IMPOSTORES: SER O PARECER

El escritor que engañó a Madonna y a miles de lectores con libros incendiarios y una peluca

27 de marzo de 2021 16:21 h

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“Cuando conseguí mi primer contrato editorial apenas tenía como lectores a Dennis Cooper y mi psiquiatra. Nunca dije que quisiera ser escritor. Yo sólo quería ser prostituta. ¡Pero terminé siendo mejor escritor que prostituta!”, dijo J.T. LeRoy durante una rueda de prensa en una gira por Europa en 2002. Para entonces ya era una de esas celebridades fulgurantes del mundo literario, alguien que había dejado de ser un secreto a voces para convertirse en un autor consagrado, esos que hay que leer, según repiten otros escritores, críticos, periodistas y las particulares celebridades de ese entorno. Para entonces, también, LeRoy daba la cara, aunque siempre oculto detrás de anteojos negros y una peluca rubia que usaba como protección: alguien con una vida tan perturbada necesitaba sentirse seguro en público, no exponerse demasiado.

Su llegada a la industria literaria había dejado perplejos a quienes supieron por primera vez de él en una pequeña editorial de San Francisco, en los Estados Unidos: un joven, que se presentaba por teléfono como una suerte de amateur de 16 años, quería mandar un borrador con su primera obra. Se trataba de un material que había escrito mientras había estado internado en un neuropsiquiátrico para adolescentes por el impulso de uno de los profesionales que lo había atendido. Allí, en plan autobiográfico, contaba los días de un adolescente que había sido abandonado por su madre, que trabajaba como taxi boy, que estaba transicionando, que había probado todo tipo de drogas, que había sido abusado sexualmente, que vivía de noche.

Según contó años después Ira Silverberg, editor de LeRoy entre 2000 y 2006, cuando escuchó el relato por primera vez –no terminaba de entender quién era su interlocutor del otro lado de la línea, pero se sintió sumamente fascinado por una voz tímida y a la vez cautivante– no dudó en pedirle ese texto, que el joven envió rápidamente por fax. 

Una vez que lo leyeron, varios sintieron que se trataba de una joya, que debía salir cuanto antes. Así llegó a las librerías en 1999 la novela Sarah, escrita por ese adolescente misterioso y esquivo que se daba a conocer como Jeremiah Terminator LeRoy, o J.T. Por entonces era tan reservado que ni siquiera los editores le habían visto la cara: apenas se contactaban con él por teléfono y poco después, ante el avance de la tecnología, vía e-mail.

El éxito fue rotundo: narrada por un joven sin nombre, la novela Sarah contaba la historia de un chico trans que acompañaba a su madre prostituta por las rutas de West Virginia, donde él mismo era explotado sexualmente.

“A veces me ponía lazos en el pelo, y me echaba gel hasta hacerlo brillar como el de Sarah. De vez en cuando, cuando sabía que ella se había ido unos días con un cliente a jugar en un barco del delta, yo recorría las líneas que separaban los camiones, que parecían líneas de un tablero (...) y me hacía pasar por una chica nueva, mercancía nueva, y hacía ver que estaba dando un paseo. No salía de las sombras, y si algún proxeneta o alguna puta me llamaba, echaba a correr. Les dejaba ver lo suficiente para que se interesaran por saber quién podía ser aquella misteriosa chica. Creía que nadie me había visto bien para saber que era yo. Me convencí de que era como un héroe de cómic, que se oculta en las sombras”, se puede leer en la novela.

Por el universo que describía LeRoy en sus escritos, algunos llegaron a ver en su obra reminiscencias de Charles Bukowski, otros hablaron de una nueva idea de “realismo sucio”, de una voz novedosa que se imponía a partir de sus vivencias. 

Mientras tanto, el joven autor hablaba con sus agentes literarios por teléfono, muchas veces los llamaba fuera del horario de trabajo angustiado, después de días de gira, de noches de heroína o sexo entre desconocidos por las calles de San Francisco, según sus relatos.

En algún momento deslizó que vivía con el virus del sida, que estaba en tratamiento con hormonas, que planeaba una cirugía en sus genitales como parte de su transición. Quienes lo escuchaban no podían dejar de sentirse en falta, de querer ayudar a ese chico abandonado y solitario. Era, además, una forma de cercanía con el autor que los hacía sentir especiales.

Al poco tiempo se publicó el segundo libro, The Heart is Deceitful Above All Things, un conjunto de cuentos, también autobiográficos, con la dura infancia y la figura de la madre del autor como grandes protagonistas. Nuevamente fue un éxito, mientras J.T. se mantenía reservado y prefería no aparecer en público.

