Un año después del intento de golpe de Estado en Turquía, la purga del presidente Erdogan es imparable. Más de 174.000 detenidos, 138.000 despedidos, 2.099 colegios y universidades cerradas, 149 medios de comunicación cerrados, 4.424 jueces y fiscales expulsados y 269 periodistas arrestados, entre otros. Todos acusados de pertenecer a una organización a la que el Gobierno acusa de ser un grupo terrorista que pretende derrocar al régimen legítimo: el Movimiento Gülen.
Pero el conflicto abierto entre el AKP de Erdogan y el Movimiento Gülen, también conocido como Hizmet (servicio), no nació hace un año con el intento de golpe del 15 de julio, sino que tiene una larga historia.
“El Movimiento Gülen utiliza una falsa fachada para esconder una organización muy peligrosa infiltrada en las instituciones del Estado como un pulpo”, cuenta a eldiario.es el embajador de Turquía en España, Ömer Önhon. “Estoy de acuerdo que las cifras de detenciones pueden parecer desproporcionadas, pero el Estado está limpiando las instituciones de esta gente”, añade.
Qué es el movimiento Gülen
El Movimiento Hizmet nace en los años 70 inspirado por el predicador Fethullah Gülen. Se trata de un movimiento islámico con millones de seguidores en Turquía y en todo el mundo que se define como apolítico y que desarrolla un discurso religioso moderado, cercano a Occidente. El grupo promueve la educación, la tolerancia, la democracia y los derechos humanos.
El movimiento no tiene una estructura definida conocida, sino que se compone de una red de “voluntarios” que trabajan en diferentes proyectos promovidos por personas afines al predicador. Se trata de una red de instituciones educativas, empresas, centros médicos, organizaciones humanitarias o fundaciones presentes en más de 140 países.
“Fethullah Gülen cree que hay tres problemas principales en la sociedad: la pobreza, la ignorancia y la desunión. La inversión en estos tres elementos es el objetivo principal del movimiento”, cuenta a eldiario.es Mehmet Siginir, editor turco de una revista religiosa y perteneciente al movimiento. Pudo huir de Turquía poco después del intento de golpe y vive en España desde entonces.
Ante esta estructura difusa, es muy difícil identificar a los miembros de Hizmet. Los expertos afirman que la cifra de seguidores en Turquía ronda los dos millones de personas.
Para el Estado turco, un elemento se ha convertido en fundamental para identificar a estas personas: “Utilizan una aplicación de mensajería especial que se llama Bylock. La gente que tiene Bylock en el teléfono es miembro de esta organización. No sé a qué nivel, pero son miembros”, sostiene el embajador. “La razón por la que tenemos centenares de detenciones un día tras otro es porque toda la información que obtenemos de esta aplicación, en la que nos hemos infiltrado, no se descifra de golpe”, añade.
Un joven imán al que teme la élite dirigente
Fethullah Gülen, nacido en 1941, empezó a destacar en los años 60 como un joven imán al desarrollar un discurso religioso diferente al establecido, especialmente por relacionar el islam con la ciencia, la educación y los valores occidentales. La educación fue, desde el principio, el objetivo principal de Gülen. Pronto empezó a fundar escuelas y residencias de estudiantes por todo el país en las que promovía su filosofía de vida y su discurso alternativo. “Gülen se presentó como el rostro moderno del islam, se transformó en una figura de culto y se ve a sí mismo como un mesías”, denuncia Önhon.
La historia de Fethullah Gülen y su movimiento se enmarca en la intrincada rivalidad entre el laicismo oficial en Turquía y la religión. Desde su nacimiento en 1923 a manos de Mustafa Kemal Atatürk, la República de Turquía se diseñó como un Estado laico. Atatürk, un firme nacionalista, creía que la religión y la política debían mantenerse estrictamente separados. Incluso puso a los clérigos del Estado en nómina para mantenerlos bajo control. Todavía hoy, el Ejército, una de las instituciones más poderosas del país, sigue viéndose, en parte, como el principal defensor de ese laicismo kemalista, visto como una amenaza para Hizmet.
En los años 70, Gülen ya era uno de los imanes más importantes del país y tenía miles de seguidores. Desde entonces hasta hoy se ha enfrentado en varias ocasiones a la élite gobernante, que le ha acusado de querer derrocar el Estado laico turco.
Su detención durante el golpe de Estado militar de 1971 es una prueba de su poder y del miedo que inspiraba a la élite dirigente secular. Gülen paso seis meses en prisión sin cargos y “fue liberado con la condición de que dejase de dar conferencias”, asegura Muhammed Çetin, miembro del movimiento y exdiputado del partido AKP de Erdogan.
Nueve años más tarde, el 12 de septiembre de 1980 se produce un nuevo golpe de Estado militar y Gülen vuelve a ser el objetivo. “Asaltaron su casa y lo detuvieron. Fue puesto en libertad tras un interrogatorio de seis horas”, cuenta Çetin.
