Durante años, Carlos García cogía cada tarde su megáfono y se plantaba en pleno centro, frente a la oficina de Joe Arpaio, el descarado sheriff del condado de Maricopa conocido por su posición extremista y contra los migrantes que le hicieron ganarse el apodo del “Donald Trump de Arizona”.
Cuando García comenzó con sus protestas en 2007, solo le acompañaba un puñado de activistas. Arpaio, un agitador conservador, era reelegido cada cuatro años por la población mayoritariamente blanca del condado más poblado del estado. Parecía intocable.
Sin embargo, a medida que la cruzada de Arpaio contra los inmigrantes se intensificaba, también aumentaron las reacciones contra ella. “Pasamos literalmente de ser cinco personas a ser 200.000”, explica García sobre las protestas.
El 8 de noviembre de 2016, la misma noche en que Donald Trump llegó a la Casa Blanca, Arizona finalmente se deshizo de Arpaio. Tras casi un cuarto de siglo en el poder, el sheriff fue derrotado por los votantes latinos, jóvenes progresistas y votantes blancos que, según García, sentían “vergüenza por la fama que tenía Maricopa” como un sitio hostil e intolerante.
De la misma forma en que el poder de Arpaio presagió el ascenso nacional de Trump, las mismas fuerzas que echaron al sheriff de Maricopa parecen haber cobrado fuerza en todo el país a medida que el presidente avanza en su propia agenda de medidas extremas. Y ahora, esas fuerzas –catalizadas por la pandemia del coronavirus– podrían decidir el futuro del presidente la próxima semana en las elecciones generales de Estados Unidos.
“Somos una comunidad que ha sufrido políticas como las de Trump durante mucho tiempo”, asegura García, que fue elegido como miembro del consejo municipal de Phoenix en 2018. Este año, los latinos y otros grupos se están movilizando para derrotar al “Arpaio de la Casa Blanca”.
El futuro de Estados Unidos
El condado de Maricopa, que incluye a Phoenix, capital del estado de Arizona, junto a los boyantes anillos de suburbios que la rodean, tiene 4,5 millones de habitantes y domina políticamente todo el estado. Un tercio de los habitantes de Maricopa se identifican como latinos, según datos del censo nacional de Estados Unidos.
Durante la pasada década, los cambios demográficos, el aumento de la población y los cambios culturales de los suburbios estadounidenses convirtieron esta próspera metrópolis del desierto –que fue durante décadas un bastión del conservadurismo de la región occidental del país– en uno de los campos de batalla electorales más observados y ferozmente disputados del país.
Es prácticamente imposible ganar las elecciones en el estado de Arizona sin ganar en Maricopa. Por eso, es probable que aquí, en este condado con cada vez más casas de estuco y comunidades de jubilados, se lleve a cabo un referéndum sobre Trump y el Partido Republicano. “Si el presidente pierde en Arizona, será en gran medida por haber perdido en el condado de Maricopa”, señala a The Guardian Jeff Flake, exsenador de Arizona.
El fracaso del gobierno de Trump a la hora de contener la pandemia del coronavirus y los efectos de esta en la economía han adelantado la transformación política del estado, alejando a moderados, independientes e incluso a algunos conservadores del Partido Republicano. Flake, un republicano muy crítico de Trump, ha dado su apoyo en estas elecciones al candidato presidencial demócrata Joe Biden, junto a Cindy McCain, viuda de John McCain, exsenador de Arizona y excandidato a la presidencia por el Partido Republicano en 2008.
Desde 1952, en Arizona ha ganado el candidato presidencial republicano en todas las elecciones menos en una, pero los sondeos de este año le dan una pequeña, pero firme ventaja a Biden. Si bien es matemáticamente posible, nunca un candidato republicano llegó a la Casa Blanca sin los 11 votos electorales que aporta Arizona.
