Portador de esperanza y tipo incorruptible y carismático que lo ha dado todo en su lucha por hacer respetar a Grecia. Para algunos. Para otros, traidor a la causa, vendido al capital o niñato pijo que por jugar a los revolucionarios ha vuelto a hundir el país en la recesión. Todas estas figuras, con sus diversos matices intermedios, se solapan incluso entre sí. Está claro que existen tantas visiones diferentes de Alexis Tsipras como griegos hay, y ninguna de ellas tibia o moderada. No en vano, el primer ministro más joven de la república helena puede jactarse, y lo ha hecho, de haber escrito la historia.
Pero con su penúltimo órdago, el de convocar unas elecciones anticipadas para tratar de reforzar su posición, no han terminado sus peripecias. De hecho, el mensaje que lanza en esta campaña es que los meses de la negociación no han sido más que una ouverture, y que es ahora cuando toca ponerse a gobernar y a reformar el país de cabo a rabo.
Por eso, independientemente del resultado que arrojen las urnas el domingo, el juicio que hacen los griegos de la andadura del por fin indiscutido líder de Syriza aún puede cambiar, y mucho. De momento, al menos según las nunca fiables encuestas helenas, no han recibido con entusiasmo el último órdago, el más reciente: tratar de convertir Syriza, tras la expulsión del sector más díscolo, en un nuevo Pasok tal y como fuera en los años 80, con una amplia base electoral de centro(-izquierda) atraída por las políticas sociales y el espíritu reformista. Así, lo que Tsipras prometió el pasado miércoles en el mitin de Patras fue “un mañana con estabilidad, seguridad, justicia social y progreso,” que contrasta de forma manifiesta con las proclamas incendiarias de enero. Pero el Programa de Salónica sigue en pie, asegura el exprimer ministro: lo que no se ha hecho realidad hasta ahora se cumplirá durante los próximos cuatro años.
“Están intentando imitar al Pasok absolutamente en todo. Incluso el eslogan que han elegido, Ganamos el mañana, es clavado. Me dan ganas de vomitar,” se desahoga la joven Eleni. Sus amigos suspiran. “Y ahora vuelta a votar a Antarsya, o a Izquierda Obrera, para que luego ni entren en el Parlamento”, se queja uno. Para el sector más izquierdista de los votantes, no cabe duda de que Tsipras ha dado la kolotumba (concepto político griego que significa voltereta o giro de 180 grados) que muchos pronosticaban.
El referéndum convenció pero no sirvió
Con el reféndum de junio, Tsipras logró canalizar al máximo el maltrecho orgullo nacional. Valiéndose de su retórica más dura, calificó de “criminal” el comportamiento de los acreedores, insistiendo en que ponía el interés del país por encima de todo. Jóvenes y viejos, la mayoría de los griegos de las más diversas convicciones y extracciones se alinearon detrás de él. “Me gusta porque es como yo, es un tío duro y no deja que nadie le vacile”, comentaba por entonces un taxista que aseguraba a esta periodista haber estado “siete veces en el talego”.
“No me ha dado tiempo a enamorarme de mi puesto,” defendía entonces Tsipras. Y no era difícil creerle: ojeroso, hinchado, más encorvado que nunca y, según se rumoreaba, con una úlcera del quince, nadie hubiera querido estar en su pellejo en aquellos momentos. Su discurso caló y un 61% de los griegos corrieron a las urnas para rechazar la austeridad. Pero si con el referéndum el Ejecutivo heleno pretendía realmente reforzar su posición negociadora, y no deseaba secretamente una victoria del sí, como defienden algunos, la jugada no salió tal y como esperaban.
Ante la disyuntiva de mantenerse en sus trece o de abocar el país a un Grexit –controlado o descontrolado–, tras esa reunión maratoniana en Bruselas en la que según testigos fue sometido a un “waterboarding mental”, Tsipras decidió firmar en la línea de puntos. A su regreso a Atenas, Tsipras entonó el mea culpa. “Podéis acusarme de haber sido un iluso”, reconoció, confesando haber subestimado la dureza de los acreedores. Pero regresó con una propuesta que aún dejaba resquicios a la esperanza: ganar tiempo para posibilitar el triunfo de otras fuerzas afines en Europa, legislar en el estrecho margen de autonomía que les dejaba este tercer rescate, aliviar sus consecuencias para los más desfavorecidos.
