El sábado el sol dorado de otoño iluminaba un Washington patas arriba con la elección presidencial sumida en el caos mientras Donald Trump empezaba su primera jornada completa ingresado en el hospital.
El presidente había salido de la Casa Blanca apenas unas horas antes en la noche del viernes, tras una interminable vigilia en espera de novedades. Con aspecto apagado y el pulgar hacia arriba, no respondió a los periodistas que le lanzaban a gritos preguntas sobre su salud.
Trump atravesó cansino el jardín para abordar el helicóptero presidencial. La única señal de que algo importante había cambiado estaba en su rostro: se había puesto una mascarilla.
Justo antes de la puesta de sol, el Marine One se elevó con un presidente que acaba de dejar a la Casa Blanca sin timón, con miedo y dudas sobre cómo evolucionarán los acontecimientos. La estrella de reality show convertida en presidente de EEUU acababa de vivir su momento de mayor suspense. La primera “sorpresa de octubre” en las presidenciales del 3 de noviembre, aunque tal vez no sea la última.
Vuelve a la Casa Blanca
Este martes, Trump anunció en su cuenta de Twitter que dejaba el hospital y volvía a la Casa Blanca, antes de que sus médicos pudieran anunciarlo y explicar los detalles de su condición actual. El presidente incluso aprovechó el anuncio para minimizar la importancia del coronavirus por el que han muerto más de 200.000 personas en Estados Unidos. Por si fuera poco, en su primera imagen pública desde la Casa Blanca, el presidente se quitaba la mascarilla.
Médicos y asesores habrían aconsejado al presidente, según varias fuentes, que se quedase en el hospital para controlar los próximos días clave en la evolución de la enfermedad.
Pero el médico de Trump, Sean Conley, dijo que “aunque no está fuera de peligro”, puede seguir el tratamiento en la Casa Blanca de esteroides.
El médico insistió en que Trump seguirá recibiendo “atención médica de primera” 24 horas al día por los recursos hospitalarios que tiene la Casa Blanca. Tendrá un control especial de aquí al próximo lunes. Conley insistió que no echará de menos nada del hospital que no pueda tener en la residencia presidencial.
A la pregunta de si podrá retomar su actividad de viajes de campaña, el médico dijo: “Veremos”.
Muchas dudas sobre su salud
Pero sigue habiendo muchas dudas sobre la salud del presidente dada la información escasa y contradictoria que han dado hasta ahora sus médicos.
Tras confirmarse que ni siquiera el comandante en jefe del país más poderoso del mundo es inmune al coronavirus, a sus 74 años el presidente Trump ha pasado el fin de semana en un hospital militar cerca de Washington. Se dice que tenía fiebre y fatiga, pero había muchas dudas sobre su estado de salud, el peligro de que empeore y una posible incapacidad.
La próxima semana será clave para su evolución, como en todos los pacientes de coronavirus.
Se rompe la burbuja negacionista
En su ausencia, el ambiente en la Casa Blanca ha sido de pánico, con una preocupación cada vez mayor por la propagación del virus dentro del Gobierno y por las posibles alteraciones que podría causar en el funcionamiento del Gobierno.
El personal ha roto con meses de burbuja negacionista de Trump en los que se evitaban las mascarillas y se congregaban en los pequeños espacios y estrechos pasillos del Ala Oeste. El positivo del presidente es un recordatorio escalofriante de lo que el resto del país sabe desde hace tiempo: nadie está a salvo. “La gente se está volviendo loca”, afirmó al periódico The Washington Post una fuente.
A medida que avanzaba el viernes y empeoraba la salud de Trump, los trabajadores de la sede del Gobierno se vieron obligados a enfrentarse a la posibilidad de que su salud también podía estar en peligro.
Los últimos positivos, anunciados este lunes, son de su portavoz y de dos personas del departamento de prensa.
Ante la ausencia de información, los rumores y las conjeturas no sirvieron precisamente para calmar los nervios. Las únicas fuentes de los medios de comunicación eran filtraciones en off the record de altos cargos o tuits presidenciales como el siguiente: “¡Avanzando bien, creo! Gracias a todos. ¡¡¡AMOR!!!”.
Fuertemente vigilada, la Casa Blanca es una de las construcciones más seguras del mundo con una nueva valla de cuatro metros que mantiene fuera a intrusos, manifestantes y terroristas. Pero tampoco ha podido contra un patógeno invisible que ha matado a más de 205.000 estadounidenses. Según los analistas, es la metáfora perfecta del fracaso de la Administración Trump en la lucha contra la pandemia.
