La portada de mañana
Acceder
16 grandes ciudades no están en el sistema VioGén
El Gobierno estudia excluir a los ultraderechistas de la acusación popular
OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

El escritor que inventó la biografía de un multimillonario “invisible” y engañó al mundo con un libro que atrapa

Agustina Larrea - elDiarioAR

6 de junio de 2021 16:17 h

0

Nadie tuvo reparos. Ni los editores más prestigiosos y experimentados, ni los pocos curiosos que escucharon los rumores. En 1971, mientras en algunas ciudades los Estados Unidos empezaban a multiplicarse las marchas contra la Guerra de Vietnam, Richard Nixon dirigía los destinos de ese país y el rock y sus los principales artistas parecían venir a cambiarlo todo con su música, el escritor Clifford Irving anunció que tenía en sus manos un material que llegaría para revolucionar la industria del libro. Se trataba de la autobiografía del magnate Howard Hughes, un hombre que supo ser el comentario de todos por sus extravagancias, su vínculo con el mundo del cine y su pasión por los aviones. Aunque por esos años, mientras seguía siendo uno de los más ricos del país, llevaba décadas recluido. Tan misteriosa era su figura y tan secretos sus movimientos que los medios lo llegaron a apodar el multimillonario “invisible”.

Cuando Irving reveló ante la editorial McGraw-Hill que Hughes quería contar su vida, los directivos celebraron. Iba a ser el hit de la temporada, la publicación que les haría recaudar miles de dólares. Según el escritor, Hughes lo había contactado a él porque conocía su trabajo anterior. En especial, le había interesado Fake! (Falso) un libro de finales de los ‘60 que contaba las andanzas de Elmyr de Hory, a quien el propio Irving calificó como “el mayor falsificador del mundo del arte de su tiempo”. La publicación no había tenido grandes ventas, pero le dio a Irving cierta reputación como biógrafo de un personaje complejo y fascinante. Para entonces él era un escritor nacido y criado en Nueva York con algunos libros de ficción publicados, que había viajado por varias partes del mundo, que se había casado varias veces y que le gustaba conservar la imagen de bon vivant.

Según relató mucho tiempo después el propio Irving, por esos días él estaba contratado por la editorial para publicar una nueva novela, de la que tenía escrita, según sus cálculos, casi dos tercios. Había recibido un adelanto de dinero por esa publicación, pero no lograba avanzar.

Un día en Palma de Mallorca, lugar al que Irving solía viajar con su cuarta esposa, la pintora sueco-alemana Edith Sommer, se encontró con el escritor de libros infantiles Richard Suskind. Por esos días Suskind también disfrutaba de las tierras españolas mientras escribía una biografía del rey británico Ricardo Corazón de León para adolescentes. Se empezaron a frecuentar cada vez más.

Una tarde, mientras intercambiaban ideas, Irving sacó de su bolsillo un ejemplar de la revista Newsweek con un título tentador: El caso del multimillonario invisible. En las páginas se podían ver algunas fotos y la crónica de los días de reclusión de Howard Hughes, un mito a esa altura y el personaje más elusivo para la prensa por entonces (la nota destacaba que el magnate llevaba por lo menos 15 años sin hablar con los medios y que ni siquiera las personas que trabajaban para sus empresas lo habían visto).

Irving y Suskind se quedaron debatiendo sobre el personaje: ¿qué era lo que lo hacía tan atractivo? ¿Su supuesta invisibilidad? ¿Era solamente el dinero, los romances con estrellas de Hollywood como Ginger Rogers o Ava Gardner, las gestas impactantes que encabezó arriba de sus aviones, el secretismo alrededor de un accidente aéreo que lo dejó al borde de la muerte? ¿Por qué, incluso sin tener fotos actualizadas de él, generaba una especie de fascinación cada vez que se rumoreaba que Hughes había sido visto en un hotel de lujo o en algún lugar exclusivo de Nueva York?

