Miguel Urbán (Madrid, 1980) es eurodiputado y dirigente de Anticapitalistas. Participó en la fundación de Podemos hace una década, después de años de militancias que le llevaron a involucrarse en las movilizaciones contra cumbres internacionales como la del G-8 en Génova, cuando la policía italiana mató de un disparo al activista Carlo Giuliani en julio de 2001. Urbán, que está concluyendo su segunda legislatura en el Parlamento Europeo, acaba de publicar Trumpismos (Verso Libros), obra en la que analiza los diferentes fenómenos de extrema derecha en el mundo.
A menudo se habla de si estamos viviendo unos nuevos años 30, por cómo las élites políticas y económicas conservadoras están allanando el camino a la extrema derecha, mientras hay crisis de los sistemas liberales. ¿Hasta qué punto estamos en una especie de República de Weimar?
Siempre tenemos dificultades de pensar el presente y el futuro, y buscamos paralelismos. Desde la crisis del 2008 hasta ahora, se conjuga no solo una crisis económica multidimensional, con ciertos elementos parecidos a lo que sería el crack del 29, sino también la emergencia de la extrema derecha. Y eso hace que la gente empiece a preguntarse si es posible una suerte de reedición de los neofascismos.
Esas preguntas, legítimas, muestran la incapacidad para pensar el futuro, y por eso tenemos que pensar en clave de pasado. Evidentemente hay paralelismos. La actual extrema derecha recoge elementos de pasiones movilizadoras que tuvo el fascismo de entreguerras, pero lo que yo intento defender en el libro es que no estamos ante una suerte de reedición de los fascismos de entreguerras, sino ante una cosa nueva.
Eso no significa que sea ni menos peligrosa ni mejor, sino que es nueva. Y tenemos que partir de lo que fue el análisis del fascismo para analizar las extremas derechas actuales; pero eso debe ser un punto de partida y no el punto de final.
Hay un elemento fundacional de la brutalidad del fascismo, que es la Primera Guerra Mundial, que construyó toda una base militante de excombatientes, tanto en Italia como en Alemania y en otros países donde el fascismo tuvo mucha fuerza, como es el caso francés.
Otro elemento fundamental es el auge del movimiento obrero. Los años 20 son un momento de revueltas, revoluciones. En Alemania tenemos el fracaso de la revolución espartaquista, con el asesinato de Rosa Luxemburgo; tenemos la República de los soviets de Hungría; la Revolución rusa, evidentemente, que condicionan que el Estado liberal no pueda doblegar a la clase obrera simplemente con los elementos coercitivos del Estado.
Y se produce algo que se llama un Estado capitalista de emergencia: los aparatos represivos del Estado no son suficientes para acabar con el auge del movimiento obrero y es necesario movilizar a una parte de la población para aplastar las tentativas revolucionarias.
A día de hoy no tenemos esas revueltas. Es verdad que en 2011, con el 15 M, Grecia y América Latina pudimos ver ciertos atisbos, pero no tiene esa semejanza con profundidad de cambio, de ruptura, que supusieron los años 20 y 30 para el movimiento obrero en Europa.
El otro elemento es la ruptura de la pequeña burguesía, la clase media, la clase que dio una subjetividad al fascismo de entreguerras. Quien estaba sobrerrepresentada era esa clase media, profundamente asustada. Ese paralelismo sí que lo encontramos en el auge de las extremas derechas actuales y en el auge del fascismo.
Pero ahí hay una ruptura también fundamental, y es que el fascismo necesitó construir mecanismos de movilización de masas para aplastar a la clase obrera. La extrema derecha actual no construye movimientos de masas, sino proyectos electorales. La extrema derecha actual no entra en nuestros barrios porque tengan un local, un grupo militante, sino por la televisión, por los móviles.
Nuestra incapacidad de mirar al futuro nos hace buscar paralelismos. Haberlos, haylos, pero hay suficientes diferencias como para justificar que estamos ante un fenómeno nuevo en un contexto evidentemente diferente.
Lo que sí que parece que está sabiendo hacer la extrema derecha es pescar en las víctimas de la globalización, del cambio climático. Tienen una respuesta a corto plazo que no es una solución para el problema.
