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Opinión - ¿Misiles para qué? Por José Enrique de Ayala

Por qué nunca apretaría el botón nuclear, que parece convertido en un test de virilidad

Nicola Sturgeon

Ministra principal de Escocia —

“¿Te sentirías en algún momento preparado para utilizar armas nucleares?” Cada vez más a menudo, los políticos tenemos que responder a esta pregunta como si fuera una especie de prueba de virilidad. El mensaje implícito es que para ser un líder político creíble, debes estar dispuesto a usar un arma de destrucción masiva indiscriminada y asesinar a millones o incluso decenas de millones de personas inocentes.

Cuando le hicieron esta misma pregunta a la líder Liberal Demócrata Jo Swinson, ella se quedó pensando durante una milésima de segundo para luego responder con tranquilidad: “Sí”.

Quiero que queden claras las consecuencias de esta posición. La única vez que se utilizaron armas nucleares en una guerra fue cuando Estados Unidos destruyó Hiroshima y Nagasaki a fines de la Segunda Guerra Mundial. Las bombas atómicas mataron instantáneamente a decenas de miles de personas. Las enfermedades por la radiación mataron a muchas más. La primera bomba destruyó 13 kilómetros cuadrados de Hiroshima. Desde entonces, ningún país ha lanzado un ataque nuclear, pero poco después el mundo entró en una peligrosa carrera armamentística.

Las armas nucleares que existen actualmente son gigantes en comparación con las bombas lanzadas sobre Japón. El número total de víctimas que tendría un ataque nuclear moderno no sería de decenas de miles, sino de decenas de millones. Existe la teoría –con la que no estoy de acuerdo en absoluto– de que las armas nucleares dan seguridad, porque ningún país entraría en guerra con otro que tiene armas nucleares. Pero incluso aquellas personas que creen en esta teoría de destrucción mutua garantizada deberían oponerse al tono relajado que ha adquirido el discurso político sobre este tema.

Si un político de uno de los principales partidos dijera sin pestañear que utilizaría armas químicas contra civiles, se armaría un alboroto. Si un candidato a primer ministro se jactara de que cometería crímenes de guerra, sería un escándalo nacional. Debería ser igual con las armas nucleares, pero se utiliza una antigua mentalidad de la Guerra Fría para encubrir estas armas de destrucción masiva como algo digno de respeto.

Su potencial de muerte y destrucción merece una actitud más responsable que la de un bravucón que dispara a la mínima circunstancia. Es hora de que los defensores de las armas nucleares hablen claro sobre la realidad que implica su posición.

En 1961, a pesar de las protestas públicas, zarpó el primer submarino estadounidense Polaris hacia el lago marino Holy Loch, en Argyll [Escocia]. A fines de esa década, el Reino Unido ya había lanzado su propia flota nuclear, con cuatro submarinos Polaris en la base naval Faslane. Durante 50 años, los submarinos nucleares han estado operando a menos de 50 kilómetros de Glasgow, la ciudad más poblada de Escocia.

Igual que otros escoceses, siempre me ha escandalizado que el arsenal nuclear de Inglaterra fuera conservado en mi patio trasero. Y siempre me ha dejado pasmada que, uno tras otro, todos los Gobiernos del Reino Unido hayan pagado el costo astronómico de mantener estas peligrosas armas mientras que seguimos teniendo niños creciendo en la pobreza.

Incluso antes de unirme al Partido Nacional Escocés, yo ya formaba parte de la Campaña Escocesa por el Desarme Nuclear. No solo quiero una Escocia libre de armas nucleares, sino que quiero un mundo entero sin armas nucleares. Pero siempre he sentido que la única forma de que se vayan las armas nucleares de la base naval de Clyde es que Escocia sea un Estado independiente.

Esta campaña electoral me da la razón. Swinson no es la única que avala las armas nucleares como una forma de probar su liderazgo. Jeremy Corbyn, que durante mucho tiempo apoyaba la Campaña de Desarme Nuclear, ahora está a favor de renovar el programa nuclear Trident. Si bien tengo mis diferencias con Corbyn, creo que en este tema, en el fondo de su corazón, él piensa igual que yo. Pero aún así, en un intento por llegar a primer ministro, el líder de los laboristas siente que debe sacrificar sus principios y la promesa que le hizo a Clyde.

El Gobierno del Reino Unido ha reducido el personal normal de Defensa y ha dejado a Escocia sin los recursos defensivos que necesita todo Estado marítimo. Estaríamos mejor protegidos con más empleos y sin el programa nuclear Trident. Ahora, la posición del Partido Laborista es que apoya un mundo sin armas nucleares, pero afirma que el camino para ello es renovar el programa de misiles que ya tenemos.

Igual que pasaba antes con la teoría de destrucción mutua garantizada, esta teoría de desarme multilateral se basa en confiar en que de pronto haya un cambio masivo de lógica. No se llega a un mundo más seguro haciéndolo primero más peligroso. La Guerra Fría demostró que desarrollar armas nucleares alimenta una escalada interminable, con potencias obsesionadas por su posición de poder que reclaman un acopio cada vez mayor y más destructivo.

Incluso el progreso que hemos logrado desde los años 80 ha demostrado estar construido sobre terreno inestable. Este año, tanto Estados Unidos como Rusia se retiraron de un tratado nuclear esencial que prohibía los misiles de alcance intermedio. Lo último que necesitamos es otra carrera armamentista. Ahora, el Reino Unido tiene la oportunidad de demostrar un liderazgo real y global. No es suficiente esperar a que otros países reconozcan el error de tener programas nucleares y mientras tanto seguir gastando miles de millones de euros en nuevas armas.

Un cálculo estimado establece el costo total de una nueva generación de misiles Trident en 234.000 millones de euros. Deberíamos ser pioneros en deshacernos de nuestras armas nucleares e invertir ese dinero en nuestras comunidades y en nuestros servicios públicos.

El hecho de que los partidos de Westminster estén de acuerdo en este tema no hace más que confirmar a muchos escoceses que la independencia es el único camino para deshacerse del programa Trident de una vez y para siempre. Mi mensaje es simple. La gran mayoría de países no tiene armas nucleares. No necesitamos armas nucleares. Y nunca jamás deberíamos utilizarlas.

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Nicola Sturgeon es ministra principal de Escocia.

Traducido por Lucía Balducci