Una alianza natural con el AKP
El punto de inflexión llegó tras el golpe militar de 1997. Una vez más, el Ejército afirmó que tenía la obligación de defender el Estado laico proclamado por Atatürk. Ese mismo año, el entonces alcalde de Estambul y futuro presidente de Turquía, Recep Tayyip ErdoÄan, fue encarcelado por recitar el siguiente poema:
“Las mezquitas son nuestras barricadas; las bóvedas, nuestros cascos; los minaretes, nuestras bayonetas; y los fieles, nuestros soldados”.
A su salida, Erdogan anunció su candidatura a primer ministro. Se presentó como un islamista moderado, cercano a Occidente, defensor de la liberalización económica y a favor del ingreso de Turquía en la UE. Eso le convirtió en un aparente aliado natural de Hizmet.
En la actualidad ambos reniegan de esa alianza. “Aliados es una palabra demasiado fuerte. Eran buenas relaciones. Pero Erdogan ha reconocido que cometió un error y que nos engañaron”, sostiene Önhon.
En una entrevista a the New Yorker, Gülen también afirmó sentirse engañado: “Aparentemente, Erdogan siempre ha tenido esta visión de convertirse en la persona más poderosa. Al principio, utilizaron una fachada de un partido más democrático y parecían ser gente de fe. Por eso no quisimos ver motivaciones ocultas en sus movimientos. Nos creímos su retórica”.
Temirkhon Naziri, director de programas culturales y cooperación internacional de Casa Turca, una de las instituciones de Hizmet en España, afirma: “Erdogan llega al poder engañando a la gente. Vende que quiere acabar con la agresiva polarización entre laicismo y religión, pero al final acaba adoptando la misma actitud contra sus contrarios” [que la élite dirigente tradicional].
La victoria de Erdogan en 2002 y las buenas relaciones entre el AKP y el Movimiento Gülen permitieron a estos últimos reforzar su posición dentro de las instituciones, incluso con diputados del propio partido de Erdogan. Por aquel entonces, Fethullah Gülen ya no estaba en Turquía. El líder religioso se trasladó a EEUU en 1999, donde todavía reside, y fue acusado, una vez más, de querer derrocar el Estado laico.
Ese mismo año se le acusa de hacer unas declaraciones que todavía le pesan y las cuales él ha asegurado que están manipuladas. “Debéis operar desde las arterias del sistema, sin que nadie se percate de vuestra existencia, hasta que lleguéis a los centros de poder… debéis esperar hasta que tengáis el control del Estado, hasta que tengáis poder sobre todas las instituciones del país”.
Turquía denuncia que los miembros de Hizmet están “especialmente infiltrados” en el poder judicial y en la policía. Naziri niega tal “infiltración” y lo describe como un “proceso inevitable de gente buena y preparada que asciende”. “La palabra infiltración es discriminatoria y fue utilizada por el establishment secularista. Es una estadística inevitable que los graduados de las escuelas del movimiento, por su alta calidad, estén desproporcionadamente representados en el sector público y privado”, añade.
“La estructura del Estado turco es profundamente sectaria. Este problema exacerba el favoritismo dentro de la maquinaria estatal turca y, como resultado, existe una opinión generalizada de que los empleados estatales turcos de origen étnico particular (por ejemplo kurdos o armenio), ideología (secularistas, ultranacionalistas, marxistas...) o religiosas (Alevi, Suleymani, Menzili, Hizmet, etc.) tienden a favorecer a los suyos”, explica Naziri.
Fin de la relación
Con los años, la relación entre ambos se empieza a torcer. Siginir acusa a Erdogan de sufrir “un envenenamiento de poder” en su segunda legislatura y la situación estalla en diciembre de 2013 cuando salta a la luz un escándalo de corrupción que afectaba al AKP e incluso a la familia de Erdogan. Millones de dólares en cajas de zapatos, sobornos entregados en tabletas de chocolate, conversaciones pinchadas...
La reacción de Erdogan fue acusar directamente a Gülen. “La intención del movimiento con el caso de corrupción de 2013 era hacer un golpe de Estado judicial”, denuncia el embajador Önhon.
Fue entonces cuando empezó la purga en las instituciones, que se ha intensificado tras el intento de golpe de 2016, del que el Gobierno acusa a Hizmet. “Erdogan tiene tantos trapos sucios que no puede permitir que nadie se meta en sus asuntos”, denuncia Siginir. Esta situación se mantiene hasta el verano de 2016, cuando el intento del golpe de Estado hace estallar el conflicto total entre estos antiguos aliados.
Gülen ha calificado el golpe de “escenario escandaloso y odioso construido por Erdogan y sus cómplices”. Aun así, como en cada golpe de Estado vivido en el país, una extraña fuerza vuelve a colocar a Fethullah Gülen en el centro de todas las miradas.