Al igual que en los años 30, la parte decisiva de movilización de esa extrema derecha es la clase media, podríamos decir pequeña burguesía. Una clase media que ni siquiera es una víctima de la globalización, las víctimas de la globalización hay que buscarlas en el sur global. Sería una clase media asustada por un escenario de posible depauperización, de poder vivir peor.
La situación económica también fue un catalizador en el 15M.
Pero el 15M era más bien una ruptura de las promesas que teóricamente se habían dado. Además, era una cuestión muy generacional, ni siquiera era tanto el estudiante universitario como el que había terminado ya, al que le habían dicho: “Tú estudia, tienes una carrera, tendrás un doctorado y tendrás un trabajo, una familia y un proyecto de vida”. Cuando se rompe esa promesa, surge un estallido.
La extrema derecha recoge esos miedos que no se dan en forma de estallido social, como sería el 15M tomando las calles, las plazas, participando en política, sino que se da normalmente con terremotos electorales.
Milei es un magnífico ejemplo, da forma al malestar en torno a una revuelta electoral, al voto de protesta. Y luego va metiendo más cosas, evidentemente.
A diferencia de los fascismos clásicos que plantean una propuesta de futuro distinta del capitalismo liberal, la extrema derecha no plantea una propuesta de futuro, plantea un regreso al pasado: no estamos ante un movimiento revolucionario, sino reaccionario. ¿Por qué? Porque conecta muy bien con la crisis del neoliberalismo.
Somos incapaces de pensar el futuro. Y esa es la gran derrota de la izquierda. Y ante la incapacidad de pensar el futuro, la extrema derecha propone regresar a un pasado mitificado e irrealizable. No podemos dar la vuelta hacia atrás. Y eso es el negacionismo climático, que vamos a vivir al menos como nuestros padres...
No podemos entender la eclosión de un movimiento global como el de la extrema derecha sin entender que estamos ante una crisis global del neoliberalismo como tal y de esa incapacidad de pensar el futuro. Tenemos miedo a lo que va a venir, porque la única certeza que tenemos es que vamos a vivir peor. Y la extrema derecha lo que te dice es: podemos volver hacia atrás, es un proyecto reaccionario de vuelta al pasado, ante una crisis política y de gobernanza neoliberal.
Igual que en los años 30 estábamos ante la ruptura del Imperio británico como imperio hegemónico, ahora estamos ante la ruptura del imperio norteamericano como imperio hegemónico. ¿Qué mayor vuelta al pasado que volver a hacer América grande otra vez [lema de Trump]?
En el enunciado de ese lema ya se reconoce que ahora son menos grandes que antes.
En el momento reaccionario en el que nos encontramos, el neoliberalismo ha cancelado el futuro, y solo pensamos en clave de pasado. Y ese miedo a pensar el futuro hace que por primera vez, cuando se rompe el supuesto ascensor social que nunca ha existido, cuando cada vez se acumula más capital y hay más desigualdad, por primera vez en la historia no miramos hacia arriba, sino que miramos hacia abajo. Y ahí se construye la extrema derecha, de esa mirada hacia abajo. La cuestión no es vivir mejor, es no vivir peor, es no ser como el que está más abajo de nosotros. Y sobre ese miedo se construye la lógica de guerra entre el último y el penúltimo de la extrema derecha, donde esa clase media ya no aspira a ser una clase media alta, sino a no ser clase obrera.
Y la clase obrera aspira a no ser el migrante que limpia las casas. Y así vamos en una lógica terrible donde la extrema derecha consigue plantear una solución: vamos a volver al pasado, y si hay un problema de escasez, pues expulsemos a sectores sociales del reparto de los recursos escasos. ¿Y a quién se expulsa? A los sectores más fragilizados de la sociedad. Aquí expulsamos a los subsaharianos, pero en Londres expulsan a españoles, a polacos, porque contra eso fue el Brexit, contra europeos que iban a trabajar a Londres y competían por los recursos escasos, el trabajo la vivienda, las ayudas sociales.
Ante esa lógica la izquierda no da respuestas. Cuestionar a la extrema derecha es cuestionar la necesidad que tenemos de pensar un futuro diferente, en el que gestionemos la crisis ecológica, gestionemos la escasez, donde podamos gestionar colectivamente en pro de una vida mejor.
