Cuando asuma el cargo el próximo 20 de enero, Joe Biden heredará un país profundamente dividido y una crisis de enorme magnitud, la pandemia de COVID-19, que tendrá que gestionar. La lucha contra el coronavirus ha sido el eje central de su campaña y uno de los mensajes más repetidos durante su discurso de victoria. También ha impregnado sus primeros nombramientos en los últimos días, en unos momentos en los que el virus vuelve a propagarse con fuerza en EEUU.
Biden y su vicepresidenta, Kamala Harris, han fijado la crisis sanitaria como una de sus prioridades y han prometido una respuesta “urgente, sólida y profesional”, en la que el Gobierno federal actúe con rapidez y determinación, y con un liderazgo basado en la ciencia. Lo hacen en oposición al “fiasco” de la gestión de Donald Trump, que parece ser un factor decisivo en su derrota en las elecciones: en los meses previos, los sondeos mostraron que los votantes creían que Biden respondería a la COVID-19 de manera más efectiva que Trump y, según una encuesta a pie de urna, dos de cada 10 mencionaron la pandemia como su principal motivación a la hora de elegir presidente, solo superado por la economía.
Quedan dos meses para la jura de Biden, pero ya se percibe el cambio de rumbo. Mientras Trump ha insistido en minimizar la gravedad y en repetir (cerca de 40 veces) que el coronavirus va a desaparecer, el presidente electo ha apostado por un nuevo tono y una visión más realista de la pandemia –“todavía nos enfrentamos a un invierno oscuro”–. Uno de sus mensajes ha sido que hay que poner fin a la politización de las medidas básicas como el uso de mascarillas y el distanciamiento social, dirigido a una nación dividida, plagada de apatía y desinformación y cuya aceptación tendrá que ganarse, según señalan los expertos. Su poder en estos momentos es limitado, pero algunos especialistas recuerdan que tiene “una autoridad moral como presidente entrante”.
En su primera medida como presidente electo, Biden ha anunciado la formación de un comité especializado para luchar contra la pandemia, compuesto por 13 expertos y presidido por el ex Cirujano General Vivek Murthy, el exdirector de la Administración de Fármacos y Alimentos David Kessler y la profesora de la Universidad de Yale Marcella Nunez-Smith. La creación de esta junta ha sido recibida con entusiasmo por los científicos de EEUU, pero hay voces que están pidiendo que trabajen desde ya con el equipo de Trump. Este miércoles, Biden ha anunciado que su asesor Ron Klain, muy crítico con la gestión actual de la pandemia y coordinador de la respuesta al ébola en 2014, será su jefe de gabinete.
El virus continúa propagándose sin cesar en territorio estadounidense, a golpe de récords de nuevos casos (más de 140.000 este miércoles en solo 24 horas) e incrementos en las hospitalizaciones, y es probable que llegue lo peor justo cuando la administración Biden-Harris asuma el cargo. De momento, han lanzado un plan en su web de transición para combatir la COVID-19 que consta de varios puntos, desde incrementar el número de pruebas hasta restablecer las relaciones con la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Escuchar a la ciencia
Ha sido su principal mantra en campaña y su mayor promesa. Algo básico: creer en la ciencia. “La administración Biden-Harris siempre escuchará a la ciencia, se asegurará de que las decisiones de salud pública sean formuladas por los profesionales de la salud pública y promoverá la confianza, la transparencia, el interés común y la rendición de cuentas de nuestro gobierno”, reza el plan de Biden.
La promesa ha sido objeto de burla para Trump, que hace menos de un mes dijo en un mitin: “Él (Biden) escuchará a los científicos. Si escuchara totalmente a los científicos, ahora mismo tendríamos un país que estaría en una depresión masiva”. La respuesta del presidente a la pandemia se ha caracterizado por minimizar constantemente la gravedad del virus y transmitir un optimismo injustificado. En todos estos meses, Trump ha arremetido contra los propios expertos de su administración y ha lanzado mensajes engañosos y considerados peligrosos para la salud pública, dando alas en algunas ocasiones a teorías de la conspiración.
Además de crear una junta asesora, Biden también ha dicho que ordenará a los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) que brinden orientación específica, por ejemplo, sobre cuándo se deben o no cerrar negocios. Los críticos de Trump sostienen que ha marginado continuamente a la agencia federal –que tiene una sólida trayectoria en respuesta a enfermedades infeccionas–, por lo que se espera que el papel de los CDC cambie drásticamente bajo el mandato de Biden.
Sin embargo, recuperar la confianza en la ciencia y la credibilidad de los expertos no será sencillo después de cuatro años de mentiras y medias verdades, y meses de respuesta federal caótica a la pandemia. Según una encuesta difundida en septiembre por Stat News, la confianza de la población en los CDC y los principales médicos del país, como Anthony Fauci, estaba cayendo rápidamente, particularmente entre los republicanos.
Más pruebas y rastreo
Es el primero de los compromisos del presidente electo en su plan: que todos los estadounidenses “tengan acceso a pruebas regulares, fiables y gratuitas”. Se considera que los fallos en la estrategia de pruebas al inicio de la pandemia contribuyeron al descontrol del virus en EEUU. Si bien el número de test efectuados se ha multiplicado desde entonces –de 0,4 pruebas diarias por cada 1.000 personas el 1 de abril a 3 por cada 1.000 a mediados de octubre–, los expertos han seguido reclamando un incremento para controlar la pandemia, mientras Trump ha llegado a defender que las pruebas “son un arma de doble filo”.
