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ANÁLISIS

Por qué Haití incomoda a Estados Unidos

Ayelén Oliva

Buenos Aires —
3 de octubre de 2021 21:55 h

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“​​Nuestra política de acercamiento a Haití sigue siendo profundamente defectuosa”, escribió el enviado especial de Estados Unidos a ese país, Daniel Foote, en su carta de renuncia. El argumento que planteó el diplomático es sencillo: Haití, en las condiciones que está, no puede soportar la llegada masiva de miles de personas deportadas por Washington después de haber intentado cruzar de manera ilegal la frontera con México.

Foote hizo de su renuncia un acto político. En respuesta, una semana después, el subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, Brian Nichols, y el principal asesor del presidente Joe Biden para Latinoamérica, Juan González, llegaron a Puerto Príncipe. En la visita oficial del viernes pasado, los representantes del Gobierno demócrata se reunieron con el primer ministro de Haití, Ariel Henry, y con el Canciller, Claude Joseph, quien ocupó el cargo de primer ministro interino desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse pero que terminó por entregar el poder a Henry. Demasiada antención para la mitad de una isla del Caribe tan ignorada por Estados Unidos. 

¿Por qué Haití termina siendo una piedra en el zapato para Estados Unidos? ¿Por qué Estados Unidos responde o debería responder a las demandas de esta crisis? ¿Por qué hay algo del futuro de Haití que depende también de la manera que responda la administración Biden?

Un pasado marcado por las intervenciones

“Si Haití se hundiera silenciosamente en el Caribe o se elevara 300 pies, no importaría mucho en términos de nuestro interés”, dijo en 1994 el entonces senador de Delaware, Joe Biden, según rescató Ishaan Tharoor en un artículo publicado en el Washington Post.

Las palabras del joven Biden llegaban después de que Estados Unidos y sus aliados acabaran de ocupar militarmente el país para restaurar al poder al líder democráticamente electo Jean-Bertrand Aristide

El pasado de Haití aparece varias veces entrecruzado con Estados Unidos a pesar de su aparente indiferencia. Tanto Estados Unidos como Haití han sido los primeros países en independizarse de América. Pero los resultados no han sido los mismos. De hecho, Estados Unidos tardó casi cuatro décadas más que Francia en reconocer a Haití como una nación soberana. Pero la situación no mejoró con los años. 

Estados Unidos invadió Haití en 1915 y permaneció ahí hasta 1934. Lo hizo desupués de otro magnicidio, el de Vilbrun Guillaume Sam, frente a la posibilidad de que Rosalvo Bobo, crítico con el despliegue de los intereses comerciales de Estados Unidos en la isla, llegara al poder. Después de la ocupación, Estados Unidos firmó en 1915 un tratado que le daba control a Washington sobre los recursos y la economía haitiana además de haber conseguido revocar una ley de 1804 que prohibía a los extranjeros tener tierras en Haití.

La influencia estadounidense continuó durante el resto del siglo. Desde 1957 hasta 1971, el dictador Francois Duvalier gobernó Haití. Hay corrientes historiograficas que sostienen que Estados Unidos toleró a Duvalier porque funcionaba como un contrapeso al avance de comunismo que irradiaba Cuba durante la Guerra Fría. 

El golpe de Estado en Haití de 1991 terminó con el popular Jean-Bertrand Aristide, elegido en 1990 pero derrocado mediante un golpe de Estado medio año después. Entonces el Gobierno demócrata de Bill Clinton decidió volver a intervenir militarmente el país. En 1994, la fuerza de la ONU liderada por Washington ocupó el territorio con el argumento de recuperar la democracia.

Diez años más tarde el escenario se volvería a repetir. En 2004, en el noreste del país, estalló un conflicto armado que rápido terminó por dominar el norte del territorio haitiano. La situación llevó a que el Consejo de Seguridad de la ONU autorizara el despliegue de una fuerza de 6.700 militares, los “cascos azules”, bajo el liderazgo de Estados Unidos.

