El pasado jueves, el mismo día en el que el mundo se mantenía expectante ante la inminente decisión de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre si declarar o no la emergencia internacional por el nuevo coronavirus en China, los medios difundían las cifras de víctimas de un nuevo ataque en el este de la República Democrática del Congo. Un total de 36 civiles, según explicó el gobernador local a AFP, habían sido asesinados en la región oriental de Beni, epicentro del brote de ébola que desde hace un año y medio sacude al país.
No es la primera vez que un país tiene que lidiar con el virus. Tampoco lo es para el Estado africano –es su décima epidemia de la enfermedad en 40 años–. El mundo sabe cómo responder al ébola, pero ha tenido que aprender a combatirlo en un contexto de conflicto. El brote declarado en agosto de 2018 se ha cobrado un total de 2.250 vidas, según los datos más actualizados de la OMS, a 2 de febrero. Al menos 3.305 personas han contraído el virus en este año y medio. Hay otros 123 posibles. Además, Uganda ha confirmado cuatro casos importados del país vecino desde junio de 2019, pero ha conseguido frenar la expansión del virus.
Las cifras han convertido el brote en el mayor de República Democrática del Congo y en el segundo más grande jamás registrado, solo por detrás de la epidemia de África occidental de 2014. En julio del año pasado, la OMS declaró la emergencia de salud pública de importancia internacional. De momento, sigue vigente y es la tercera emergencia de este tipo en la actualidad, junto a la poliomielitis y la nueva cepa de coronavirus en China.
El grueso de casos se registraron hasta junio de 2019. Desde agosto, el número de contagios notificados por semana fue disminuyendo poco a poco y el dato ha ido fluctuando a finales del año pasado. En la actualidad, hay signos de que el número de casos se está reduciendo lentamente, no está claro cuándo puede terminar el brote, con foco en las provincias nororientales de Kivu del Norte, Kivu del Sur e Ituri. “La semana pasada hubo solo cinco nuevos casos, el número más pequeño desde el comienzo de la respuesta. Es una tendencia muy alentadora. Pero hasta que lleguemos a cero, siempre existe el riesgo de que el brote vuelva a estallar”, explicó el pasado 3 de febrero Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS.
“La epidemia está bajo control, pero todavía no ha terminado. Está siendo un brote muy largo que se ha complicado por el contexto en el que se ha dado Todo el mundo está deseando. Lo único que podemos decir es que el pico de casos parece que lo hemos pasado, pero el brote aún no se ha acabado, aunque haya indicadores que apuntan a que está llegando a su final”, asegura en una entrevista telefónica Brian Moller, coordinador de emergencias de Médicos Sin Fronteras en la ciudad de Goma, una de las localidades en las que la ONG trata de mantener sus actividades.
390 ataques contra centro de salud en 2019
En todos estos meses, la inseguridad que sufre desde hace años la población de algunas de las zonas afectadas, donde operan grupos armados, ha obstaculizado la respuesta a la propagación de la enfermedad. Tras un ataque, muchas personas se ven forzadas a desplazarse, lo que ha dificultado una de las piedras angulares para poner fin a la epidemia: aislar a los pacientes y romper con lo que se conoce como “la cadena de transmisión”. Es decir, hacer el seguimiento de quiénes estaban en contacto con las personas diagnosticadas y quiénes estaban, a su vez, en contacto con estos contactos. El virus se transmite a través del contacto directo con la sangre y los fluidos corporales.
Miller pone como ejemplo la situación en la ciudad de Beni, donde la organización brinda asistencia a pacientes en un centro de tratamiento. “Es difícil lidiar con la situación, no tanto por el número de casos. Nuestra problemática es que estamos trabajando en una zona de conflicto. La gente se mueve, y cuando la gente se desplaza el virus se mueve con ella, y eso es un problema”, recuerda Moller. “La inseguridad es una de las principales dificultades. Para la población local, es muy difícil, porque no solo tienen que lidiar con las consecuencias de la violencia, sino también con las del brote”, agrega.
La violencia ha acabado limitando en muchas ocasiones las actividades de lucha contra el ébola y que los equipos puedan desplazarse para investigar, rastrear los contactos de los enfermos, atender a los pacientes o vacunar a la población. En 2019, la OMS registró alrededor de 390 ataques contra centros de salud. Los ataques mataron a 11 trabajadores sanitarios y 83 resultaron heridos, según estas mismas cifras. En el caso de MSF, algunas de sus actividades se han visto afectadas por la violencia, lo que ha empujado a veces a la ONG a suspender su presencia en zonas como Biakato, en la provincia de Ituri.
