La agresividad de una parte de la Iglesia evangélica en Brasil tomó forma en los años 70, se endureció a principios de este siglo y está alcanzando la cima ahora, en paralelo a su proyecto de poder. “Los tres poderes están en manos de los evangélicos”, asegura Mãe Fátima Damas a eldiario.es. Damas lleva 47 años al frente de un templo umbandista en uno de los barrios más populares del centro de Río de Janeiro y es una de las líderes de la Comisión de Combate a la Intolerancia Religiosa.
En 2019, más de 200 espacios sagrados de las religiones del candomblé y la umbanda (cultos afrobrasileños) fueron atacados por extremistas neopentecostales, según se confirmó hace unos días en el III Seminario de libertad religiosa, democracia y derechos humanos organizado por el Centro de Articulação de Populações Marginalizadas y la Campaña Nacional de Combate a la Intolerancia Religiosa.
En casi medio siglo de actividad, Damas ha aprendido a luchar contra una violencia creciente, pero nunca se hubiera imaginado una bancada evangélica tan voluminosa y decisiva en el Congreso; un Ejecutivo tan radical; y jueces federales dictando sentencias en las que niegan el estatus de religión a las creencias que profesan tanto en la umbanda –creada en Brasil, con influencias del espiritismo, el candomblé y el catolicismo– como en el candomblé –difundida por los africanos esclavizados en Brasil–.
Cuando fue creada la Comisión de Combate a la Intolerancia Religiosa, en 2008, Mãe Fátima Damas y su equipo consiguieron que la Policía Civil designara a un comisario, Henrique Pessoa, para formar parte del grupo de trabajo. “Nos llamaban desde los espacios sagrados –conocidos como terreiros– que estaban siendo invadidos y nosotros se lo dirigíamos a Henrique porque nadie más en las comisarías sabía nada de intolerancia religiosa, no conocían el artículo 20 de la ley Caó.
Dicha ley es la que define “los delitos resultantes de prejuicio de raza o de color”, y el mencionado artículo es el dedicado a la práctica, inducción o incitación de la “discriminación de raza, color, etnia, religión o procedencia nacional”. El desenlace fue que el propio comisario, pionero entre los policías especializados en intolerancia religiosa, acabó sufriendo también la persecución y las agresiones de los extremistas evangélicos. Fue destinado a otra comisaría, con otros quehaceres.
La Iglesia evangélica llega a todos los rincones de Brasil
La comunidad evangélica en Brasil es tan inmensa como el propio país y crece sin parar. Existen rincones aislados en los que no falta una iglesia neopentecostal. O varias. Algunas de ellas promueven la intolerancia religiosa.
“Basta con ver las concesiones de radio y televisión y escuchar y ver sus programas. Hay racismo religioso. Odio diseminado”, opina Doné Conceição de Lissá, sacerdotisa candomblé. “Nos llaman malignos, nuestros orishas, nuestras divinidades, son tratadas como demonios, como enemigos”, añade.
Al frente de todo el conglomerado mediático neopentecostal está Edir Macedo, fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios, dueño del Grupo Record, que incluye canales de televisión, emisoras de radio y periódicos impresos y digitales. El terreiro de Doné Conceição de Lissá, en el municipio de Duque de Caxias, ha sido atacado ocho veces en los diez últimos años.
Al margen del poder y la influencia en los medios de comunicación, el extremismo religioso se nutre de una estrategia singular. “Entraron en bloque en las cárceles de Brasi, y así han logrado captar a una legión de traficantes para sus iglesias”, señala Doné Conceição de Lissá.
“Una vez que estos presidiarios pasan a formar parte de estas iglesias, comienzan a perseguirnos”, añade. Para ello, la red de iglesias evangélicas ofrecen comodidades en las prisiones masificadas del país, ciertos privilegios e incluso determinadas rebajas de las condenas. Muchos de los ataques a espacios sagrados de la umbanda y el candomblé han sido articulados desde dentro de los centros penitenciarios.
“No es intolerancia religiosa, sino racismo religioso”
Otro peligro para la umbanda y el candomblé son los autodenominados “gladiadores del altar”, el ejército fundamentalista creado precisamente por la Iglesia Universal del Reino de Dios. Miles de jóvenes uniformados que, desde su eclosión en enero de 2015, dicen estar “listos para la batalla”.
Todas y cada una de las pericias de las iglesias neopentecostales van dando resultado, denuncia Conceição de Lissá. “El lavado de cerebro funciona”, asume la sacerdotisa. “No es intolerancia religiosa, sino racismo religioso. El Estado está dominado por el neofascismo, que quiere aniquilar al pobre, al negro, al 'favelado' y al homosexual”, añade.
No hay razones tampoco para el optimismo y la esperanza en las palabras de Mãe Fátima Damas. No se le va de la cabeza la tragedia de una de las compañeras, asaltada por los extremistas, que fue además obligada a ir rompiendo por sí misma todas las imágenes e iconos que presidían sus cultos. Su trayectoria es memoria viva de la historia de la intolerancia religiosa en Brasil durante el siglo XX.
“Antes de Macedo, la intolerancia venía de la policía. Invadía nuestros templos, seguían el sonido de la percusión del atabaque. Se llevaban a todo el mundo detenido”, rememora. En esas invasiones, los templos quedaban completamente vacíos. Los almacenes del Museo de la Policía Civil son testigos mudos. “Llevo más de treinta años luchando por el Museo de la Umbanda y pelearé para sacar todo lo que tienen en el Museo de la Policía”.