda al que nunca había movilizado, se podrían dar otras soluciones innovadoras. Pero no es lo más probable.
Solo cinco de 15 primeros ministros electos han logrado llegar al final de su mandato en Portugal ¿Por qué?
En Portugal la estabilidad gubernamental no tiene nada que ver, por ejemplo, con España y eso está relacionado con dinámicas estructurales del propio funcionamiento del sistema político. Había una composición de dos partidos centrales: el Partido Socialista y el Partido Social Demócrata/Partido Popular Democrático. No hay tradición, como en el caso de España, de hacer coaliciones puntuales para la aprobación de presupuestos con partidos de corte regional, cosa que no existe en Portugal. Eso hacía que los gobiernos en minoría cayesen más rápidamente.
También tiene que ver con el hecho de que el presidente de la República tiene poderes de disolver la Asamblea por iniciativa propia, lo que significa que tiene poderes muy amplios e interviene mucho la gobernabilidad. Lo cierto es que la estabilidad que se ha dado en esta última solución de Gobierno desde 2015 ha sorprendido a todos los que estudian el sistema político portugués.
¿En qué situación estarían ahora esos partidos de izquierda de cara a las elecciones?
El indicador más cercano son las elecciones locales de septiembre de este año, en las que todos ellos han perdido fuerza. Aunque el Partido Socialista haya ganado las elecciones en términos absolutos, ha perdido ayuntamientos importantes, entre ellos la capital, Lisboa. A eso hay que sumar el desgaste normal de cualquier Gobierno que está en el poder desde 2015.
En ese sentido se puede prever que no se refuerce ninguna mayoría –tampoco la que permitiría al Partido Socialista gobernar sin acuerdo con las izquierdas–. En Portugal ha habido tradición de otras coaliciones políticas, aunque no me parece que esto sea previsible con los actuales actores. Sí puede haber soluciones creativas y el escenario está totalmente abierto. La derecha tampoco está en las mejores condiciones para estas elecciones.
¿Podría darse un acuerdo de las izquierdas como el de 2015?
Esa es la gran duda. La cuestión es que el acuerdo de izquierdas ha obedecido a un periodo muy específico de la trayectoria democrática portuguesa. Vino de un escenario en el que el país había sido intervenido por la troika (de control de las finanzas a cambio del rescate financiero de los socios del euro) y sufría un profundo desgaste, desmotivación y erosión social. Entonces había realmente una demanda para que se revirtiese esa política de austeridad. Eso fue el gran motor que justificó el cambio de las posiciones de los partidos de izquierda. Esa circunstancia específica hizo que los partidos se uniesen desde un punto de vista pragmático.
Esa unión se fue erosionando desde 2019, con las segundas elecciones, y evolucionó de un apoyo a los presupuestos en 2019 a una abstención en 2020 y a su rechazo en 2021.
Además, el escenario ahora es distinto. Yo diría que incluso opuesto al del año 2015. Portugal va a tener que hacer el plan de recuperación y resiliencia. Va a haber mucho dinero y muchas posibilidades de inversiones. Es ahí donde los partidos de izquierda, que siempre fueron partidos de contrapoder, tienen fuertes divisiones sobre cómo aplicar ese dinero. Por tanto, existe el temor de que, pese a que haya nuevas elecciones, persista este impasse y que no se mueva el tablero.
¿Y la situación de la extrema derecha?
La extrema derecha viene aumentando su presencia y una de las posibilidades es que se refuerce. Ha tenido una gran apuesta en las elecciones locales para imponerse en regiones que consideran clave y han tenido unos resultados buenos, aunque no especialmente representativos en términos de escaños. Que puedan tener un papel relevante a partir de las próximas elecciones depende mucho de quién sea el líder del Partido Popular Demócrata, ya que hay candidatos que admiten alianzas con la extrema derecha y hay otros que no. Es una cuestión totalmente abierta.
¿Por qué el Bloque de Izquierda y el Partido Comunista han rechazado los presupuestos?
Pasado ese momento de gracia, la coalición no era una coalición de Gobierno, sino una coalición de respaldo parlamentario en la que se pedía a los socios apoyar los presupuestos anuales. El resto del tiempo ha habido divergencias y muchas veces los socios de izquierda han votado en contra de propuestas legislativas del Gobierno. El desgaste o el fin del encantamiento se venía arrastrando desde antes.
Ahora mismo tenemos la perspectiva de poder relanzar la economía con muchísimos fondos de recuperación europeos y ahí las divergencias estructurales entre estos partidos se hacen más evidentes. Hay quien defiende que este presupuesto no es más ni menos social que los tres anteriores, pero según la izquierda radical, la coyuntura permitiría ir mucho más lejos de lo que antes había exigido al Gobierno. Y el Ejecutivo no lo ha concedido.
¿Han sido estos dos años difíciles en términos legislativos? ¿Han bloqueado los socios de izquierda muchas iniciativas?
Ha habido varios momentos de crispación, sobre todo en los temas clave de la izquierda, como los asuntos laborales o de sanidad. Hay un estudio sobre el sentido de voto de 2019 y concluye que el Partido Socialista votó más veces en el Parlamento junto al Partido Popular Demócrata que con sus socios, lo que significa que los socios se iban alejando progresivamente.
¿Se podría hacer un balance general de estos dos años?
Es muy difícil hacer un balance porque han sido dos años marcados por la pandemia. Sí que es verdad que Portugal no ha salido tan mal en términos de contagios, medidas de prevención y plan de recuperación, entre otros. La fotografía no es mala.
¿Se podría trazar alguna comparativa con España?
En este momento, la situación de Portugal es incierta y no se puede comparar con España. Sí que se pudo hacer cuando el presidente Sánchez se fijó en la solución política portuguesa para apoyar su propia solución política, pero es verdad que entonces cada país siguió su curso. Ahí emergen las diferencias. Aquello fue un periodo de transición y esto es un periodo de consolidación de esas trayectorias que están dando diferentes frutos.