“No es lo que ha hecho, eso no importa. Es la manera en la que vive”, le comentó Irving a su colega, que al principio se mostró reticente, pero luego quiso indagar un poco más en el personaje. Con el correr de los días, empezaron a imaginar escenas, posibles encuentros con Hughes, diálogos que terminarían en un relato detallado del empresario. Hasta que al final lo decidieron: iban a escribir un libro sobre Hughes, que le venderían a McGraw-Hill como la biografía autorizada por el millonario, que se prestaría para hablar solamente con ellos. Tan convencidos estaban que ni siquiera imaginaron una posible protesta del empresario, quien seguramente quedaría encantado con el retrato que planeaban hacer de él.

Irving voló a los Estados Unidos y pronto lo hizo su socio en esta aventura. Llevó con él supuestos manuscritos que había recibido de parte de Hughes con algunas memorias que le había confiado a él después de varios encuentros secretos que habían tenido. En realidad se trataba de manuscritos que el propio Irving había confeccionado luego de analizar en detalle la letra de Hughes por unos textos que aparecían en las páginas de Newsweek. Con conocimientos de arte y habilidad para imitar caligrafías, fue tan buena la imitación que ofreció el escritor que un grupo de peritos contratados por McGraw-Hill lo dieron por válido.

El entusiasmo entre los editores no se hizo esperar. Tenían enfrente la novedad literaria del año y necesitaban darle la mayor cantidad de recursos posible para que el material viera la luz cuanto antes. De hecho, convocaron a expertos en la vida de Hughes, que no podían creer lo que veían: era la letra del empresario, no había dudas.

Después de varias idas y vueltas, McGraw-Hill le ofreció a Irving y a su socio un contrato suculento para la época. Incluía una suma mayor a los 100 mil dólares para ellos y algo más de 400 mil para el magnate, que debía firmar el convenio para que su biografía autorizada pudiera ser publicada sin problemas. En pocos días, Irving y Suskind devolvieron a la editorial el documento con las firmas correspondientes y se pusieron en acción. La editorial les pagó con cheques a nombre de ellos y de H. R. Hughes.

Los escritores usaron parte del dinero para viajar por los Estados Unidos en busca de archivos y documentos que les sirvieran como base para la biografía. No fue fácil porque Hughes, siempre discreto, ocultaba varios de sus movimientos. Para cobrar el cheque que estaba a nombre del empresario la dupla ideó un plan: mandaron a Edith, la esposa de Irving, con un documento falso a que abriera una cuenta bancaria en Suiza bajo el nombre de Helga R. Hughes. 

La investigación sobre el empresario continuaba y, cuando desde la editorial les preguntaban cómo estaba avanzando, Irving aseguraba que se había reunido con Hughes en lugares insólitos como Bahamas o una pirámide en Oaxaca, México.

En realidad, la dupla exploraba hemerotecas y todo tipo de registros –incluidos los archivos oficiales de varias oficinas gubernamentales– para llegar a conocer a fondo la vida de Hughes, que tenía numerosos contactos políticos y con el mundo del espectáculo.

Entre otras cosas, después de algunas maniobras, Irving y Suskind se hicieron de un material muy valioso: las memorias de Noah Dietrich, uno de los empleados más cercanos e históricos del magnate, que llegó a trabajar con él durante años. Lo hicieron mediante un engaño, por supuesto, a un asesor de Dietrich, que lo había ayudado a darle forma a esas páginas. 

Hacia fines de 1971 Irving y su socio llevaron la versión final de la biografía a la editorial. Allí incluyeron los supuestos manuscritos de Hughes, que un grupo de peritos dio por válidos. Quienes tuvieron la oportunidad de leerlo afirmaron que se trataba de una biografía “que atrapa”. Tanta era la excitación, que McGraw-Hill se asoció con la revista Life para la salida del libro, planeada para marzo de 1972. La publicación ofrecería a sus lectores algunos fragmentos como adelanto exclusivo.