De qué manera se contagió Trump; en qué momento; o por quién; son preguntas cuya respuesta sigue sin conocerse. Lo que sí parece haber quedado claro es la destrucción del mito de la invulnerabilidad.
El posible origen
El sábado 26 de septiembre se celebró en el Jardín de Rosas de la Casa Blanca la nominación al Tribunal Supremo de la jueza Amy Coney Barrett. Hubo más de 150 invitados sin mascarillas, sentados unos juntos a otros, aparentemente relajados por la idea de que al aire libre no se corren riesgos.
Al menos para siete de los presentes no fue así. Donald Trump; la primera dama, Melania Trump; la exconsejera de la Casa Blanca, Kellyanne Conway; el exgobernador de Nueva Jersey, Chris Christie; el presidente de la Universidad de Notre Dame, John Jenkins; y los senadores Mike Lee y Thom Tillis dieron positivo en las pruebas de coronavirus que se hicieron después.
El sábado por la mañana se supo que Bill Stepien, director para la campaña de reelección de Trump, también dio positivo, generando más caos en la previa electoral. En ausencia de Stepien, el subdirector Justin Clark está listo para hacerse cargo de la campaña. Este lunes ha dado positivo la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Kayleigh McEnany. La CNN ha informado que dos asesores de la secretaria también han dado positivo. Según la cadena estadounidense, en total son 11 las personas cercanas al presidente que han dado positivo.
Tras la celebración del sábado 26 en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca, a la que siguió una recepción en el interior del edificio, la siguiente semana fue para Trump un torbellino de actos de campaña para las presidenciales.
El debate sin mascarilla
El martes se enfrentó a su rival Joe Biden durante el caótico y deprimente debate televisado desde Cleveland (Ohio), donde muchos de los miembros de su séquito se sentaron sin mascarilla, en contraste con los del equipo del demócrata, que siguieron estrictamente todos los protocolos.
El jueves, y aunque ya sabía que había estado expuesto a su asesora Hope Hicks, contagiada, Trump asistió a un encuentro de recaudación de fondos en su club de golf de Bedminster, en Nueva Jersey. Esa noche concedió una entrevista a Sean Hannity, de Fox News, durante la que habló despreocupadamente y en la que pareció responsabilizar al ejército o a las fuerzas del orden de romper las reglas de distanciamiento: “Quieren abrazarte y besarte porque realmente hemos hecho un buen trabajo para ellos. Cuando uno se acerca, pasan cosas”.
La noticia del positivo de Trump en las pruebas del coronavirus, posiblemente el tuit más trascendental de toda su presidencia, llegó justo antes de la una de la madrugada del viernes. Por fin, dijeron los críticos, un hombre célebre por sus fábulas y sus maniobras de desinformación se veía obligado a enfrentar una fría verdad científica a la que no podía insultar y contra la que no podía tuitear.
En su tuit también nombró correctamente a la enfermedad. COVID-19, escribió, en vez de usar términos como “el virus de China”, la plaga, o la “kung flu” [juego de palabras con flu, gripe en inglés] con los que se había referido anteriormente a la enfermedad.
Realidad vs versión oficial
Horas después, la Casa Blanca trató de proyectar la idea de que todo seguía funcionando como siempre. Los funcionarios Mark Meadows, Larry Kudlow y Kayleigh McEnany se esforzaron por asegurar a los periodistas que Trump estaba de buen humor y que sólo tenía síntomas leves.
Pero por la tarde se hizo evidente la brecha cada vez mayor entre la realidad y esa versión oficial. Se anunció que Trump había recibido una combinación experimental de medicamentos y que, “por precaución”, se lo llevaban al hospital.
El viaje del Marine One
Muchos en Washington tuvieron la sensación de que el generalmente rutinario viaje del Marine One era, en esta ocasión, un capítulo de la historia que se desarrollaba delante de ellos.
“A lo largo de los años en Washington he presenciado y escuchado muchos momentos imborrables, pero nada como el Marine One sobrevolando nuestro barrio con destino a Walter Reed, llevando a un presidente golpeado, como millones de personas, por una pandemia global”, tuiteó el periodista Howard Fineman. “Inquietante, aterrador. La política se calma un momento”.
