Las imágenes muestran a cuatro jóvenes andando por una explanada de tierra rodeada de casas destruidas por los bombardeos israelíes en Jan Yunis, en el sur de Gaza. No corren ni llevan armas. Según testimonios locales, se dirigen a sus hogares para comprobar si siguen en pie, una vez que las fuerzas israelíes parecen haberse retirado de la zona.
Un dron israelí los descubre desde el aire y se lanza sobre ellos. El primer misil mata a dos. El operador del dron ve que un tercero se aleja andando sin mirar atrás y vuelve a disparar. El cuarto no ha llegado tan lejos. Trastabilla y cae al suelo. Es eliminado con un tercer misil.
Las víctimas no representaban ninguna amenaza ni hacían ningún intento por esconderse. Sencillamente, se encontraban en una zona en la que cualquier civil palestino estaba destinado a morir. Sólo por andar por la calle.
“Nuestros jefes, si identificábamos a alguien en nuestra zona de operaciones que no era parte de nuestras fuerzas, nos pedían que disparáramos a matar”, dijo un soldado de forma anónima al diario israelí Haaretz después de esas muertes. “Nos dijeron de forma explícita que incluso si un sospechoso entraba en un edificio en el que había gente, deberíamos disparar al edificio y matarlo, aunque otras personas resultaran heridas”.
Esta es una de las maneras en que los militares israelíes matan a civiles en Gaza en esta guerra. Las víctimas no tienen que llevar armas. No tienen que salir de un túnel o de un edificio para dirigirse a un lugar donde están los soldados. No tienen que ser identificados de alguna manera como combatientes del grupo palestino Hamás. Sólo tienen que deambular por un sitio en el que hay órdenes de disparar a matar a todo el que se acerque.
Desde el inicio de la guerra, Israel ha matado a 32.916 palestinos, según las últimas cifras del Ministerio de Sanidad de Gaza. Las autoridades israelíes afirman que han eliminado a miles de miembros de Hamás. Han llegado a dar la cifra de 9.000, aunque se trata de una especulación porque les resulta imposible saber a cuántos han matado.
La primera versión del Ejército sobre ese hecho consistió en afirmar que “un terrorista que había disparado un cohete” contra territorio israelí fue localizado y eliminado desde el aire. Si la cadena de televisión qatarí Al Jazeera no hubiera emitido las imágenes el 21 de marzo, la historia, ocurrida en febrero, podría haber terminado ahí como uno más de los muchos anuncios con los que los militares confirman que están llevando a cabo la misión que les encomendó su Gobierno.
Ya en marzo, un alto mando militar admitió a Haaretz que se trataba de “un incidente muy grave”, porque las víctimas no llevaban armas ni suponían una amenaza.
El caso de Jan Yunis confirmó lo que se había denunciado en otras ocasiones. Israel crea constantemente “zonas para matar” (“kill zones” en inglés) en las que sus tropas disparan a todo lo que se mueve. Cualquier persona o grupo que entra en esa zona se considera una amenaza de forma automática. Será asesinado –asesinato es el término adecuado cuando hay razones para creer que se trata de un civil– por los soldados más cercanos o por un dron manejado a distancia. No se trata de un error o un accidente, sino de un patrón de conducta.
“En la práctica, un terrorista es cualquiera que las IDF (siglas de las Fuerzas de Defensa de Israel) han matado en las zonas donde operan sus fuerzas”, dijo un oficial a Haaretz en el artículo en que se explica esta política. La sentencia de muerte, por llamarla de alguna manera, se aplica por estar situado en un lugar concreto. No es la confusión inherente al campo de batalla en una guerra, que en inglés se denomina “the fog of war”. Se trata de una táctica elegida y ejecutada con toda frialdad.
Todo Ejército opera con unas normas de combate con las que sus soldados saben en qué situaciones deben abrir fuego. Grupos de derechos humanos, utilizando casos como el de Jan Yunis, han denunciado que se están utilizando normas más “flexibles” que en anteriores guerras o que muchos de los mandos dan vía libre a sus tropas para disparar cuando lo crean necesario. La cúpula militar ha intentado en alguna ocasión contener esa libertad que se han tomado generales y coroneles, pero sin resultados. Los mandos que permiten o animan a matar a civiles se limitarán a informar que han matado a unos terroristas.