Pero apenas se hizo el anuncio formal del lanzamiento, empezaron los problemas. Primero llegaron las protestas por parte de Hughes, quien envió a un grupo de representantes a hablar con la editorial. Sin embargo, tan hermético había sido el magnate en su vida, que en la editorial dudaron de que esas personas fueran realmente emisarios suyos. Mientras tanto, el trabajo de Irving se puso bajo sospecha. Entonces fue convocado el periodista Frank McCulloch, uno de los mayores expertos en la vida de Hughes y el último cronista que había podido entrevistarlo, que leyó los borradores y aseguró que se trataba de un material genuino.

McGraw-Hill también contrató a una junta de expertos, que volvió a decir que los escritos que había aportado Irving eran auténticos. Los medios fueron en busca de Irving y el periodista dio la cara. En cada entrevista que daba repetía con vehemencia lo mismo: “Me encontré con Howard Hughes, hablé varias veces con él, me entregó su material”.

Consultado por un cronista de la agencia AP, que le preguntó si creía que luego del escándalo el libro saldría finalmente publicado, Irving fue categórico: “Creo que sería un crimen si no sale porque es la autobiografía de Howard Hughes”.

La controversia, lejos de apagarse, escaló. En enero de 1972 el hermético Hughes decidió convocar a una conferencia de prensa muy particular. Sin dar la cara, reunió en la ciudad de Los Ángeles a siete periodistas célebres de la época que conversaron con él telefónicamente mientras los registraban las cámaras.

El multimillonario aseguró entonces que jamás había visto a Clifford Irving ni lo conocía. Tanto era el secreto que lo rodeaba que algunos sintieron desconfianza. No fueron pocos los que, luego de ver por televisión la conferencia, dijeron que la voz que había salido por teléfono no era la de Hughes, que el hombre que había decidido hablar con la prensa después de tantos años era un impostor.

Finalmente los abogados del magnate oficializaron una demanda contra la editorial y contra Irving y comenzó la investigación. Para entonces Irving, su esposa y su socio estaban otra vez en Europa, disfrutando del sol de Ibiza mientras dos tribunales intentaban descifrar lo que había ocurrido.

A mediados de 1972, la editorial decidió admitir que había sido engañada por Irving y su socio y poco después se revelaron las maniobras fraudulentas de Edith Irving ante el banco suizo.

Fue entonces que los escritores decidieron admitir la estafa. Irving llegó a estar preso 17 meses y fue condenado por fraude. Debió devolver el dinero que había recibido como adelanto por su trabajo y nunca dejó de escribir.

Poco tiempo después, en 1973, Orson Welles presentó el documental F for Fake, que se concentra en la figura del falsificador Elmyr de Hory para indagar sobre las nociones de autoría y veracidad en el mundo del arte. Irving, como biógrafo y de alguna manera como cazador cazado, hace su aparición en el largometraje.

Pese al escándalo, el escritor no se detuvo. Además de un diario íntimo en el que contaba cómo fueron sus días en prisión, publicó tiempo después el libro El engaño (The Hoax) en el que reveló con todo detalle cómo urdió la falsa autobiografía de Hughes. Esta revisión de los hechos llegó al cine bajo el nombre de La gran estafa, de la mano del director sueco Lasse Hallström y con Richard Gere como Irving en el papel central.

“Este libro contiene la verdad, más allá de lo extraña que puede parecer y más allá de lo avergonzado o arrepentido que me pueda sentir con lo que pasó”, advierte el autor en el prólogo.

De inmediato, casi como la respuesta a una pregunta que le hicieron en más de una ocasión –¿por qué hizo lo que hizo?– aparece una cita atribuida al nombre de Jean le Malchanceux (Jean, el desafortunado): “Ustedes pueden buscar una razón en un acto, pero solamente después de que tuvo lugar ese acto. Un efecto crea no solo la búsqueda de una causa, sino también la realidad de la causa en sí misma. Debo advertirles, sin embargo, que el intento por establecer relaciones entre actos y razones, efectos y causas, es una de las mayores pérdidas de tiempo inventadas por el hombre. ¿Alguien sabe por qué golpeó a su gato esta mañana? ¿O le dio unos centavos a un mendigo? ¿O salió en dirección a Jerusalén en lugar de hacia Gomorra?”.

AL