Las autoridades del Gobierno dijeron que los días de Trump en el centro médico militar nacional de Walter Reed eran una medida de precaución y que seguiría trabajando desde la suite presidencial del hospital, equipada para que pueda cumplir con sus deberes oficiales.
Mensajes contradictorios
Pero una serie de mensajes discrepantes y contradictorios sembraron dudas entre la opinión pública. La rueda de prensa que el equipo médico dio el sábado pintó un cuadro color de rosa, pero los facultativos no respondieron cuando les preguntaron si Trump había recibido oxígeno suplementario y ofrecieron un confuso cronograma que después hubo que corregir.
El sábado por la noche, el presidente publicó un vídeo. Tenía aspecto de agotado, pero insistía: “Me siento mucho mejor”. Su jefe de personal, Mark Meadows, dijo después a Fox News: “Ha experimentado una mejora increíble desde ayer por la mañana, cuando sé que varios de nosotros, el doctor y yo, estábamos muy preocupados... Tenía fiebre y el nivel de oxígeno en sangre había bajado rápidamente”.
Pero en la mañana a la que hacía alusión Meadows, él mismo había dicho a los periodistas que Trump tenía “síntomas leves” y que estaba “muy vigoroso”.
Su hospitalización es la amenaza más grave a la salud de un presidente de EEUU en ejercicio desde 1981, cuando atendieron de emergencia y salvaron a Ronald Reagan, herido de bala fuera de un hotel de Washington.
La edad, el sexo, la obesidad y los elevados niveles de colesterol de Trump aumentan el riesgo de una enfermedad grave por un virus que ha infectado a más de 7 millones de personas en todo el país.
La enmienda 25
Si empeora bruscamente y es incapaz de ejercer sus responsabilidades, podría delegar el poder al vicepresidente, Mike Pence, bajo la enmienda número 25 de la Constitución. Pence dio negativo en las pruebas del virus este viernes.
Según Bill Whalen, investigador del Instituto Hoover de la Universidad de Stanford en Palo Alto (California), hay varios “efectos dominó” en juego. “Está la cuestión de su capacidad para seguir haciendo campaña en persona. Está la cuestión de su capacidad de ocupar el cargo ahora mismo: la enmienda número 25”.
“He hablado con algunos de mis amigos conservadores que creen que la debería estar invocando (la enmienda) ahora mismo”, dice Whalen. “Odio hacer estas conjeturas, pero ¿qué pasa si su salud se deteriora rápidamente hasta el punto de perder la conciencia o simplemente delirar? En ese caso el vicepresidente y el gabinete tendrían que intervenir y hacerlo, por eso ya existe esta corriente de pensamiento según la cual él debería invocarla de forma proactiva”.
En lo relativo a la salud de los presidentes, el Gobierno de EEUU tiene una larga historia de opacidad y en particular la Casa Blanca de Donald Trump sufre de un déficit confianza.
Escepticismo
“Lo que estamos viendo es un muy saludable escepticismo ante cualquier afirmación que venga de la Casa Blanca”, dice Kurt Bardella, asesor principal del grupo anti-Trump Proyecto Lincoln. “Estas personas son las mismas que han estado mintiendo sobre el impacto de la COVID-19 en la salud de todos los demás, ¿por qué deberíamos esperar que cambien cuando hablan sobre sí mismos?”.
“Lo que no sabemos es mucho más de lo que sabemos”, publicó en Twitter Dan Rather, un veterano periodista que en 1974 informó sobre la caída de Richard Nixon. “Y tenemos una Administración que tiró su credibilidad a la basura hace mucho tiempo. Toda la cobertura de esta crisis debería tener en cuenta estos hechos como contexto”. Agendado para el 15 de octubre, el próximo debate de Trump con Biden está en la cuerda floja.
Pese a los intentos de Trump de cambiar el eje de la campaña, como hizo con la nominación de Barrett al Tribunal Supremo, la pandemia sigue siendo el tema clave para las elecciones. Como dijo el encuestador republicano Glen Bolger a la agencia de noticias Associated Press, es todo “un desafío”. “Sería mejor si la conversación fuera sobre los empleos y la economía, o incluso sobre eso de que Joe Biden va a 'ser rehén de la izquierda'. Pero las elecciones serán sobre el coronavirus y para los republicanos eso no es terreno favorable”.
Traducido por Francisco de Zárate