El presidente Donald Trump anunció que él y la primera dama tienen coronavirus este viernes de madrugada, es decir, un mes y un día antes de las elecciones. Lo que pase el 3 de noviembre ya estará marcado por la enfermedad que personalmente afecta al presidente y que ha acabado con la vida de más de 200.000 personas en Estados Unidos. A última hora del viernes, hora peninsular española, ha sido trasladado a un centro médico militar.
En las campañas presidenciales se habla en cada ciclo electoral de “la sorpresa de octubre”, un término que se cree utilizó por primera vez el jefe de campaña de Ronald Reagan en 1980. Octubre siempre ha sido el momento en que los candidatos publican o filtran información dañina sobre su oponente. “October surprise” también sirve para denominar cualquier evento inesperado que sucede unas semanas antes de la votación.
La sorpresa de este octubre llegó con el tuit más compartido de la historia de Trump en la red social.
Sin mítines y peligran los debates
El impacto directo del diagnóstico de coronavirus de Trump para la campaña e incluso la candidatura republicana dependerá en primer lugar de la evolución médica del presidente.
Fuentes de La Casa Blanca habían dicho a la agencia AP que el presidente tenía “síntomas leves”, pero el estado del presidente ha hecho aconsejable su traslado a un hospital. Trump, de 74 años, siempre ha sido más secretista que sus predecesores inmediatos sobre su estado de salud. Sus parcos informes médicos muestran que tiene el colesterol alto y sufre obesidad. Desde el jueves, el presidente mostraba una ligera ronquera, pero también se puede atribuir a su actividad de campaña, entre el debate del martes, donde gritó a menudo, y varios eventos con público. A última hora de este viernes, hora peninsular española, el presidente de Estados Unidos tenía unas décimas de fiebre, tos y congestión. El diario The New York Times relata que le ha sido administrado un tratamiento experimental de anticuerpos indicado para síntomas leves.
En cualquier caso, incluso con la evolución más favorable de la enfermedad, en las próximas dos semanas el presidente no podrá celebrar mítines ni eventos de recaudación, como estaba haciendo hasta ahora. Por ejemplo, este fin de semana ha tenido que cancelar sus mítines en Wisconsin, uno de los estados clave y uno de los más tocados ahora por la pandemia. También peligra el segundo debate presidencial, previsto para el 15 de octubre en Miami.
Ahora, además, el vicepresidente Mike Pence también estará en observación y puede tener problemas para acudir al debate con la candidata demócrata a vicepresidenta, Kamala Harris, del 7 de octubre. De momento, Pence y su esposa han dado negativo en el test.
La enmienda 25
En el peor de los casos, si Trump padeciera una evolución más severa de la enfermedad, podría estar fuera de juego para el resto de la campaña.
En el caso de que estuviera en algún momento inconsciente o que sus facultades se vieran impedidas, el poder de la Presidencia pasaría a Pence, tal y como prevé la Enmienda 25 de la Constitución de Estados Unidos, que ya se ha utilizado varias veces para una transferencia de poder temporal por incapacidad del presidente.
Por ejemplo, en 2002 y 2007, cuando George W. Bush tuvo que someterse a colonoscopias y Dick Cheney fue el presidente durante unas horas. También se utilizó cuando Ronald Reagan pasó por una operación de cáncer en 1985 y delegó el poder en su vicepresidente, George H.W. Bush.
En el caso más extremo del fallecimiento del presidente, Pence sería el presidente. Si le sucediera algo al vicepresidente, la Constitución prevé que la siguiente persona en la cadena de la sucesión sería la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.
El riesgo para Biden
Para la candidatura a las elecciones, si Trump estuviera incapacitado o falleciera, el partido tendría que escoger a otra persona después de una consulta con sus miembros delegados de cada estado con una votación incluida. Lo más complicado podría ser cambiar el nombre en la papeleta, que tiene implicaciones legales y puede abrir disputas en los tribunales.