Por eso, los votantes de este condado no solo podrían decidir quién llega a la Casa Blanca, sino qué partido controla el Senado nacional, que a su vez determinará el debate nacional sobre inmigración, educación, sanidad y la crisis climática.
“Guste o no, este estado puede determinar el futuro del país”, advirtió a los votantes de Arizona el activista de derechas Charlie Kirk durante un acto de campaña de Trump el mes pasado. “Si me lo hubieran dicho hace 10 años, habría pensado que era una broma”.
“Nuestras raíces de Arizona”
Hace cuatro años, Trump ganó en el condado de Maricopa por tres puntos porcentuales y ganó en todo el estado por un margen similar, obteniendo un triunfo considerablemente más ajustado que los anteriores candidatos presidenciales del Partido Republicano. Solo dos años después, Kyrsten Sinema ganó en el condado por cuatro puntos y se convirtió en la primera senadora demócrata de Arizona en una generación.
El triunfo de Sinema se debió a una serie de factores que también están en juego a nivel nacional en las elecciones de noviembre: un gran aumento de la participación electoral de las comunidades latinas y el apoyo de los votantes de suburbios de Phoenix que han sido tradicionalmente conservadores. El 16% de las mujeres republicanas se pasaron al bando demócrata, según los sondeos a pie de urna.
Demostrando la importancia que tiene Arizona a nivel nacional, Trump ha visitado este estado más de media docena de veces en el último año, la última esta semana. Biden, que ha limitado más sus viajes por el país a causa del coronavirus, visitó Phoenix a principios de este mes, junto a su compañera en la papeleta, Kamala Harris, en lo que fue su primer acto de campaña juntos. Ambos partidos están gastando una fortuna en anuncios electorales en este estado, tanto en español como en inglés, convirtiendo a Phoenix en uno de los mercados mediáticos más costosos del país.
Sin embargo, Arizona no solo es fundamental para la carrera presidencial. El candidato demócrata al Senado, Mark Kelly –astronauta y esposo de la excongresista Gabrielle Giffords– saca una amplia ventaja en la carrera por el escaño que en su momento ocupó McCain. Y la rival republicana de Kelly, la senadora Martha McSally, ha luchado por distanciarse de un presidente cada vez menos popular.
Mientras tanto, en Phoenix, los demócratas también tienen muy buenas posibilidades de hacerse con el control de la legislatura del estado, después de más de medio siglo sin él. Los demócratas de Arizona han esperado este momento durante años. Algunos dicen que lo único que les sorprende es que haya tardado tanto en llegar.
“Si miras nuestra historia, somos más un estado populista e independiente que un 'estado conservador', por decirlo de alguna manera”, dice Chad Campbell, exlíder demócrata de la legislatura del estado. “Lamentablemente, durante la última década algunas personas –principalmente del Partido Republicano– llamaron la atención por sus políticas extremistas, especialmente sobre cuestiones migratorias”. “Ahora”, añade, “creo que estamos volviendo a las verdaderas raíces de Arizona”.
“Me da vergüenza decir que soy republicano”
Cuando Arizona se convirtió en estado en 1912, Maricopa era una remota extensión desértica habitada por nativos americanos y colonos que llegaban en dirección a la costa oeste. A mediados del siglo XX, gracias al acceso a la refrigeración y el aire acondicionado, este paisaje árido se transformó en lo que ahora es uno de los condados más grandes y de mayor crecimiento del país.
En 2016, Maricopa fue el condado más poblado donde ganó Trump. Pero, igual que otras regiones metropolitanas simpatizantes del republicanismo, se ha vuelto más competitiva a medida que los suburbios se van pareciendo más a ciudades, con una población mayor, más diversa y con mejor nivel educativo.
Una nueva generación de latinos se ha ido alejando de Phoenix, comprando casas y formando familias en los suburbios que rodean la ciudad. Profesionales y familias jóvenes de otros estados más progresistas también se han mudado a Arizona, atraídos por la promesa de sol todo el año, bajos impuestos y viviendas más accesibles.