El dato que daba Oxfam era que si las 99 personas más ricas del mundo perdieran el 99% de su riqueza, seguirían siendo las 99 personas más ricas del mundo. Ahí tenemos el problema. Pero la extrema derecha es profundamente funcional a este sistema neoliberal que engendra los propios miedos a los que supuestamente la extrema derecha debe responder. Y ahí está el efecto Milei de una forma clarísima, que hace que miremos a nuestro vecino subsahariano antes que a Amancio Ortega.
Esto me recuerda al Decreto Dignidad en Italia, decreto impulsado por M5S y aprobado por el gobierno de coalición con la Lega de Salvini, que fue defendido por personas de izquierdas en un debate que tenía que ver con la gestión de la escasez. Y ahí está también el hipotético éxito que puede tener en Alemania el nuevo partido rojipardo.
El llamado rojipardismo es producto de las derrotas de la izquierda. Cuando tú compras el discurso excluyente de la extrema derecha estás perdiendo o peor, te conviertes en parte del problema. Los primeros que utilizaron el Manifiesto Comunista fueron los inmigrantes italianos, españoles, polacos en París. Claro, los primeros que comprendieron la importancia de lo que planteaba el Manifiesto Comunista y entendían que no había que enfrentar a los de abajo entre los de abajo, sino que había que enfrentar a los de abajo contra los de arriba. Los primeros que entendieron la fuerza internacionalista de proletarios del mundo uníos. Y por cierto ya que estamos en el centenario de su muerte, es interesante volver a recuperar también esta lógica de los de abajo contra los de arriba como antagonismo de clase.
El bipartidismo compra la agenda política de la extrema derecha, de competencia, de guerra entre los últimos y los penúltimos. No olvidemos las políticas migratorias, por ejemplo la ultima ley de Macron en Francia, que la propia Le Pen ha considerado como una victoria ideológica de su partido. Una autentica lepenización de los espíritus recorre las políticas migratorias de medio mundo. Y eso también es producto de la derrota de la izquierda. Y luego vemos monstruos que empezaron como rojipardos para ser ya solo pardos.
Ha mencionado a Milei varias veces. El otro día en Davos hizo un discurso muy a favor de las empresas, del capitalismo, y decía que la amenaza de Occidente es el socialismo y que todos son colectivistas menos los suyos.
Milei es una rama del anarcocapitalismo, sería la rama de los paleolibertarios que conjugan un elemento profundamente reaccionario y conservador que no tiene el Partido Libertario estadounidense. Y eso le permite conectar con ciertos elementos de la derecha clásica. Massa no era un candidato de izquierdas, en el mejor de los casos era un candidato de centro, centroderecha. Un político del sistema, igual que Macri, igual que Bullrich. Que Macri y Bullrich, que el capitalismo argentino haya preferido a una persona sin ningún tipo de capacidad de gobierno totalmente impredecible frente a una persona predecible del sistema de toda la vida demuestra la radicalización de la derecha.
No podemos olvidar que la propia Esperanza Aguirre pidió el voto para él, que Ayuso pidió el voto para él, que Rajoy pidió el voto para una persona como Milei, que habla de vender tus órganos como un elemento comercial. Es la radicalización de la derecha tradicional y la capacidad de marcar la agenda a nivel internacional por parte de la extrema derecha.
Thatcher siempre dijo que su mayor victoria fue que Tony Blair no quisiera cambiar sus políticas. El otro día, cuando Macron aprobaba la ley migratoria más salvaje y racista de la historia de Francia con los votos de Le Pen, Le Pen habló de victoria ideológica.
Cada vez vemos una mayor radicalización hacia la derecha de una forma brutal, y que el mayor ataque contra los derechos de los refugiados y de las personas migrantes se vaya a dar con este nuevo pacto migratorio que ha sido aprobado con la presidencia española del Consejo de la UE, cediendo a los chantajes, por ejemplo, de Meloni, para criminalizar a las ONG de búsqueda y rescate del Mediterráneo, ejemplifica la capacidad que tiene la extrema derecha de marcar la agenda.
Construyen un clima político en donde es lógico que gobiernen. ¿Ha habido algún tipo de aspaviento por qué haya gobernado Meloni?
Si recordamos los años 2000, cuando Haider llega por primera vez al gobierno en Austria, en minoría con el Partido Popular, hay 11 países europeos que muestran su protesta por incluir a un partido de extrema derecha en un gobierno europeo. Incluso alguno hace protestas diplomáticas contra Austria.