El coronavirus de Trump, además, puede tener un impacto en la campaña demócrata. El presidente y su equipo de campaña compartieron espacio durante horas el martes con Joe Biden y su equipo.
El candidato demócrata y su esposa, Jill, anunciaron este viernes que ambos han dado negativo en un test de coronavirus, según su médico. Biden tendrá que estar bajo vigilancia ya que la infección puede tardar días en manifestarse después de un contagio.
Los integrantes de la campaña y los familiares de Trump no quisieron hacer caso de la obligatoriedad de llevar mascarilla exigida por las autoridades sanitarias de Cleveland, en Ohio, donde se celebraba el debate. Llegaron con mascarilla, pero se la quitaron en cuanto llegaron al pabellón de la Universidad del encuentro. Un médico del equipo que velaba por la seguridad del debate se intentó acercar a los familiares e invitados de Trump para ofrecerles mascarillas, pero el grupo se negó a cogerlas.
Trump y Biden se saludaron a unos metros de distancia, pero estuvieron hablando alto o incluso gritando sin mascarilla en un espacio cerrado durante una hora y media.
Biden y su equipo han tomado precauciones durante la epidemia. En el debate, su equipo no se quitó la mascarilla. El candidato demócrata, de 77 años, lleva mascarilla, defiende su uso y nunca ha negado la gravedad de la epidemia.
Ha limitado el contacto con el exterior y durante meses no ha celebrado mítines presenciales, a diferencia de Trump, que los ha celebrado incluso en contra de las peticiones de las autoridades locales. Las entrevistas, con la distancia y mascarillas, las suele hacer en un edificio adjunto a su residencia para que no entre nadie en la casa donde vive.
Igualmente, si hubiera que sustituir al candidato algún motivo médico, el partido demócrata debería escoger a alguien en lugar de Biden, que podría ser Harris o una tercera persona. En el caso de los demócratas, tendrían que consultar a sus líderes en el Congreso y a los gobernadores.
Las mofas de Trump
Más allá de la condición médica de los candidatos, el coronavirus de Trump también afecta su mensaje. El presidente lleva más de seis meses minimizando la pandemia y la amenaza para la salud.
En febrero y marzo, le reconoció al periodista Bob Woodward en una entrevista que sabía de la peligrosidad del virus -incluso del especial riesgo que suponía el hecho de que se transmita fácilmente por el aire-, pero que había optado a propósito por minimizarlo en público. Ahora dice que era por no inducir al “pánico”. Trump también dijo que el virus desaparecería en abril y ha cuestionado a sus propios expertos de salud sobre el uso de las mascarillas o la gravedad de la epidemia, que no remite en gran parte de Estados Unidos.
Durante el debate con Biden, incluso se mofó del candidato demócrata por llevar siempre mascarilla, tal y como recomiendan las autoridades sanitarias de Estados Unidos.
“No llevo una mascarilla como él. Cada vez que le veo, lleva una mascarilla. Puede hablarte a 200 pies de distancia [60 metros] y aparece con la mascarilla más grande que hayas visto nunca”, dijo el presidente.
La evidencia científica muestra que el coronavirus puede permanecer en el aire en espacios cerrados y contagiar a las personas incluso aunque no estén cerca de alguien infectado.
El punto débil
La enfermedad de Trump mina su esfuerzo por cambiar de tema y su mensaje, repetido unas horas antes de dar positivo en el test, de que “el final de la pandemia ya está cerca”.
La gestión de la pandemia es el punto más flojo del presidente incluso entre sus propios votantes, muchos de su generación y especialmente vulnerables al virus.
Según la última encuesta de Reuters-Ipsos sobre el tema, de septiembre, el 65% de los estadounidenses tienen una opinión negativa de la gestión de Trump de la pandemia, entre ellos una parte de votantes que se declaran republicanos o independientes.
La incertidumbre que añade el diagnóstico de Trump también afecta a la confianza en la economía. De hecho, la bolsa abrió a la baja este viernes tras la noticia.