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Indignación palestina por la iniciativa de Trump sobre Jerusalén

Ana Garralda

Jerusalén —

Cuando Donald Trump resultó elegido presidente de Estados Unidos hace poco más de un año, la mayoría de los palestinos pensó que durante su mandato el estadounidense se olvidaría de la recurrente promesa hecha por varios de sus predecesores: trasladar la Embajada de EEUU a Jerusalén.

Pero a diferencia de Bill Clinton o George Bush –que rápidamente se vieron imbuidos de una cierta amnesia selectiva para no provocar el enfado de los países árabes y musulmanes– Trump ha seguido adelante con el anuncio del reconocimiento oficial de Jerusalén como capital de Israel y el futuro traslado de la embajada de EEUU.

El anuncio cogió desprevenido al presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abás, quien recientemente se había desplazado a Arabia Saudí y creía estar participando en algún tipo de iniciativa para contrarrestar la creciente influencia de Irán en la zona. Abás y sus asesores probablemente pensaban que la iniciativa regional saudí contaba con la aquiescencia de Trump, totalmente inconscientes de la que se les venía encima.

En una conversación con eldiario.es en una visita organizada a la ciudad de Belén, el exministro de Asuntos Exteriores palestinos, Nabil Sa'ath, aseguraba que “el papel de mediador honesto que Estados Unidos ha venido ejerciendo tradicionalmente en el conflicto queda definitivamente descartado”.

Sa'ath, que estudió en la Universidad de Pensilvania, ejerció la docencia en la Universidad Americana de Beirut y todavía mantiene contactos con interlocutores estadounidenses, dijo sentirse engañado. “La semana pasada amenazaron con cerrar nuestra Delegación de la OLP en Washington y ahora sale con esto, lo que inhabilita a la Administración de Trump para practicar cualquier tipo de mediación entre las partes”.

Apoyo del mundo árabe

A diferencia de otras reivindicaciones palestinas, en las que suelen quedarse solos en los foros internacionales, en esta ocasión cuentan con el apoyo del conjunto del mundo árabe y musulmán (de hecho esta es una de las cuestiones que a su vez logran excepcionalmente unir a suníes y chiíes). Incluso por parte de los dos países vecinos que tienen firmados tratados de paz con Israel, como son Jordania y Egipto.

El rey jordano Abdalá II –al que se considera como garante de los lugares sagrados del Islam en Tierra Santa– reaccionó alertando de las potenciales consecuencias negativas que tendrá esta medida. En su opinión, la onda expansiva provocará inestabilidad no sólo en Israel y Palestina, sino también en el conjunto de Oriente Próximo.

También el presidente de Egipto, Abdel Fatah Al Sisi –que desde que se hizo con el control del país a partir de un golpe militar en 2013 se ha convertido en el principal aliado de Israel en la zona– se ha mostrado contrario a la decisión de Trump.

En esta misma línea se ha manifestado el rey Salmán de Arabia Saudí, país que durante los últimos cinco años ha mejorado enormemente sus relaciones con Israel en el ámbito de la inteligencia y seguridad regional. Riad condicionaba futuros pasos a la puesta en marcha de la llamada Iniciativa de Paz Árabe que desde marzo de 2002 plantea la normalización de relaciones con Israel si éste se retira de todos los territorios ocupados en Palestina, Siria y Líbano, y permite una solución justa al contencioso de la refugiados palestinos.

Igualmente, el rey Mohamed VI de Marruecos parece querer involucrarse en este contencioso, dado que ostenta la dirección de la Comisión de Jerusalén dentro de la Organización de la Conferencia Islámica (OIC) que tiene previsto reunirse el próximo día 13.

En este mismo foro participa el presidente de Irán, Hasan Rohaní, que intentará ejercer como líder de los chiíes en el marco de la misma. Dentro de esta corriente, el secretario general del movimiento libanés Hizbolá, Hasan Nasrala, ha ido más allá que ninguno, haciendo un llamamiento público a la confrontación militar con Israel para defender el carácter árabe y musulmán de Al Quds (la Santa).

Otra de las derivadas de esta situación de crisis es que ha logrado poner en sintonía al líder político del movimiento islamista Hamás, Ismael Haniya, y al presidente Abás (que la semana pasada habían vuelto a encallar en sus negociaciones de reconciliación nacional).

Si bien ambos partidos han competido por ver quién reaccionaba de forma más dura ante la declaración de Trump –Fatah convocó “tres días de la ira” por una sola jornada de Hamás este viernes, mientras que los islamistas llamaban a poner en marcha un tercera intifada– luego lograron consensuar la unidad de acción a nivel social y sindical.

La huelga general convocada para el jueves fue seguida de forma mayoritaria en toda Cisjordania y en Gaza, así como en gran parte de Jerusalén Oriental. Fue complementada por una secuencia organizada de manifestaciones de protesta contra los controles militares israelíes que se encuentran en los accesos a las ciudades palestinas, muchas de las cuales terminaron en enfrentamientos con el Ejército.

También se registraron tiroteos en una de las puertas de la verja perimetral que rodea Gaza, a la altura de Jan Yunis. Según las estadísticas de la Media Luna Roja, más de medio centenar de palestinos resultaron heridos –una docena de ellos por impacto de munición real– en una jornada de disturbios que de momento no han sido más que los prolegómenos de los que pueden tener lugar este viernes.

La declaración de Trump arremete contra varias resoluciones de la ONU. Revoca el Plan de Partición que la Asamblea General de 1947, del que se acaba de cumplir el 70º aniversario, que otorgó a la ciudad un corpus separatum, e ignora la resolución 242 del Consejo de Seguridad –que conmina a Israel a retirarse de los territorios ocupados durante la Guerra de los Seis Días en 1967. Todo apunta a que Trump va a ayudar a Israel a regularizar la anexión de facto de Jerusalén Oriental (la parte palestina de la ciudad) que se llevó a cabo a través de la ley de capitalidad de 1980, que fue condenada por una resolución de la ONU.