¿Ahora hemos visto algún tipo de protesta, algún tipo de sonrojo por meter a Vox en los gobiernos autonómicos municipales, porque Meloni está gobernando, porque el PiS haya gobernado en Polonia, porque el partido de Haider, el FPO, haya gobernado otra vez con el Partido Popular, que ahora, por cierto, son la primera fuerza en las encuestas austriacas? Ninguno.
Ese elemento de radicalización hacia la derecha es una de las grandes victorias de la extrema derecha. El que todos hayan comprado su agenda política, a lo que estábamos hablando del rojipardismo, hasta una parte de la izquierda hablando en sus mismos términos.
Meloni fue a Bruselas nada más tomar posesión, y Metsola la recibió con besos y abrazos. Luego se ha visto muchas veces con Weber, y parecía que, como estaba alineada con la OTAN en el conflicto de Ucrania y al mismo tiempo dejó de tener ese discurso crítico con la Unión Europea, ya bastaba para que encajara en la foto.
Dan igual tus políticas racistas mientras apoyes geopolíticamente la línea de las élites europeas. Mientras aceptes el marco neoliberal de la Unión Europea, no hay ningún problema. De hecho, es curioso que después del Brexit surge una ola de cierto euroescepticismo, pero la extrema derecha ya no es euroescéptica, es eurorreformista. La extrema derecha ha entendido que no se quiere ir de un club en el que puede gobernar.
Lo que planteo en el libro no es que la extrema derecha nazca con Trump, sino que Trump le da una nueva dimensión. La victoria en Estados Unidos le otorga a la extrema derecha un elemento de mimetismo, un alcance también planetario, pero no porque quieran ser Trump, sino porque Trump permite que Bolsonaro pueda ser Bolsonaro.
Ese es el gran elemento del trumpismo, entendido no como un movimiento estadounidense, sino como una corriente internacional en donde Ayuso estaría también dentro de esta lógica trumpista, donde hay un elemento comunicativo y discursivo, donde hay patrones comunes en la forma de comunicar en torno a la provocación, las fake news, una serie de elementos comunes que construyen la idiosincrasia de ese movimiento diverso que es el trumpismo, donde puede haber un paleolibertario como Milei, una neofascista como Meloni, un empresario como Trump, un evangélico como Bolsonaro, o un hinduista como Modi.
El libro intenta plantear que estamos ante una crisis global y una emergencia de una ola reaccionaria global. Abordamos la cuestión de la extrema derecha india con Modi. Y no es menor, porque estamos ya ante el país más poblado del mundo. Abordamos Erdogan, Netanyahu, hablamos de Putin... Hablamos de una serie de elementos que son comunes.
Estamos en un clima donde cualquier chispa puede incendiar el mundo. Comprender ese mundo en llamas, intentar comprenderlo para intentar cambiarlo, es lo que plantea el libro, porque el libro al final intenta no caer simplemente en una lógica rigurosa académica de analizar el mundo, a la extrema derecha y el contexto, sino también plantear alternativas, plantear qué hacer desde la modestia de que este libro no va a dar todas las respuestas.
Hay una cosa de la que habla, que también tiene que ver con la batalla cultural y la capacidad para marcar la agenda, y cómo desde la izquierda se puede dar también esa batalla, como el feminismo, la cultura...
Hay experiencias que no son muy conocidas para la gente en España, como el Rock Against Rascism, en un momento de surgimiento de los discursos de odio de la extrema derecha en la música inglesa, que conectaban con la emergencia de partidos de extrema derecha muy activos en la calle a finales de los años 70, principios de los 80 en Inglaterra, que empezaban a conectar también con una subjetividad de la juventud inglesa, incluso tener ciertos éxitos electorales locales. Y cómo se construye todo un movimiento cultural, político que conecta con un movimiento antifascista diverso, que construye un movimiento cultural, musical donde ya no molaba ser nazi, ya no era transgresor y generaba rechazo.
Es muy interesante esa experiencia que luego tiene la gente de SOS Racismo, que también la practicó en Portugal y en Toulouse con Zebda.
¿Qué más se puede hacer para imponerse a ese sentido común de la extrema derecha?
Tenemos más preguntas que respuestas, pero el primer elemento es analizar adecuadamente el fenómeno, porque eso determinará nuestras tareas, y es lo que plantea este libro.