Estos nuevos vecinos están cambiando el perfil conservador del estado y modificando sus políticas, dicen los expertos. “No son como los republicanos de Arizona que se creen que son cowboys y policías”, dice Josh Ulibarri, un encuestador demócrata que vive en Phoenix. “Son republicanos conservadores en materia tributaria, pero que, con el tiempo, han comenzado a apoyar la educación pública, los derechos reproductivos de las mujeres y llegan a este estado que todavía está bajo el control de la extrema derecha republicana y piensan ‘este no es mi partido republicano’”.
Desde el triunfo de Barack Obama en 2008, el Partido Republicano de Arizona se ha ido inclinando cada vez más hacia la derecha y ha adoptado la estrategia de Trump, enfocándose casi exclusivamente en movilizar a los seguidores más fieles.
Este enfoque corre el riesgo de engadar aún más a los republicanos moderados y a los votantes independientes, especialmente a las mujeres, que se han alejado del partido a medida que ha ganado influencia Trump. Según un sondeo realizado por el New York Times y el Siena College, Biden lleva una ventaja de 18 puntos entre las mujeres de Arizona y, como símbolo de su fortaleza en los suburbios, una ventaja de 9 puntos en el condado de Maricopa. McSally va detrás de su rival demócrata por un margen similar.
“Lo que sabemos es que no hay futuro con el trumpismo. Demográficamente, es un callejón sin salida”, dice Flake. Aunque en 2016 Trump ganó en áreas suburbanas por casi cuatro puntos, los sondeos de opinión sugieren que a nivel nacional su apoyo se está viniendo abajo, ya que las mujeres, la población de las afueras y los votantes con estudios universitarios se han ido alejando cada vez más del partido. “Como partido, tendremos que cambiar”, añade Flake. “Espero que podamos hacerlo antes de darle al presidente un segundo mandato”.
Robbie Shaw, otro republicano de toda la vida y exmiembro de la legislatura de Arizona, está ayudando activamente a la campaña demócrata. El mes pasado, durante una mesa redonda virtual titulada “Republicanos por Mark [Kelly]”, Shaw afirmó estar horrorizado por la forma en que los senadores republicanos permitieron que el presidente “acaparara el poder de modo tan brutal y autoritario”.
“Hoy en día, todo parece incierto e inseguro, desde nuestra sanidad hasta nuestro dinero y nuestras libertades básicas”, dijo. “Me da vergüenza decir que soy republicano”.
Una misión de 15 años
Mientras los republicanos evalúan sus lealtades dentro del partido, el movimiento de protestas liderado por jóvenes y latinos que se alzó contra Arpaio y las políticas antinmigratorias de la última década, ahora trabaja para movilizar una vez más a su comunidad.
Desde 2010, cuando la legislatura de Arizona aprobó la SB1070, una de las leyes más duras del país contra la migración, One Arizona, una coalición de grupos progresistas, ha registrado a 780.000 votantes en el censo electoral. “Esta ha sido una misión de 15 años de duración”, asegura Eduardo Sainz, director por Arizona de Mi Familia Vota. “Y ahora estamos viendo los frutos”.
La mayoría de la población latina de Maricopa es joven –la edad promedio es 26 años– y de origen mexicano. A pesar de la pandemia por el coronavirus, los promotores de Mi Familia Vota han redoblado esfuerzos por registrar en el censo electoral al mayor número de latinos posible.
Una abrasadora tarde de septiembre, cuando la temperatura llegaba a los 40 grados centígrados, Melissa Garcia, de 23 años, le abrió la puerta a los activistas, con un bebé en los brazos y un alegre perrito chihuahua a sus pies. “Antes pensaba que mi voto no tenía valor”, relató. Pero este año va a votar por primera vez, incitada por la forma en que Trump habla de los inmigrantes y porque quiere “echar a todo el mundo”.
