Cada año, a finales de agosto, los responsables de las misiones diplomáticas francesas se reúnen en el Palacio del Elíseo en la Conferencia de Embajadores. En 2019, Emmanuel Macron utilizó la reunión para denunciar la existencia de “un Estado profundo” en el cuerpo diplomático, una élite inmovilista que, según él, se oponía a su política de acercamiento a Vladímir Putin.
Solo unos días antes, Macron había recibido al presidente ruso en su residencia de verano en el Fuerte de Brégançon, a orillas del Mediterráneo. “Rusia es una gran potencia de la Ilustración”, afirmó entonces el jefe de Estado francés. “Tiene su lugar en la Europa de los valores en la que creemos”.
Tres años después, en el mismo escenario, el discurso y el tono fueron muy diferentes. La vía de la apertura fue abandonada hace tiempo –antes incluso del inicio de la invasión de Ucrania– sin ningún resultado tangible. Ahora, la evolución del conflicto pone de manifiesto el fracaso de los esfuerzos diplomáticos para encontrar una salida. “Debemos prepararnos para una guerra larga”, reconocía Macron ante los embajadores el pasado 1 de septiembre.
Desde los primeros días de la invasión, el presidente francés ha buscado desempeñar un papel de interlocutor, a la vez con Putin y con su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski: 23 llamadas con el primero desde diciembre de 2021, 38 con el segundo.
De 2008 a 2022
Se da la circunstancia de que, cuando comenzó la ofensiva sobre Ucrania, Francia ocupaba la presidencia de turno del Consejo de la Unión Europea, la misma situación que en 2008, el año de la guerra entre Rusia y Georgia. Entonces, Nicolas Sarkozy jugó un papel fundamental en la mediación y en las negociaciones de un acuerdo de paz, que el Elíseo presentó como un gran éxito diplomático del presidente.
“La situación es diferente. En 2008, Rusia no se encontraba en la posición de agresor, ya que fue el presidente Saakashvili quien lanzó una reconquista militar de Osetia del Sur (región separatista); la intervención rusa se disfrazó entonces cono un pretexto 'defensivo' para proteger a la población”, dice Maxime Lefebvre, diplomático y profesor en el Instituto de Estudios Políticos de París y la ESCP Business School. “En 2022, Rusia ha asumido claramente el papel de agresor, pasando de una operación encubierta en 2014 a una agresión militar abierta, directa y sin provocación contra Ucrania”.
Otra diferencia fundamental tiene que ver con las instituciones comunitarias. “Sarkozy disponía de amplios poderes al frente de la UE cuando ocupó la presidencia francesa en 2008. El Tratado de Lisboa cambió las reglas: durante su presidencia, Macron tenía que tener mucho más en cuenta el papel del presidente del Consejo Europeo y del alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores”, dice Lefebvre.
Erdogan se impone como mediador
Hoy es el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan –con el que Macron mantiene unas relaciones especialmente hostiles– quien se ha erigido como principal interlocutor entre Kiev y Moscú. Erdogan medió, junto con la ONU, para que ambos llegaran a un acuerdo este verano y se reanudara la exportación de grano ucraniano a través del mar Negro.
“Todo esto no significa que la mediación francesa no sea posible, pero ahora mismo la circunstancias no se dan”, dice Maxime Lefebvre, quien recuerda la puesta en marcha en 2014 del llamado Cuarteto de Normandía por Francia y Alemania, para una desescalada del conflicto en el Donbás.
“Occidente apoya a Ucrania en su esfuerzo bélico contra Rusia y no conviene que Francia se desmarque de esta posición, a la que Turquía no se adhiere totalmente. Si en algún punto volviera a ser posible una negociación –porque así lo desean los ucranianos y porque la situación sobre el terreno lo justifica– Francia podría volver a desempeñar un papel diplomático activo, pero tendría que hacerlo con Alemania, porque la legitimidad de la pareja franco-alemana es más fuerte que la de Francia por sí sola”, dice.
Los contactos entre el Elíseo y el Kremlin se han vuelto menos frecuentes, especialmente desde que Francia dejó la presidencia de la UE, aunque Macron repite su voluntad de mantener el diálogo abierto para “preparar la paz”. “¿Quién quiere que Turquía sea la única potencia que siga hablando con Rusia?”, dijo este mes a los embajadores. Aunque el ritmo de llamadas entre París y Moscú ha bajado, el mandatario galo sigue interviniendo en cuestiones como la relativa a la central nuclear de Zaporiyia. El 11 de septiembre, habló por teléfono con Putin al término de la misión de inspección enviada por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).
Cambio de estrategia
Esta voluntad del presidente francés de aferrarse al diálogo con Moscú ha provocado incomprensión y críticas en varios dirigentes centroeuropeos. El incidente más destacado en este sentido ocurrió en mayo, cuando Macron defendió la importancia que no “humillar” a Rusia si se quería buscar una salida a la crisis, una formula mal recibida en la mayoría de capitales europeas y que el presidente no ha vuelto a repetir desde entonces.
El cambio de estrategia se materializó en junio con la visita sorpresa de Macron a Kiev, en compañía del canciller alemán, Olaf Scholz, y del primer ministro italiano, Mario Draghi. El viaje le permitió limar asperezas con Zelenski tras sus declaraciones, y subrayar los esfuerzos de Francia, junto a sus dos compañeros de viaje, para conceder a Ucrania el estatus de candidato a la UE. “La división de Europa es uno de los objetivos de guerra de Rusia”, dijo este mes el presidente francés ante los embajadores.
Entre tanto, la sucesión de acontecimientos de los últimos meses ha permitido a Macron avanzar en uno de sus grandes ejes en la política comunitaria: la defensa europea. La adopción, bajo el impulso de la presidencia francesa de la UE, de una “brújula estratégica” y el deseo de una mayor cooperación prueban que los 27 son ahora conscientes de sus carencias defensivas. Pero, aunque muchos países han relanzado sus inversiones en este ámbito, empezando por Alemania y Polonia, estos parecen apoyarse fundamentalmente en la OTAN, una organización revigorizada en el último año después de haber sido calificada “en estado de muerte cerebral” por el propio Macron.