Esta carta blanca para disparar ha perjudicado la integridad de las propias tropas. En enero, se supo que 36 de los 188 militares caídos en combate hasta ese mes habían muerto por incidentes de fuego amigo o accidentes. El porcentaje es del 19%, una cifra gigantesca y sin precedentes en las guerras de las últimas décadas en el caso de ejércitos modernos.
Un caso similar fue el de los tres rehenes israelíes que escaparon y que salieron de un edificio en una “kill zone” en diciembre. Les dispararon a pesar de que se habían quitado las camisas y las agitaban como banderas blancas. Gritaron en hebreo que eran israelíes y el mando militar en la zona les autorizó a salir, garantizando que no dispararían. Pero un soldado que no había recibido esa información y tenía orden de disparar a todo palestino al que viera en la calle abrió fuego y les mató.
El Ejército lo llamó “un suceso trágico”. Si las víctimas hubieran sido palestinas, el incidente ni siquiera habría trascendido.
La presencia de tropas en actitud agresiva hace que lo normal sea que los civiles se escondan en sus casas. Pero la guerra está a punto de cumplir su sexto mes. Especialmente en la zona norte de Gaza, las 300.000 personas que se calcula que siguen viviendo allí necesitan salir a la calle para intentar encontrar comida donde sea y no morir de hambre o comprobar si su casa ha sido destruida.
El ataque del martes al convoy humanitario de World Central Kitchen (WCK), la ONG que dirige el chef español José Andrés, es un ejemplo de la política de disparar a civiles sólo porque en las inmediaciones –sea en una casa o en un vehículo– se encuentra un presunto miembro de Hamás.
El primer ministro Benjamín Netanyahu lo ha calificado de “ataque no intencionado”. Fue cualquier cosa menos eso. Un dron atacó al primero de los tres coches, que circulaban separados por 500 metros como medida de seguridad, y luego disparó otras dos veces contra los otros dos vehículos. Murieron siete personas de la ONG, cinco extranjeros y dos palestinos con doble nacionalidad, estadounidense en un caso y canadiense en el otro.
Tras la primera explosión, los ocupantes del coche blindado que sobrevivieron esperaron al segundo vehículo, se subieron a él y notificaron el ataque. Se subieron al segundo coche, que también recibió un impacto que causó daños mayores. Al llegar el tercero, metieron dentro a los heridos y continuaron la marcha. Segundos después, un tercer misil destruyó el coche. Fue un ataque deliberado contra cada uno de los vehículos. La posible existencia de un hombre armado hizo que los militares decidieran que era legítimo matarlos a todos.
Fuentes militares citadas por medios israelíes sostienen que un hombre armado viajaba en un camión cargado de alimentos que formaba parte del convoy y que se quedó en el almacén de Deir al Balah, en el centro de Gaza, donde fue entregada la ayuda. Es posible que si ese individuo armado existía, fuera un policía de Gaza con la misión de proteger los alimentos ante la posibilidad de un robo.
Los coches, identificables con el logo de WCK en el techo, regresaron, ya sin el camión, hacia Rafah, en el sur, por una ruta acordada previamente con el Ejército israelí. La unidad militar encargada de vigilar esa carretera ordenó al operador del dron atacar el convoy y acabar con todos sus ocupantes.
Philip Gourevitch, periodista de The New Yorker y autor del libro más conocido sobre el genocidio de Ruanda, lo ha dejado escrito con claridad, mencionando también el ataque del lunes contra el consulado iraní en la capital siria: “La increíblemente precisa información de inteligencia y la precisión en el ataque aéreo de Israel a los generales iraníes en Damasco permite confirmar, si fuera necesario, que todo lo que se hace en Gaza es igualmente deliberado y no producto del quizá inevitable daño colateral producto de luchar contra Hamás”.