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Los conservadores quedan arrinconados en Europa del Este tras su mínimo histórico en Alemania

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; la presidenta de los socialistas en la Eurocámara, Iratxe García; y el líder del SPD, Olaf Scholz.

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —

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El socialdemócrata Olaf Scholz acaricia la cancillería alemana. La victoria, por menos de dos puntos en las elecciones legislativas de este domingo, le sitúan en la cancillería si logra cerrar un acuerdo, que se prevé duro y largo de negociar, con Verdes y Liberales. El candidato de la CDU/CSU, con algo más del 24%, ha dejado al partido en mínimos históricos, si bien los números podrían salirle para conformar una mayoría, también, con Verdes y Liberales, en una jugada inusual pero no inédita en la historia alemana –que quien quedó segundo forme Gobierno–.

Pero si todo se desarrolla con normalidad y los socialdemócratas encabezan el nuevo Ejecutivo alemán, agudizarán el declive de los 'populares' europeos en un momento en el que se debaten entre las esencias democristianas que representaba Angela Merkel y los devaneos populistas de derechas con los que coquetea el austriaco Sebastian Kurz –con la migración, por ejemplo– y el esloveno Janesz Jansa, por ejemplo –defensor de Donald Trump hasta el final y compañero de fatigas de los autoritarios gobiernos de Hungría y Polonia–.



Si se mira el desarrollo del mapa político europeo de la última década, se pueden ver vuelcos electorales en España, Irlanda, Dinamarca, Finlandia, Suecia, Italia, Francia... Es verdad que en estos años ha recuperado algún país, como Grecia, y que algunos de los gobiernos perdidos por los populares han pasado a manos liberales.



De hecho, si finalmente los democristianos pierden la cancillería alemana, se habrán quedado no sólo sin el poder de la principal economía europea, sino fuera de las jefaturas de gobierno de los seis países fundadores de la UE: Alemania, Francia, Italia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo.

Y, en paralelo, la derecha europea se queda arrinconada en el Este de la UE. En efecto, los ocho países con jefes de Gobierno populares en el Consejo Europeo, sin contar a Merkel, que está de salida, son: Croacia, Letonia, Grecia, Chipre, Austria, Rumanía, Eslovenia y Eslovaquia.



Los populares europeos arrastran un debate ideológico que tuvo como consecuencia la reciente salida del partido de Viktor Orbán, Fidesz, a principios de año. Durante mucho tiempo, el PPE mantuvo dentro a alguien que le aportaba un cómodo asiento en el Consejo Europeo. Y el gran partido que más ha aguantado ante la deriva de la extrema derecha ha sido la CDU de Merkel, clave en la expulsión de Fidesz, frente al PP de Pablo Casado, socio habitual en el Parlamento Europeo de los gobiernos autoritarios de Polonia y Hungría en votaciones sobre los derechos de las mujeres, el colectivo LGTBI y el aborto. Al igual que la Forza Italia de Silvio Berlusconi, que entró en la familia popular europea de la mano de José María Aznar a finales de los años 90.

El presidente del Parlamento Europeo, el italiano David Sassoli (PD/S&D), ha sido el primer representante de una institución europea que ha celebrado públicamente la victoria: “Europa necesita un socio fuerte y confiable en Berlín para continuar nuestro trabajo común por una recuperación social y verde”.

Efecto dominó

La correlación de fuerzas que se abre si se culmina el cambio de Gobierno en Alemania puede tener consecuencias en los equilibrios de los puestos institucionales europeos que se renuevan a mitad de legislatura, en particular el de la presidencia del Parlamento Europeo, que se acordó hace dos años, cuando la familia conservadora tenía más poder frente a la socialdemócrata.

En la segunda mitad de la legislatura, que empieza en enero de 2022, estaba previsto que el presidente del Parlamento Europeo fuera Manfred Weber, presidente de los populares en la Eurocámara y candidato a presidir la Comisión Europea que se cayó en las negociaciones finales en favor de Ursula von der Leyen. Weber, de la CSU, dejaba el paso a Von der Leyen, de la CDU, y se le dejaba como premio de consolación la presidencia del Parlamento Europeo en la segunda mitad de la legislatura.

Pero Weber ahora dice que no quiere ser presidente del Parlamento Europeo, y entra en el juego de las sillas que había iniciado Donald Tusk, presidente del Partido Popular Europeo, la familia política, porque quiere entregarse a la política de su país. Tusk fue primer ministro polaco dos mandatos, pero tras su marcha la hegemonía política en el país ha virado a la derecha homófoba y autoritaria del PiS, partido aliado de Vox en Europa.

