Estados Unidos en el Sáhara: 45 años de favores a Marruecos

11 de diciembre de 2020 22:37 h

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“Hubo una época de mi vida en la que no sabía dónde estaba el Sáhara español y era igual de feliz que ahora”. Era 9 de octubre de 1974 y Henry Kissinger intentaba explicarle al ministro franquista Pedro Cortina lo poco que le importaba a EEUU el conflicto con Marruecos a cuenta de la descolonización. Cortina estaba inquieto porque había leído en el Washington Post que EEUU estaba a favor de un acuerdo para que España cediera el territorio a Hassan II y quería comprobar que EEUU mantendría su neutralidad. “Nunca leo el Washington Post, salvo la sección de deportes”, respondió Kissinger, “es un disparate”. 

Por supuesto, un año después, España salió huyendo de su colonia y EEUU torpedeó en la ONU cualquier acción internacional contra la ocupación marroquí. Los documentos desclasificados muestran que a Kissinger, efectivamente, no le importaba lo más mínimo la suerte de “40.000 personas que probablemente ni saben que viven en el Sáhara español”, pero lo que menos quería era una guerra entre dos aliados fundamentales. Tampoco a Donald Trump le importan ahora los saharauis pero, reconociendo por sorpresa esta semana la soberanía marroquí sobre el territorio, ha conseguido que otro país árabe normalice relaciones con Israel. Una vez más, los saharauis son peones en el tablero internacional.

Peones en la Guerra Fría

Cada vez que se habla de la relación Washington y Rabat, se cuenta que fue el sultán de Marruecos el primer monarca del mundo en reconocer la independencia de EEUU cuando abrió sus puertos al nuevo país en 1777. Sin embargo, cuando “la marcha verde” marroquí ocupó el Sáhara 200 años después, el vínculo entre ambos países era menos romántico y mucho más estratégico.

En 1975, Marruecos quería hacerse con el Sáhara, España quería salir de allí sin hacer el ridículo ni romper sus promesas y EEUU estaba entre medias de los dos. Por un lado, tenía una profunda relación militar con la España franquista y, con el dictador gravemente enfermo, no quería que una guerra colonial desestabilizara el país en un momento de cambios fundamentales. Por otro lado, EEUU tenía que proteger a Hassan II. 

En la Guerra Fría Marruecos era oficialmente un país neutral o “no alineado”, pero durante el reinado de Hassan II el país se había acercado a EEUU. El monarca presumía de anticomunismo y había reprimido con fuerza protestas de izquierdas en la década anterior. Durante la marcha verde, el propio Kissinger le dijo al presidente Ford que si Hassan no lograba ocupar el Sáhara español “estaba acabado” y corría el riesgo de perder la corona. Por tanto, añadió, “debemos trabajar para que lo consiga” a través de una votación “amañada” en la ONU. 

Hay debate sobre si EEUU presionó a España para que aceptara las demandas marroquíes y abandonara Marruecos, pero la mayoría de los historiadores creen que, con Franco en coma, el gobierno español necesitó poca motivación para firmar los acuerdos de Madrid y entregar de forma efectiva el Sáhara a Marruecos. El número dos de la CIA en aquel momento, Vernon Walters, era amigo personal del rey Hassan y ha sido acusado de haber presionado a las autoridades españolas, pero él nunca quiso dar detalles: “parecería que el rey de Marruecos y el Rey de España son peones de EEUU y eso no interesa a nadie”. 

Lo que sí hizo EEUU fue asegurarse de que Marruecos no era castigado internacionalmente por haber ocupado el territorio. Cuando arrancó la marcha verde, pactó una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU que “deploraba” la invasión marroquí y pedía su retirada, pero que no incluía ninguna sanción ni nada parecido. El consejo no volvió a pronunciarse sobre tema y el entonces embajador de EEUU ante Naciones Unidas, Daniel Patrick Moynihan, escribió en sus memorias que su tarea había sido que la ONU “se mostrara tremendamente inefectiva” y que lo logró. 