Junto al virus, los equipos que tratan de contener el brote tienen que luchar contra la desinformación y los rumores sobre la enfermedad, así como contra la desconfianza de la población. “Son dificultades que se añaden a la inseguridad. Hay mucha desinformación, rumores y teorías conspiratorias sobre el virus del ébola. Para nosotros es muy importante, sin la confianza de la población, no podemos trabajar. Nosotros hemos tenido aceptación, pero todavía hay miedo”, indica el coordinador de MSF.
Pero el ébola no es la única preocupación para la salud pública en el país, que también combate el mayor brote de sarampión que ha visto en 10 años. El año pasado, esta enfermedad -contagiosa pero fácilmente prevenible y de tratamiento accesible- causó la muerte de más de 6.000 personas, 4.500 de ellos niños, la gran mayoría. El acceso a determinadas áreas remotas e inseguras es, una vez más, una de las dificultades a las que se enfrenta la respuesta, explica MSF. Otro de los obstáculos, indica la ONG, son las complicaciones relacionadas con enfermedades asociadas como la malaria o la desnutrición, que aumentan el riesgo de mortalidad.
El uso de vacunas, una luz en la oscuridad
Sin embargo, a diferencia del brote de 2014 que causó más de 11.000 muertos, la respuesta al ébola en República Democrática del Congo ha incluido la vacuna experimental rVSV-ZEBOV –que se encuentra aún en fase de estudio clínico y no tiene licencia– para prevenir la propagación de la enfermedad. Desde agosto de 2018, 283.117 personas han sido vacunadas en total, según los últimos datos de la OMS, muchas de ellas profesionales de primera línea.
En algunas zonas próximas a Goma, además, se ha comenzado a aplicar desde noviembre una segunda vacuna, Ad26.ZEBOV. 9.715 personas han sido vacunadas con ella. “Este es un increíble triunfo de la salud pública. Hace cinco años, no teníamos ninguna vacuna ni ninguna terapia para el ébola. Ahora podemos decir que el ébola se puede prevenir y tratar”, afirmó Tedros el pasado lunes.
“Ya se demostró que la vacuna rVSV-ZEBOV es bastante eficaz, incluso con una sola dósis. El problema no es tanto problema de la vacuna, sino la dificultad de inocular a las personas por los problemas de la región. Es efectiva, pero también susceptible de mejoras y se trabaja para obtener vacunas más optimizadas. Nosotros estamos en ello”, señala a este medio Juan García Arriaza, investigador del Centro Nacional de Biotecnología. En la actualidad, el equipo en el que participa ha desarrollado varias vacunas contra el ébola. “Han sido probadas en ratones y han tenido una alta eficacia”, sostiene el experto.
El mismo equipo investiga también una vacuna contra la nueva cepa de coronavirus en China, que al igual que el ébola, se trata de lo que se conoce como un “virus emergente”. “Ambos son virus y el material genético es similar, pero hay muchas diferencias. Pertenecen a distintas familias. El coronavirus se transmite a través del aire, como la gripe, a diferencia del ébola, que requiere un contacto. Los síntomas también son distintos, el coronavirus ataca al sistema respiratorio mientras el ébola es sistémico, causa hemorragias severas. Sin embargo, aunque el coronavirus es parecido a otros, aún no sabemos cómo se va a comportar”, indica García Arriaza. Mientras el mundo mira a China, el experto considera que “no se hable en los medios de un brote de ébola que sigue estando ahí y ha causado muchas más muertes”.
El virus del ébola es un enfermedad grave, a menudo mortal en el ser humano. Es transmitido por animales salvajes y se propaga en las poblaciones humanas por transmisión de persona a persona.
Los brotes de enfermedad por el virus tienen una tasa de letalidad que es de aproximadamente 50%. En brotes anteriores, las tasas fueron de 25% a 90%.
Las personas no son contagiosas hasta que aparecen los síntomas. Se caracterizan por la aparición súbita de fiebre, debilidad intensa y dolores musculares, de cabeza y de garganta, lo cual va seguido de vómitos, diarrea, erupciones cutáneas, disfunción renal y hepática y, en algunos casos, hemorragias internas y externas.
Un buen control de los brotes depende de la aplicación de diferentes intervenciones, como la atención a los casos, las prácticas de control y prevención de la infección, la vigilancia y el rastreo de los casos, los entierros en condiciones de seguridad o la movilización social.
Fuente: Organización Mundial de la Salud (OMS).