La crudeza de los relatos y el hecho de que estuvieran escritos por alguien tan joven sintonizaron bien con el perfume de una época, con un público todavía embelesado por el grunge y la decepción generalizada que rondaba el fin del milenio. 

Los principales medios de la época no paraban de publicar artículos sobre J.T. LeRoy, que para comienzos de los 2000 se había transformado en un best-seller y tenía fanáticos en varios países del mundo, que se reunían en foros de una internet rudimentaria. Mucho antes de que existieran las redes sociales, entre los numerosos grupos de admiradores que se comunicaban con el escritor por e-mail (en cada uno de sus libros él dejaba su dirección de correo electrónico para tener contacto con ellos) se hizo un verdadero culto a J.T. LeRoy.

Por el universo que describía LeRoy en sus escritos, algunos llegaron a ver en su obra reminiscencias de Charles Bukowski, otros hablaron de una nueva idea de “realismo sucio”, de una voz novedosa que se imponía a partir de sus vivencias.

Tal fue el impacto que generó entre los lectores, que los libros de J.T. LeRoy empezaron a ser presentados en librerías y centros culturales de los Estados Unidos de una manera especial: se hacían lecturas de las que participaban grandes figuras del mundo de las letras, del cine, de la música y del arte en general, convocadas a leer fragmentos de los libros ante un público fascinado. 

Entre muchísimos otros artistas, leyeron su material personajes como Nancy Sinatra, Sharon Olds, Lou Reed, Debbie Harry, Courtney Love. Todos ellos, conmovidos por la figura de LeRoy, le ponían su emoción a los escritos.

Con el tiempo, mientras los libros se seguían vendiendo por miles y se traducían a varios idiomas, LeRoy empezó a asistir a esos eventos, aunque siempre con peluca y anteojos. Visiblemente retraído, se quedaba a un lado mientras las grandes figuras del establishment artístico de la época lo apadrinaban de alguna manera.

Publicó un tercer libro, Harold's End, en el que se reflejaba el mundo de la heroína y de la noche gay.

Poco a poco, aunque siempre cubierto con ropa grande y estridente y algún elemento que cubriera su cabeza, LeRoy empezó a mostrarse menos solitario. A algunos eventos y giras literarias el autor empezó a asistir acompañado por una misteriosa amiga pelirroja a la que llamaban Speedy. Ella, según contó el propio LeRoy en alguna entrevista, lo había sacado de las calles y era una suerte de madrina artística que lo llevó a vivir a la casa que compartía con su esposo, un rockero que usaba el seudónimo Astor para su carrera artística, y su pequeño hijo, que veía en J.T. una suerte de hermano mayor.

La crudeza de los relatos y el hecho de que estuvieran escritos por alguien tan joven sintonizaron bien con el perfume de una época, con un público todavía embelesado por el grunge y la decepción generalizada que rondaba el fin del milenio.

Al mismo tiempo, el escritor en pleno auge comenzó a rodearse de celebridades de Hollywood que lo hicieron entrar por la puerta grande a su círculo de fiestas y lanzamientos. Entre otras, lo hicieron Rosario Dawson, Winona Ryder, Madonna, Michael Stipe de R.E.M., el cineasta Gus van Sant y la actriz y directora Asia Argento, con quien J.T. tuvo una relación muy especial. Tanto, que Argento adaptó y protagonizó en el cine el segundo libro de LeRoy, que circuló por varios festivales internacionales y se estrenó en las salas de países hispanoparlantes con el título El corazón es mentiroso.

La carrera del escritor no se detenía, llegó a hacer giras internacionales que lo llevaron a Europa y Japón. Speedy, atenta, acompañaba a J.T., lo guiaba por ese terreno fangoso de viajes y famosos mientras que a varios les llamaba la atención su figura.

Fue casi seis años después de la salida del primero de los libros de LeRoy cuando hubo alguien que empezó a sospechar de su figura opaca. No terminaban de cuadrar los años ni las numerosas historias que J.T. iba esparciendo sobre su vida. ¿Se había operado finalmente? ¿Por qué dejó de hablar del VIH? ¿Qué ocurría con su salud, mientras se la veía en fiestas y sonriente en todo tipo de eventos? 

En agosto de 2005, un artículo publicado en Houston Press mostró algunas inconsistencias en el relato que había hecho LeRoy de algunos episodios de su vida. Un periodista de ese medio, que había intentado infructuosamente corroborar datos con personas que hubieran conocido al escritor durante sus noches de excesos en San Francisco, se encontró con que nadie lo conocía y empezó a dudar.

