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La guerra de Malí siembra la alarma en Washington y París

En sólo unos días, el destino de Malí ha adquirido un tono de urgencia en varias capitales occidentales y africanas. Los planes de intervención que iban a ponerse en práctica a lo largo de meses tendrán que acelerarse para estar listos en cuestión de semanas, si no antes. Los grupos insurgentes, básicamente de inspiración yihadista, ya controlan mucho más que la mitad del país. Lo que parecía poco probable el año pasado ahora no lo es tanto. Al Qaeda en el Magreb Islámico o un grupo cercano a su ideología pueden hacerse con el poder.

Malí es un país con una superficie mayor que la de Francia y España juntas, y cuenta con un Ejército de menos de 6.000 soldados (mapa). En esta semana, ha perdido el control de una pequeña ciudad llamada Kona. Unos 1.200 rebeldes están a sólo 20 kilómetros de Mopti, y eso es un paso adelante significativo. Con 100.000 habitantes, ocupa una posición estratégica clave en el centro del país. También está muy cerca de la localidad de Sévaré, sede de una importante base militar.

París ha decidido pasar a la acción. El viernes, envió paracaidistas y helicópteros a Sévaré que, según las primeras informaciones, entraron en combate con los rebeldes. “La operación durará tanto tiempo como sea necesario”, ha dicho el presidente, François Hollande.

El general norteamericano Carter Ham, jefe del Mando de África del Pentágono, que ahora mismo está visitando el cercano Estado de Níger, confirmó la participación de las tropas francesas. De momento, no hay fuerzas norteamericanas implicadas directamente en los enfrentamientos, pero es probable que estén facilitando información de inteligencia a los franceses.

Francia ya no puede esperar más tiempo. Hollande ha decidido asumir como propia la defensa del Estado africano. De lo contrario, se consolidará la presencia de “una entidad terrorista” que puede atacar a Francia, según la versión utilizada por el ministro francés de Defensa, Jean-Yves Le Drian, para ganarse el apoyo de la opinión pública en el que es el primer conflicto bélico protagonizado por el Gobierno de Hollande.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Hay dos hechos que destacan sobre los demás: el fin de la guerra de Libia y el golpe de Estado en Malí en marzo de 2012. Del primer factor ya se habló incluso antes del derrocamiento de Gadafi. El líder libio había apoyado desde los años 80 a los grupos de tuaregs que luchaban en el norte contra el Gobierno malí. Muchos de estos milicianos pasaron a engrosar las fuerzas libias hasta que la rebelión contra Gadafi les convenció de que estaban defendiendo una causa perdida. Algunos comenzaron a volver, pero los que se quedaron hasta cerca del final obtuvieron una recompensa especial: el saqueo de los arsenales militares.

Uno de estos tuaregs explicaba hace unos meses a un periodista de National Geographic el impacto que tuvo para sus compatriotas volver a Malí en los últimos años. “Estos tipos tenían allí casas gratis y agua corriente. Tenían escuelas para sus hijos, buenas escuelas. La asistencia sanitaria era gratis, y era buena. Y tenían buenas carreteras”.

Al regresar a Malí, descubrieron que tenían motivos de sobra para continuar su larguísima rebelión contra el Gobierno de Bamako. El norte del país seguía tan abandonado como siempre. El conflicto con el Estado se había prolongado durante décadas con etapas de guerra, tregua o también acuerdos de paz que no arraigaban. Esta vez, la situación comenzaba a ser diferente por la presencia de Al Qaeda en el norte de África y por la incompetencia del Gobierno.

Durante mucho tiempo, los tuaregs han sospechado que el Gobierno jugó la carta del aprendiz de brujo con los yihadistas. Los grupos salafistas argelinos encontraron cobijo en el norte del país gracias a un pacto de no agresión con el presidente, Amadou Toumani Toure. Ellos obtenían refugio. Bamako introducía un elemento extraño para diluir el control del norte por los tuareg. La inmensidad del país y la debilidad de las fuerzas de seguridad permitían a Toure alegar que no tenía posibilidades de controlar su frontera norte.

En marzo de 2002, un golpe de Estado derribó al Gobierno civil. Todo comenzó con una rebelión militar contra el Gobierno por el desastre que había supuesto una operación contra los rebeldes. Pocas personas se movilizaron en favor del presidente destituido. La imagen existente en Occidente de un país africano democrático distaba bastante de la realidad. A partir de ese momento, nunca estuvo del todo claro quién gobernaba en Malí y hasta dónde alcanzaba su control.

La incompetencia militar no cambió demasiado con el nuevo régimen. Primero el grupo tuareg Movimiento para la Liberación Nacional de Azawad (MLNA) se hizo con Tombuctú y la mayor parte del norte a la que declaró territorio liberado. Al principio, tuaregs laicos y yihadistas formaban un frente común, pero el acuerdo sólo duró unos meses. Los primeros dieron por roto el pacto en junio. Pero el movimiento Ansar al Din, aliado de Al Qaeda en el Magreb Islámico, era más fuerte y tenía más dinero, por lo que al poco tiempo fueron ellos quienes comenzaron a impartir las órdenes. Su idea de la sharia exigía la prohibición de la música, amputar las manos de ladrones, lapidar a los adúlteros o destruir las tumbas de antiguos sabios de Tombuctú consideradas ahora ejemplos de idolatría.

El golpe de marzo puso fin en teoría a la ayuda militar norteamericana. Es poco probable que desapareciera por completo. Se confirmó indirectamente cuando tres soldados de las Fuerzas Especiales fallecieron en abril en un accidente de tráfico al salirse de la carretera el coche en el que viajaban de madrugada junto a tres prostitutas locales. Seguía habiendo tropas estadounidenses en Malí.

Los planes iniciales y terriblemente lentos para apoyar al Gobierno malí han saltado por los aires. Hay aprobada una fuerza expedicionaria de 3.300 soldados africanos, pero –al no estar claro quién la va a financiar– no se esperaba que llegara al país hasta septiembre. A partir de enero, era posible que militares europeos adiestraran a los soldados, aunque en estos conflictos los “consejeros militares” suelen adoptar papeles sorprendentemente activos en el campo de batalla.

A finales de noviembre, Ansar al Din anunció que renunciaba a imponer la sharia a todo el país y se conformaba con que se limitara a la región de Kidal, en el noreste. Era una forma de intentar desactivar la previsible alianza entre países africanos y occidentales. No tendrán mucho éxito. Todos saben que su objetivo no es la independencia de la región tuareg, sino la toma de poder en todo el país. Los paracaidistas franceses no serán la única maquinaria de guerra extranjera que intervenga en la guerra de Malí.

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CORRECCIÓN: Inicialmente, en el artículo figuraba que la fecha del golpe de Estado en Malí fue marzo de 2002. El año correcto es 2012.