La salida de Tusk de la presidencia del PPE, que se oficializará en primavera del próximo año, quiere ser cubierta por Weber, quien aunaría en una sola persona la presidencia del PPE partido y del PPE grupo parlamentario. Lo cual provoca, de paso, que deja vacante el candidato popular a la presidencia del Parlamento Europeo a partir de enero de 2022.

Y, de alguna manera, cambia en parte las condiciones del pacto con socialistas y liberales del verano de 2019. Ahora bien, en lo que vaya a pasar tiene mucha incidencia el resultado electoral de Alemania y sus consecuencias en el devenir de la familia política conservadora y, por tanto, en el futuro próximo de Manfred Weber y el español Esteban González Pons.

Las quinielas situaban en un buen lugar a Esteban González Pons. El español ya contaba en 2019 con la posibilidad de presidir el grupo popular en la Eurocámara con el paso de Weber a la Comisión Europea. Ahora bien, ¿Pons, teniendo en cuenta el discurso que practica el PP de Casado contra el Gobierno en Europa desde el inicio de la legislatura, es un candidato fácil de digerir para la bancada socialista europea, presidida por una española como Iratxe García? Fuentes populares consideran que puede resultar más fácil de vender en España que otro candidato; pero otras fuentes, por el contrario, apuntan a que precisamente las palabras de Casado en un acto en Berlín son una muestra de que el entendimiento entre PP y PSOE en Bruselas no es fácil.

Otra situación política

Los socialdemócratas no sienten que se deban al pacto de verano de 2019 por dos motivos: porque el candidato ya no será Weber y porque la correlación de fuerzas en Europa está cambiando a su favor y en detrimento del PPE.

Iratxe García, presidenta del grupo socialista europeo en la Eurocámara, ha dicho en Estrasburgo: “A día de hoy nosotros tenemos otra serie de prioridades con respecto al acuerdo, y hay que ver cuáles son las circunstancias políticas en cada momento. ¿De verdad alguien piensa que la situación política hoy en Europa es la misma que era hace dos años y medio? Las situaciones políticas cambian, los equilibrios políticos cambian. Eso no significa que no se den por buenas las decisiones que en su momento se tomaron. Pero ahora mismo nosotros tenemos que valorar muchas cuestiones y evidentemente es importante mantener la cooperación entre las fuerzas políticas europeas en el Parlamento Europeo. Somos conscientes de ello y vamos a trabajar por ello. Todavía es pronto para tomar una decisión al respecto del futuro en el reparto de las responsabilidades del Parlamento Europeo”. 

En este sentido, si los números salieran, podría darse la hipótesis de que los socialistas se animaran a intentar que Sassoli repitiera como candidato en enero. Pero eso dependerá de los nombres que muevan los populares, de hasta qué punto los liberales votarán en bloque... Y es que en el Parlamento Europeo la disciplina de grupo no es como en los parlamentos nacionales, y el voto para el presidente de la Eurocámara es individual y secreto –y hay diputados dolidos con Sassoli por su decisión de suprimir las dietas económicas mientras el Parlamento Europeo estuvo con presencialidad limitada por la pandemia–.

¿Recortes o inversión?

Otro efecto secundario de la nueva correlación de fuerzas europea puede ser cómo se abordará la reforma de las reglas fiscales europeas, que obligan a unos máximos de deuda y déficit, ahora desbocados por la crisis del coronavirus. Y, en principio, puede no ser lo mismo con un canciller socialdemócrata de que otro color.

Eso sí, si el partido liberal y su líder, Christian Lindner, tienen un papel relevante en la política económica, tendrá consecuencias para España. Lindner tiene sintonía con el club de los autodenominados frugales –Holanda, Austria, Dinamarca, Suecia–; es decir, comparte el credo ordoliberal de la contención presupuestaria, la austeridad y la desconfianza en los países del sur. De momento, ya ha anunciado que no quiere que se modifiquen las reglas fiscales.

De hecho, integrantes de las filas socialistas en Bruselas alertan sobre las consecuencias de un pacto con el FDP al tiempo que pueda pasar la CDU a la oposición, lo cual sería un escenario en el que los liberales tendrían cuota de gobierno y pondrían el freno a las políticas expansivas en la UE, mientras los democristianos se encontrarían presionando desde fuera, tanto en el Parlamento alemán como en las instituciones europeas.

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