La honestidad jugó en su favor y muchos griegos le siguieron apoyando. “No quedaba otra opción, era esto o salir del euro”, admitían. “Es un buen chico, pero tiene las manos atadas”. Si las elecciones se hubieran producido en ese momento, en julio, Syriza hubiera obtenido la mayoría absoluta.
Campaña tras la guerra interna
Pero entonces se desató la largamente aplazada guerra dentro de Syriza, y Tsipras juzgó necesario jugarse una vez más el todo por el todo para cauterizar la herida interna y para recuperar legitimidad tras haber aprobado el tercer rescate. Otro cálculo en el que el líder de la coalición de izquierdas no escatimó en riesgos. Pero para entonces, el desencanto ya había hecho presa firme en su electorado. Quizá se trate del nuevo discurso, quizá del gesto sardónico con el que Tsipras parece ahora mirar a su yo inexperimentado e idealista de principios de año o, sencillamente, la montaña rusa de un sentir colectivo que tanto y tan rápido levantó los ánimos en enero y en junio.
La campaña de Syriza se centra ahora en presentarse como la única fuerza “nueva” y “limpia” en contraste con la corrupción y degradación de los partidos “del sistema”. Pero esos ataques constantes al resto de formaciones políticas, a ojos de muchos votantes, no hacen sino asemejarlas entre sí. Entretanto, Tsipras se pavonea de los términos de un rescate que la mayoría de griegos considera el peor hasta la fecha por discutible que sea esta afirmación con los números en la mano, relatando cómo arrancó concesiones ante unos acreedores estupefactos ante su entereza y resistencia.
Además, en vista de que la mayoría absoluta (los “dos diputados de más” [hasta los 151] que Tsipras ha llegado a pedir) es inalcanzable, el candidato no ha cerrado la puerta a una coalición “progresista” que abarque a partidos como el Pasok o To Potami. Muchos de los votantes de Syriza ven posible incluso una coalición con Nueva Democracia, un extremo que el partido se ha apresurado a desmentir.
Por otro lado, analizando en frío, los logros en materia social de estos siete meses también están ahí, incontestables. La ley de la crisis humanitaria, que pretende cubrir a 350.000 familias de escasos recursos, la ley de los 100 tramos, con la que se facilita la devolución de las deudas al Estado, la contratación de varios colectivos de funcionarios que habían sido despedidos... O la muy bienvenida reapertura de la televisión pública y la ley para dar la nacionalidad a los hijos de inmigrantes que hayan nacido en Grecia.
¿Coalición con las fuerzas “del régimen”?
“No se le puede pedir que en siete meses logre cambiar todo lo que el resto de partidos no cambiaron en 50 años”, sostienen los defensores de Tsipras. “Ha tenido muy poco tiempo, sería injusto no darle una segunda oportunidad,” opina Leonora, que afirma “mantener aún la esperanza”.
Son siete meses que han pasado a velocidad de vértigo, pero durante los que los acontecimientos no han cesado de atropellarse. Para el propio Tsipras, el camino recorrido es largo; ha tenido tiempo de envejecer a ojos vista, de mantener y de romper viejas amistades –como la que le unía con la presidenta del Parlamento, Zoi Konstandopoulou–, de llevar el ánimo nacional de la exaltación a la apatía. También de ganar experiencia.
Pero por delante le queda quizá la parte más dura. Dependiendo del resultado del domingo, le tocará o bien seguir en el poder, con el desgaste que supone aplicar las exigencias del tercer rescate y formar parte de una coalición con las fuerzas “del régimen”. O bien volver a la oposición, una silla que tampoco se plantea cómoda en tanto que no podría cargar contra unas medidas que él mismo ha acordado.
Sea como fuere, partidarios y detractores (algunos) están de acuerdo en cuanto a uno de sus logros, si no el más importante. La aventura de Tsipras en Bruselas logró arrancarle la máscara a las instituciones comunitarias. El nulo margen que se le concedió deja patente la dificultad de hacer política. Pero esto, una de las causas de la apatía que atenaza estos días a los griegos, supone también un punto de partida.