García mencionó las medidas de Trump que separaron familias, cuando les quitaban los hijos a los inmigrantes en la frontera sur como método disuasorio para que no quisieran entrar al país. Aún quedan 500 niños que no han sido devueltos a sus familias. “Mete a los niños en jaulas. Eso nos afectó mucho”, dijo. “Quiero que se vaya”.
En 2018, los jóvenes latinos votaron en cifras récord. Un análisis de los resultados realizado por Decisiones Latinas concluyó que los votantes latinos fueron “en gran parte responsables” de los triunfos demócratas de ese año. Desde entonces, se calcula que unos 100.000 latinos han cumplido 18 años y ahora pueden votar.
Por primera vez, en las elecciones de este año, los latinos podrían ser el mayor grupo de población votante, aparte de los blancos, con unos 32 millones de votantes en el censo electoral. Y los demócratas creen que el voto latino será decisivo este año, sobre todo en estados en disputa como Wisconsin o Arizona.
“Nos estamos jugando todo por lo que hemos luchado en materia de sanidad, educación, inmigración y derecho penal”, dice Carlos García, el miembro del concejo municipal de Phoenix. “Así que hay mucha presión para que vayamos a votar”.
La pandemia
En Arizona, igual que en el resto del país, la pandemia del coronavirus ha dominado la campaña electoral. El virus se ha cobrado la vida de casi 6.000 personas en el estado y ha dejado a cientos de miles de personas sin empleo, ensañándose especialmente con los latinos, negros y nativo-americanos. El condado de Maricopa ha sido especialmente golpeado por el desempleo y es el quinto más afectado en todo el país.
“Es muy duro”, dice Bill Whitmire, de 56 años, con la voz temblorosa al recordar cómo fue contagiarse del virus a principios de año. Ahora, su pequeño negocio de venta de café ha desaparecido y él y su mujer aún luchan contra síntomas de fatiga y confusión. Igual que muchos residentes de Arizona, Whitmire culpa a Trump y al gobernador republicano, Doug Ducey. “Estoy muy enfadado”, dice. “Yo incluso voté por Ducey. Me parecía un tío decente”.
En mayo, por orden de Trump, Ducey se apresuró por reabrir restaurantes, tiendas y peluquerías. Poco después de que levantaran las restricciones, Trump apareció sin mascarilla en un evento en un lugar cubierto en Phoenix para celebrar las medidas del gobernador. Sin embargo, por entonces Arizona ya era un foco nacional de contagios, retrasando los esfuerzos por reactivar la economía.
Los contagios se dispararon, los hospitales llegaron casi a su capacidad máxima y las funerarias colapsaron. Los alcaldes le pidieron al gobernador que les diera la autoridad para poner en vigor protocolos para contener al virus, como la obligatoriedad de llevar mascarilla. Y Ducey finalmente cedió.
Ahora, mientras nuevos brotes en escuelas y universidades generan una nueva ola de contagios, la pandemia sigue siendo un tema primordial para muchos votantes, ya que afecta a sus prioridades y finalmente su voto.
Los sondeos concluyen que la mayoría de los estadounidenses no aprueba la gestión del presidente de la pandemia. Mientras Trump sigue minimizando el virus e insiste en que pronto “desaparecerá”, Biden ha prometido poner en marcha un detallado plan con base científica para detener los contagios, reabrir las escuelas y reactivar la economía de forma segura. “Por primera vez en mi vida, creo que voy a votar a los demócratas”, dice Whitmire.
Igual que en el resto del país, en Arizona la pandemia también alejó a Trump de la población mayor, ya que es el grupo más vulnerable y un sector de votantes muy importante en un estado que muchos eligen para vivir su jubilación. En 2016, Trump ganó entre los votantes mayores de 65 años en Arizona por 13 puntos, según los sondeos a pie de urna. Pero una encuesta de octubre realizada por Monmouth en Arizona concluye que Biden le ganaría a Trump con un 56% frente a un 42% entre los votantes de ese grupo de edad.