Unos años más tarde, los ex presidentes Bill Clinton y George W. Bush visitaron juntos Puerto Príncipe para darle fuerza al proceso de reconstrucción de Haití después del terremoto de 2010 que terminó con la vida de más de 220.000 haitianos. Demasiada atención para un territorio que, en teoría, a Estados Unidos le importa poco.

Dos estadounidenses implicados en el magnicidio 

“Detuvimos a 15 colombianos y dos estadounidenses de origen haitiano. Tres colombianos murieron y otros ocho huyeron”, dijo el director general de la Policía Nacional, Leon Charles, al día siguiente del asesinato del presidente Jovenel Moise. 

Uno de ellos es James Solages, de 35 años, quien llegó a trabajar como seguridad en la Embajada de Canadá en Haití. Originario de Jacmel, una ciudad en el sur del país, Solages residía en Florida y habría sido quien gritó que los asaltantes eran agentes de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA), según informó el New York Times. El otro es Joseph Vincent, de 55 años, del que existe menos información. 

Pero también, según las investigaciones que ha difundido la policía local, aparece el nombre de Christian Emmanuel Sanon, un médico residente en Florida, en Estados Unidos. Sanon habría entrado en contacto con una empresa venezolana de seguridad con base en Estados Unidos para reclutar a los miembros del comando que supuestamente perpetró el magnicidio.

Es de esperar que la nacionalidad de estos sospechosos cause un dolor de cabeza para el Estados Unidos, cuya delegación definió que antes de viajar a Puerto Príncipe, pasar por Miami para reunirse con actores haitiano-americanos. 

“No vamos a Haití para imponer una solución o una hoja de ruta, vamos allí para escuchar y, en particular, para comprender lo que podemos hacer, desde la perspectiva de los Estados Unidos y la comunidad internacional”, dijo el jueves pasado, el recientemente designado subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental, Brian Nichols, desde Florida.

El reclamo migratorio

Casi la mitad de los haitianos que deciden dejar el país van a Estados Unidos, según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). En Haití, un quinto de la población, lo que representa cerca de dos millones de personas, se han visto forzado a emigrar por problemas económicos, el temor por la inseguridad y el impacto de las catástrofes naturales que golpean a la isla.

El primer ministro de Haití recordó, en la última Asamblea General de la ONU, que Estados Unidos se construyó gracias a oleadas de migrantes y refugiados y dijo que las imágenes de la deportación de haitianos en la frontera con México “han conmocionado a mucha gente”.

El secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, que confirmó que unas 2.000 personas fueron expulsadas a Haití y otras 8.000 retornaron a México además de que unos 12.400 inmigrantes se les permitió someter su caso ante un juez de inmigración para determinar su permanencia en el país.

De todos modos, el modo en que fueron empujados a salir del país no invitó la renuncia de el diplomático estadunidense que definió la respuesta del Gobierno demócrata como “inhumana”.

La asistencia no es desarrollo

La asistencia humanitaria, muchas de ellas promovidas por Estados Unidos, también han sufrido críticas, incluida la del Gobierno de Clinton que, según escribió el historiador Robert Tabe, provocó un cráter en el mercado del arroz haitiano a mediados de la década de 1990.

Se estima que las donaciones que recibió el país después del terremoto de Haití superaron los 9.000 millones de dólares pero la falta de controles a las empresas privadas que recibieron estas donaciones a causa de la falta de confianza en que las instituciones públicas hizo que cualquier tipo de esperanza haya de cambio en la sociedad haitiana haya quedado dinamitada.

Por eso, hay algo del futuro de Haití que depende también de la manera que responda la Administración Biden. En lugar de intervenciones o ayuda, Haití necesita de la comunidad internacional y, en especial de Estados Unidos, respuestas concretas, con mirada de largo alcance y que respeten su autonomía.

Foote lo sintetizó de esta manera: “Lo que nuestros amigos haitianos realmente quieren, y necesitan, es tener la oportunidad de trazar su propio camino. No creo que Haití pueda disfrutar de estabilidad hasta que sus ciudadanos tengan la dignidad de escoger de verdad a sus propios líderes con transpanrecia y adecuadamente”.