El embajador cantaba victoria porque consideraba al Frente Polisario un “peón” de la Unión Soviética, aunque lo cierto es que la URSS nunca ayudó directamente a la lucha saharaui. Hassan II había intentado convencer a Kissinger del peligro de que en el Sáhara se creara un nuevo estado que cayera bajo la influencia de Moscú y, aunque no está muy claro que el diplomático se lo creyera, tras la retirada española el argumento sirvió para justificar las ayudas militares y de inteligencia de EEUU a Marruecos en los siguientes 15 años de guerra contra el Polisario. 

Marruecos, siempre clave

Mientras la Guerra Fría avanzó paralela a la guerra entre Marruecos y el Polisario, todos los gobiernos estadounidenses apoyaron económica y materialmente el esfuerzo militar de Rabat. Tanto los presidentes demócratas como los republicanos mantuvieron las ayudas. La Administración Carter argumentó increíblemente que la venta de armas a Marruecos “podía contribuir a la negociación de una solución que refleje los derechos” de los habitantes del Sáhara. El equipo de Ronald Regan fue más claro al declarar en sede parlamentaria que “las decisiones sobre la venta de material militar no se condicionarán a los intentos marroquíes de mostrar progreso hacia una paz negociada”.

Sin embargo, a principios de los 90, con la URSS en agonía y el fin de la Guerra Fría a la vista, se abrió la posibilidad de que EEUU pudiera ser algo más exigente con Marruecos. La ONU logró impulsar un alto el fuego y una misión internacional para celebrar un referéndum, y la administración Bush advirtió a Rabat de que la relación entre ambos países se vería “seriamente afectada” si no cooperaba. El gobierno estadounidense incluso entró en contactos directos con los saharauis mediante un encuentro entre el secretario de Estado y el presidente de la República Árabe Saharaui Democrática.

A pesar de todo esto, el rey Hassan II consiguió anular cualquier distancia que se hubiera creado EEUU gracias a una decisión audaz: cuando Bush padre anunció en 1990 que iba a atacar al Irak de Saddam Husseín tras su conquista de Kuwait, Marruecos no solo apoyó la operación sino que envió a 1.700 de sus soldados a contribuir a la campaña contra el que había sido un histórico aliado. Aunque parte de su propia población rechazó el movimiento con multitudinarias manifestaciones, lo cierto es que la relación con EEUU mejoró.

Desde el alto el fuego con el Polisario en 1990, Marruecos lleva 30 años alargando plazos y torpedeando la celebración de un referéndum de autodeterminación, mientras que EEUU toma posiciones cada vez más favorables a su causa. Si el apoyo de Rabat a la primera Guerra del Golfo solucionó algunas tensiones surgidas por el final de la Guerra Fría, en el mundo posterior al 11-S Washington no se podía permitir estar a malas con uno de sus grandes aliados en el mundo musulmán. Cuando Bush hijo ordenó ocupar Irak en 2003, el rey Mohammed VI no mostró el entusiasmo de su padre durante la primera invasión, pero sí que se cuidó muy mucho de criticar a EEUU a pesar de las protestas en las calles de Marruecos.

Conforme Marruecos ha ido consolidándose aún más como uno de los grandes aliados musulmanes de EEUU, la tibieza de Washington con respecto a la autodeterminación del Sáhara se ha ido acrecentando más y más. Desde 2001, Washington apuesta por una autonomía saharaui dentro del reino de Mohammed VI, negando la posibilidad de un estado propio, pero ahora Trump ha dado un paso más y uno que es difícilmente reversible. Con el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental solo no se acerca la paz y sino que se reduce la capacidad estadounidense de presionar a Rabat.

Unas semanas antes de dejar la Casa Blanca, Trump se apunta un tanto en la que considera su gran contribución a la política exterior de EEUU: la normalización internacional de Israel. Está por ver si Joe Biden mantiene la apuesta o da marcha atrás enfureciendo a Marruecos pero, de momento y como tantas otras veces, son los saharauis los que pagan el precio de que un líder estadounidense tenga prioridades mayores que el destino de “40.000 personas que probablemente ni saben que viven en el Sáhara español”.