Aún así, muchos conservadores creen que el apoyo a Trump y a su partido es mayor de lo que dicen los sondeos y de lo que reflejan las cifras de donaciones a las campañas.
En los últimos cuatro años, los republicanos solo se han fortalecido en las zonas rurales del estado. Ha aumentado su registro en el censo electoral y muchos sondeos dicen que allí todavía se le tiene fe al presidente para que arregle la economía.
Al mismo tiempo, Trump tiene fuertemente controladas a las legiones de conservadores que componen la base del partido. En los eventos de campaña a los que asiste el presidente con su familia se forman filas de largas horas y se llenan de seguidores sin mascarilla ni distanciamiento físico.
Con una gorra con la palabra “deplorable” y pendientes con la bandera estadounidense, Peggy Stewart fue una de las personas que hizo cola para entrar a un evento con el hijo mayor de Trump, Donald Trump Jr, el mes pasado en Chandler. A pesar de su fe en que Trump ganará otra vez en las urnas, Stewart le tiene miedo a un posible Gobierno de Biden.
Sintió miedo al ver las escenas de violencia en algunas ciudades, tras las protestas principalmente pacíficas de este verano contra lel racismo tras la muerte de George Floyd en Minneapolis a manos de la policía. Stewart dice que los residentes de la comunidad de jubilados donde ella vive en Peoria quieren “ley y orden”, algo que cree que solo puede garantizar el presidente.
“Creo que Biden y los demócratas están intentando hacer de este país un país socialista”, advierte apesadumbrada, haciéndose eco de las palabras del presidente. “Trump está intentando poner las cosas en orden”.
Arizona está cambiando
A una semana de las elecciones, ya han votado más de un millón de votantes del condado de Maricopa, rompiendo todos los récords de voto anticipado y presagiando una participación histórica. Pero al margen de lo que suceda en las elecciones de este noviembre, el estado de Maricopa está sufriendo una profunda transformación política, igual que otras regiones en rápido crecimiento en toda la zona sur y oeste de Estados Unidos.
En Arizona, la afiliación entre partidos está dividida en partes casi iguales entre republicanos, demócratas e independientes. En 2016, los independientes fueron muy importantes para el triunfo de Trump, pero ahora los sondeos sugieren que le están dando la espalda a él y a sus aliados.
“Cuando miras la carrera por el Senado y otras elecciones estatales, queda claro que no puedes ser discípulo de Trump y pretender ganar en Arizona”, dice Flake. “Aquí no gusta nada esa forma de hacer política”.
Si Flake tiene razón, los republicanos de Arizona podrían, en un lapso de cuatro años, perder las elecciones presidenciales, un segundo escaño en el Senado y potencialmente ambas cámaras de la legislatura estatal. Una derrota rotunda en este estado tradicionalmente conservador podría anticipar desafíos aún más profundos para el partido en estados en toda la región sur y oeste, que son esenciales para sus triunfos electorales.
Por ahora, los progresistas del estado están principalmente alineados tras el objetivo común de sacar a Trump y a sus aliados republicanos del Gobierno, pero a medida que el Partido Demócrata gana poder político aquí, también surgen potenciales conflictos entre los demócratas moderados y los progresistas más envalentonados que quieren imponer prioridades de la izquierda, como la sanidad, la crisis climática y la inmigración.
Athena Salman, una activista progresista que se convirtió en congresista demócrata de la legislatura de Arizona, fue elegida por primera vez el 8 de noviembre de 2016, la misma noche en que Arpaio fue derrotado y Trump ganó las elecciones. Para ella, el triunfo de Trump tuvo un lado bueno: fue un “toque de atención” para muchos, dice.
Cuatro años después, Salman cree que Arizona no solo le dará el golpe de gracia a Trump, sino que marcará el amanecer de una nueva era política. “Como el ave fénix renaciendo de sus cenizas”, dice. “Así vamos a reconstruir Arizona”.
Traducido por Lucía Balducci