Si todo es fascismo, nos estaremos equivocando, estaremos banalizando el fascismo. Si Ayuso es fascista... no es lo mismo que Hogar Social. No es lo mismo y no plantean lo mismo. Y no es lo mismo Vox que Amanecer Dorado, y no se le puede combatir de la misma forma. Esa sobreutilización del término fascista por parte de la izquierda creo que no nos aporta nada. Si pensáramos que fuera a ganar el fascismo en nuestro país, tendríamos que pasar a la clandestinidad. Un análisis errado nos da tareas erradas.
¿Cuál es la solución de la izquierda? La izquierda tiene que empezar a proponer alternativas de futuro a la crisis climática, la crisis económica, a la crisis del sistema capitalista. Tenemos que empezar a pensar alternativas poscapitalistas en un escenario de crisis y de choques interimperialistas.
Si no planteamos una alternativa, una propuesta de futuro, es normal que lo que venza sea una propuesta de pasado.
Otro elemento que me parece fundamental: incorporar la lógica del reparto y de los bienes comunes. Claro, si no cuestionamos el templo sagrado de la propiedad, si con una crisis pandémica que generó una de las crisis del capitalismo más fuertes en las últimas décadas no se ha podido cuestionar el derecho de propiedad de unas vacunas que habían sido producidas con dinero público, es una muestra la derrota política, cultural e ideológica de la izquierda.
Eso no habría pasado en los años 70, habría sido imposible. Es que el propio Lula en los años 2000 abrió las patentes para, por ejemplo, combatir el sida.
O nos metemos a pensar alternativas ecosocialistas a la crisis ecológica, nos metemos en el templo de la propiedad y empezamos a hablar de bienes comunes, de repartir, de trabajar menos para trabajar todas, de reconstruir lazos de clase y de comunidad en nuestros barrios, de reconstruir tejido social, de sindicalismo en los centros de trabajo, de sindicalismo social en nuestros barrios, o todo entrará por los teléfonos móviles.
Porque al final la extrema derecha se construye en el miedo de la individualidad. Si nos quieren solas y solos, nos tendrán que encontrar juntas. Eso, que es un eslogan, hay que construirlo. Gran parte de la victoria que supuso el inicio de un ciclo impugnador en nuestro país partió de esa construcción de cuando te desahuciaban sola en tu casa y te encontraban con tus vecinas y tus vecinos defendiendo tu casa y tu vida.
Las solidaridades de clase y de comunidad son el mejor antídoto contra el virus del odio de la extrema derecha, que fomenta la guerra entre el último y el penúltimo, el señalar los enemigos.
Es un elemento fundamental dejar de pensar en los tiempos frenéticos de una política de redes sociales para volver a unos tiempos de política humana, de reconstrucción del tejido en donde se debe de entender que ante la derrota en la que nos encontramos no valen atajos electorales.
Esto es una cuestión que también es parte de la derrota de la izquierda, una izquierda con menos anclaje social que nunca, y que fía todo a ganar elecciones y a cogobernar con el Partido Socialista en vez de empezar a pensar cómo reconstruimos una sociedad profundamente atomizada y destruida y cómo nos anclamos en esa sociedad, cómo nos insertamos para volver a construir un ciclo que cuestione lo que está pasando, que permita recuperarnos de la derrota política e ideológica en la que nos encontramos.
Yo siempre digo que todavía no nos hemos recuperado de la derrota de 2015 en Atenas, en Grecia, que todavía no se ha recuperado, entre otras cosas porque no ha sacado lecciones. Linera decía que la izquierda no puede moderarse; que no son tiempos moderados y que la izquierda tiene que radicalizarse.
Yo siempre dije que los dos riesgos que tenía Podemos eran moderarse y normalizarse. No podemos normalizarnos, no podemos ser uno más de las ofertas electorales del mercado neoliberal y no podemos moderarnos y tenemos que empezar a entender que las mayorías sociales ya no solo se construyen desde el centro, sino que también se construyen desde los márgenes, desde fuera del sistema.
Una de las grandes lecturas de Milei es que no ha construido una mayoría moderándose ni desde el centro. Parece todo lo contrario. Trump, Bolsonaro, Le Pen... La extrema derecha está creciendo con un proyecto cada vez más radical y nosotros cada vez más moderados; cada vez más internacionalista y nosotros cada vez menos internacionalistas. Bueno, pues ahí a lo mejor también hay una receta.
