Educación en el Brasil de Bolsonaro: sin Marx, sin el Che y sin repudio a la dictadura

Pocos conceptos ha tenido más claros el ultraderechista Jair Bolsonaro en estos últimos años, rumbo a la presidencia de Brasil, que el de, en su opinión, “los adoctrinadores” del sistema educativo brasileño. Esos que “explican básicamente que el capitalismo es el infierno y el socialismo es el paraíso”. El mensaje ha calado fácil entre su electorado, que le respalda en sus apuestas para que la “educación sexual sea cosa de papá y mamá” o para que en las aulas “no haya ninguna ideología; el profesor no puede abusar de aquella audiencia cautiva para imponer su ideología”.

Si a Jair Bolsonaro le irritan los “libros con fotos del Che Guevara como un gran líder”, a su nuevo ministro de Educación, Ricardo Vélez Rodríguez, le ofende que “las universidades brasileñas, en especial las públicas, controladas a partir de la apertura democrática por la izquierda rabiosa, hayan acabado haciendo de la memoria de 1964 [el año del golpe de estado] un acto indiscriminado de repudio a los militares y a las directrices trazadas por ellos”.

Vélez Rodríguez, colombiano nacionalizado brasileño, es profesor de la Universidad Federal de Juiz de Fora (Minas Gerais), así como profesor emérito de la Escuela de Comando y el Estado Mayor del Ejército. No es muy conocido dentro del entorno académico: fue el escritor y filósofo Olavo de Carvalho, una especie de guía espiritual de Bolsonaro –con opciones de ser el futuro embajador de Brasil en Estados Unidos– el que recomendó al presidente electo el fichaje del profesor. Ha sido necesario, después, el aval de la bancada evangélica del Congreso para oficializar su nombramiento.

El nuevo ministro de Educación –sirva para situar sus preferencias– no tiene reparos en defender al régimen militar que gobernó Brasil entre 1964 y 1985. Asume que fueron autoritarios y que las Fuerzas Armadas no están orientadas a la gobernabilidad, pero destaca que la intervención “evitó que los comunistas tomasen el poder, instaurando la dictadura del proletariado, con el baño de sangre que eso provocaría en un país de dimensiones continentales como Brasil. La opinión pública sabe que la extrema izquierda buscaba eso”.

Estas afirmaciones están archivadas en su blog personal, y forman parte de una columna publicada en 2014 en el diario “O Estado de São Paulo”, bajo el título “1964 medio siglo después”. Añade Vélez Rodríguez que bajo la dictadura militar, “en lo que respecta a la economía, Brasil se transformó en un país industrializado”, subrayando los avances en telecomunicaciones y en construcción de carreteras.

Critica también la Comisión Nacional de la Verdad, encargada de recuperar y documentar algunos de los casos más escabrosos de la dictadura, porque, en su opinión, se convirtió en una “omisión de la verdad”, que analiza “la represión practicada por el Estado, sin, en cambio, recordar nada del terrorismo practicado por la izquierda radical”.

“Escuela sin partido”, para controlar al profesorado

Vélez Rodríguez, como Bolsonaro, como la bancada evangélica, y como todo el conservadurismo brasileño, están alineados con el movimiento “Escuela sin partido”, que tomó fuerza en la pasada legislatura, y que ha desembocado, incluso con apoyo del propio presidente electo, en un llamamiento generalizado para que los estudiantes graben en vídeo y denuncien a profesores que incluyan en sus explicaciones valores fuera de lo establecido por este nuevo orden impuesto. “Vamos a grabar lo que sucede en el aula y vamos a divulgarlo”, animaba Bolsonaro en un vídeo dirigido a los alumnos de todo el país. “Vuestros padres, los adultos, los hombres de bien de Brasil, tienen el derecho de saber lo que estos profesores, entre comillas, hacen con vosotros en el aula”. Algo similar a las “Escuelas Neutras” propuestas por la extrema derecha de Alternativa para Alemania.

El programa de “Escuela sin partido”, convertido en propuesta de ley, será votado en el Congreso brasileña en las próximas semanas. En el Tribunal Supremo, además, será juzgada la posible inconstitucionalidad de la ley inspirada en este movimiento que ha sido aprobada en el estado de Alagoas. Según este movimiento, los profesores no se aprovecharán de los alumnos “para promover sus propios intereses, opiniones, concepciones, o preferencias ideológicas, religiosas, morales, políticas y partidarias”. También indica entre sus puntos que, al tratar cuestiones políticas, socioculturales y económicas, “el profesor presentará a sus alumnos, de forma justa –es decir, con la misma profundidad y seriedad– las principales versiones, teorías, opiniones y perspectivas a ese respecto”.

Para la Campaña Latinoamericana por el Derecho a la Educación (CLADE), el proyecto incentiva la censura a los docentes. Así lo explicaron, recibiendo el apoyo de 87 países, en la 6ª Asamblea Mundial de la Campaña Global por la Educación (Katmandú, Nepal), el pasado mes de noviembre. Según CLADE, detrás de la “Escuela sin partido” se esconden “prácticas persecutorias y violadoras de derechos humanos, que tienen el control como principio y finalidad”.

Días antes de ser nombrado nuevo ministro de educación, Vélez Rodríguez enumeraba, de nuevo desde su blog personal, algunas de las recomendaciones para la cartera que ahora dirige. Ya era consciente de que estaba entre los principales candidatos al puesto, y afirmaba que trabajaría para que el sistema educativo crezca desde el ámbito municipal, siguiendo el lema del presidente: “Más Brasil y menos Brasilia”. Opina el ministro que “la proliferación de leyes y reglamentos sofocó en las últimas décadas la vida ciudadana, convirtiendo a los brasileños en rehenes de un sistema de enseñanza ajeno a sus vidas y afinado en la tentativa de imponer a la sociedad un adoctrinamiento de índole cientifista y enquistado en la ideología marxista travestida de revolución cultural gramsciana”.

Protesta de lo que denomina “invenciones perniciosas” como “la educación de género, la dialéctica de nosotros contra ellos, y una reescritura de la historia en función de los intereses de los denominados intelectuales orgánicos”, destinada, en su opinión, a “desmontar los valores tradicionales de nuestra sociedad, en lo que respecta a la preservación de la vida, la familia, la religión, en suma, del patriotismo”. Estas últimas referencias no podían faltar, si quería el beneplácito de los grupos evangélicos que apoyan a Bolsonaro.