En concreto, Biden quiere duplicar el número de sitios para efectuar los test desde los coches, invertir en nueva tecnología y establecer “una Junta de Pruebas de la Pandemia similar a la Junta de Producción de Guerra de Roosevelt (bajo la cual se produjeron tanques o aviones)” para fabricar y distribuir “decenas de millones” de test. También movilizarán, dicen, “al menos a 100.000 personas” para poner en marcha “estrategias culturalmente competentes” para el rastreo de contactos y la protección de las poblaciones en riesgo en todo el país.
Algunos medios estadounidenses como el Washington Post sostienen que los planes de Biden pueden chocar con un país dividido y con la posibilidad de tener que lidiar con un Senado controlado por los republicanos que no esté dispuesto a apoyar un mayor papel federal en las pruebas y el rastreo de contactos, entre otras responsabilidades que ahora se dejan principalmente a los estados. Trump ha dejado en gran medida a los gobernadores que gestionen la crisis por su cuenta, pero también ha presionado para que los estados reabran sus economías tanto como sea posible, lo que ha desembocado en un mapa fragmentado de restricciones y tensiones entre las diferentes autoridades.
Mascarillas obligatorias y solucionar los problemas con los EPI
Gran parte del mensaje del exvicepresidente se ha centrado en las mascarillas, que ya convirtió en su sello de identidad durante la campaña mientras su rival hacía caso omiso a las recomendaciones sanitarias en sus mítines, evitando llevarla e incluso mofándose de Biden por hacerlo. “Se lo suplico. Lleven mascarilla. Háganlo por ustedes. Por su vecino. Una mascarilla no es una declaración política, pero sí una buena manera de empezar a unir al país”, ha dicho el demócrata en una de sus primeras intervenciones públicas tras su victoria, defendiendo que puede salvar decenas de miles de vidas.
Biden se ha comprometido a trabajar con gobernadores y alcaldes de todo el país para impulsar el uso obligatorio de mascarillas. Como recuerda la CNN, la mayoría de los estados ya tienen algún tipo de orden sobre las mascarillas, pero algunos (como Alaska, Florida o Arizona) no tienen una regla estatal, y se limitan a recomendarlas o a delegar en las autoridades locales. También, ha asegurado en campaña que ordenará el uso de máscaras en todos los edificios federales y en todo el transporte interestatal. Pero su plan de transición no incluye una orden presidencial como tal y el propio Biden ha admitido que puede afrontar dificultades legales.
Por otro lado, el presidente electo se ha comprometido a “solucionar los problemas con el equipo de protección individual(EPI) definitivamente”.
Como otros países, EEUU sufrió a comienzos de este año una grave escasez de este equipo vital sobre todo para el personal sanitario, un problema que algunos estudios consideran que se amplificó por –entre otros factores como la interrupción de la cadena de suministro global–, la falta de una acción eficaz por parte del Gobierno federal para mantener y distribuir las existencias nacionales. Entre marzo y mayo, el 6% de todos los pacientes hospitalizados con COVID-19 eran trabajadores sanitarios, según un informe reciente de los CDC. Ahora, ante la nueva explosión de casos, algunas instalaciones sanitarias están volviendo a carecer de suministros suficientes de mascarillas.
En su plan, Biden asegura que usará la Ley de Producción de Defensa para aumentar la producción de mascarillas, protectores faciales y otros EPI para que la oferta supere la demanda y las tiendas y reservas se repongan por completo. También promete ampliar la capacidad de fabricación de estos productos para que Estados Unidos no dependa de otros países.
Inversión adicional en distribución de vacunas y volver a la OMS
El gobierno de Trump ya ha destinado miles de millones de dólares a procurarse potenciales vacunas y tratamientos contra la pandemia. El político demócrata ha afirmado que planificará la distribución efectiva y equitativa de los mismos, “porque el desarrollo no es suficiente si no se distribuyen eficazmente”.
En ese sentido, promete invertir 25.000 millones de dólares en un plan de fabricación y distribución de vacunas “que garantice que llegue a todos en EEUU, sin costo”, así como asegurarse de que “no solo los ricos y bien conectados reciban la protección y la atención que merecen, y no se aumentan los precios a los consumidores a medida que los nuevos medicamentos y tratamientos salen al mercado”.
También, Biden ha dicho que su administración alentará al Congreso a aprobar un paquete de emergencia para ayudar a las escuelas a pagar los recursos que necesitan para adaptarse a la COVID-19 y creará “paquete de reinicio” para ayudar a las pequeñas empresas a pagar el equipo de protección y el plexiglás.
El presidente electo ha agregado entre sus prioridades restablecer “inmediatamente” la relación de EEUU con la OMS, que “aunque no es perfecta, es esencial para coordinar una respuesta global durante una pandemia”. En una decisión que alarmó a los expertos, tras una serie de ataques y acusaciones, la administración Trump inició formalmente el proceso de salida de la OMS en julio.