El 23J se vivió como un triunfo porque se evitó en las urnas tener a Santiago Abascal como vicepresidente del Gobierno, por ejemplo.
Lo peligroso es que se pueden convertir en derrotas en diferido. Que veamos lo del 23J como una victoria es producto de nuestra derrota. Si no hacemos nada, si volvemos a hacer lo mismo que ha permitido estar a punto de perder, a la siguiente seguro que perdemos.
Hay victorias que pueden ser, si no haces nada, derrotas en diferido. Le Pen ha conseguido marcar la agenda política e ir construyendo victorias ideológicas siendo derrotada sistemáticamente por ese frente republicano que lo que ha hecho ha sido hacer desaparecer prácticamente a la izquierda francesa hasta que ha salido de la ruleta de hámster en donde nos habían metido.
Al único que puede beneficiar aquí esta estrategia es al PSOE. Si hay que hacer cualquier cosa para frenar al fascismo, claro, votemos todos al PSOE. ¿Por qué no? Si no explicamos que no queremos ser la muleta simpática del Partido Socialista, si queremos ser algo más que una muleta simpática del sistema, lo que planteamos es que el sistema nos está llevando a un abismo y queremos romper con el sistema.
Si no planteamos eso, pasa lo que está pasando. De hecho, yo creo que la extrema derecha crece también porque nosotros siempre hemos pensado que si había malestar, si el capitalismo generaba malestar, claro, ¿quién lo iba a canalizar? Y la extrema derecha está demostrando que en un momento de malestares crecientes son capaces de gestionarlos y canalizarlos, proponiendo incluso aumentar y acelerar las recetas que generan esos malestares en una lógica de travestismo político brutal.
Una de las personas más ricas de Estados Unidos se plantea como un antisistema. Ese es el trumpismo. Trump se parece más a Berlusconi que a Mussolini, es un atrapalotodo.
Hablando de la radicalización del discurso. Estamos viendo cómo Netanyahu es un ejemplo, cuando él empezó en política no estaba en las posiciones de ahora.
Yo creo que nunca estuvo en los dos estados. Y, de hecho, el único político sionista que apostó realmente por una lógica de dos estados fue asesinado. Isaac Rabin fue asesinado por su gente como traidor.
Pero este Gobierno de Israel es el más ultra de la historia del país.
Claro, pero no miremos a Netanyahu, miremos al 70% de la sociedad israelí que apoya al Gobierno de Netanyahu. ¿Por qué lo apoya? Y cómo ya nada escandaliza a la comunidad internacional, porque la lógica era que Israel era la única democracia en Oriente Próximo y los otros eran unos salvajes. Esa lógica atávica, occidental y profundamente colonial, porque se nos olvida que Israel es una colonia europea en Oriente Próximo.
Eso se ha roto hace mucho tiempo. Mucha gente no sabe que Israel no tiene constitución, el único contrapeso que tiene al Ejecutivo es supuestamente el Tribunal Supremo, un Tribunal Supremo que estaba siendo desmantelado por el propio Netanyahu.
Yo hablo del proceso, de cómo el llamado iliberalismo es la fase superior del neoliberalismo, y cómo el neoliberalismo se ha comido a la democracia liberal y es una suerte de Frankenstein autoritario con elementos formales de las democracias liberales, una democracia donde se vota, pero realmente no hay separación de poderes, y toda la lógica liberal ha sido desterrada.
Netanyahu es el sueño de la extrema derecha europea. Ha conseguido construir un etnoestado: en 2018 aprobó que solo eran ciudadanos de Israel los judíos. Nadie en el mundo ha ido tan allá. Ni Milei, ni Bolsonaro, ni Trump, ni Orbán. Nadie, ni Putin. Es como si ahora decretamos que solo es español el católico apostólico romano.
Eso es lo que plantea, por ejemplo, la extrema derecha en Francia, con la pregunta de qué es ser francés. La extrema derecha vive una neurosis identitaria, eso lo podemos ver en España también con Vox: solo es español el que tiene una adscripción ideológica política con los supuestos valores españoles. Así, el catalán no es español, pero tampoco la feminista, el rojo, el migrante, etc. Se busca una adscripción ideológica con la su idea de hispanidad. Igual que Le Pen cuestiona que personas que llevan cinco generaciones en Francia no sean franceses, si son musulmanes.