Poco después, en un artículo publicado en octubre de 2005 por la revista New York las sospechas se convirtieron en una confirmación: el periodista Stephen Beachy reveló que J.T. LeRoy era un fraude.

Después de indagar en numerosas sus fuentes, Beachy reconstruyó los pasos del supuesto escritor yonqui y llegó a una conclusión contundente: LeRoy era una creación de la escritora Laura Albert y Laura Albert no era otra que la persona que se hacía llamar Speedy, la mujer pelirroja que acompañaba al artista a todos lados y lo había llevado a vivir a su casa.

La prensa continuó investigando y en un artículo del New York Times posterior se pudo determinar que la persona que lectores, escritores y celebridades veían con peluca y anteojos negros en los eventos y presentaciones era la cuñada de Laura Albert, Savannah Knoop. 

Con solo 18 años, sin un rumbo claro, atrapada por la personalidad algo manipuladora de su cuñada y con ganas de experimentar –después de todo, durante seis años se rodeó de las máximas figuras del espectáculo y viajó por el mundo–, Savannah se prestó al juego de su hermano y de Albert sin medir las consecuencias.

En un artículo publicado en octubre de 2005 por la revista New York las sospechas se convirtieron en una confirmación: el periodista Stephen Beachy reveló que J.T. LeRoy era un fraude.

El escándalo, que para muchos supuso una decepción y para otros una muestra cabal de cómo funcionan ciertos fenómenos en el ambiente cultural, escaló en varias direcciones. La propia Asia Argento aseguró sentirse afligida por haber sido víctima del fraude, mientras que los fans quedaron desconsolados. Para ellos, su ídolo –ese que admiraban por su valentía al contar los episodios más extremos de su vida– había muerto.

En paralelo, cuando se reveló que los supuestos hechos biográficos que aparecían en los libros no eran más que una invención de Laura Albert, comenzaron para ella algunos problemas judiciales.

En 2007 Antidote International Films, una productora que había adquirido los derechos para hacer una adaptación de Sarah, la primera obra de LeRoy, acusó a Albert de fraude, mientras que la mujer aseguró que siempre había pensado en J.T. como su seudónimo y que su obra era un trabajo ficcional como cualquier otro.

El juicio llevó a los medios la discusión sobre los límites de la biografía, el negocio alrededor del arte y la literatura. Hubo detractores y defensores de Laura Albert. Hasta el escritor Paul Auster se refirió al tema en una entrevista en la que aseguró al diario El País: “A mí toda la historia me parece fascinante, muy literaria. Aunque me faltan detalles, no creo que haya traicionado a sus lectores. Ella escribía ficción así que, en ese sentido, no engañó a nadie”.

“Mi objetivo era convertirme en un ser humano sano y todo surgió de ese deseo –señaló Albert ante la polémica creciente– Una metáfora no es lo mismo que un maldito engaño”.

Desde entonces, se empezaron a conocer detalles de la vida de la mujer detrás de LeRoy, que ella misma contó en algunos medios (dio una entrevista muy importante para The Paris Review en la que reveló que en efecto tuvo una infancia difícil) o que documentalistas, investigadores y periodistas se fueron encontrando.

En el documental The Cult of J. T. LeRoy (2014), de Marjorie Sturm, se revelan varias de las manipulaciones de Albert, quien en su infancia solía engañar a sus compañeros de clase mediante llamadas telefónicas en las que inventaba situaciones extrañas o se hacía pasar por otras personas. También se cuenta que de grande trabajó en una hotline atendiendo llamadas, gracias a su habilidad para interpretar personajes con su voz.

“Mi objetivo era convertirme en un ser humano sano y todo surgió de ese deseo –señaló Albert ante la polémica creciente– Una metáfora no es lo mismo que un maldito engaño”.

Las controversias alrededor del caso continúan hasta la actualidad, con nuevos relatos que van apareciendo. 

En 2016 se estrenó un documental llamado Author con la participación de la propia Albert, en 2018 llegó a los cines el largometraje de ficción JT LeRoy protagonizado por Kristen Stewart y Laura Dern y ese mismo año Savannah Knoop publicó sus memorias sobre los años que le puso el cuerpo al supuesto escritor en un libro llamado Chica, chico, chica, cómo me convertí en JT Leroy, editado en español por Alpha Decay.

La fascinación por el autor perturbado no se detiene, mientras que sus libros se siguen imprimiendo, aunque ahora en cada tomo aparece la aclaración de que todo el material es una creación de Laura Albert.

AL