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El ministro de Justicia de Bolsonaro se cree un superhéroe de Hollywood

A principios de abril, el ministro de Justicia brasileño, Sérgio Moro, defendió en Twitter su proyecto de ley para combatir el crimen organizado: “¿Han visto alguna vez esas películas estadounidenses de policías encubiertos infiltrados en bandas criminales, de narcotráfico o corruptas como 'Donnie Brasco' o 'Infiltrado' y que retratan casos reales?”. No era la primera vez que el actual ministro de Justicia de Bolsonaro se veía relacionado con las películas de Hollywood. Es muy común ver muñecos de Moro vestidos de Superman en las manifestaciones contra el Partido dos Trabajadores o en apoyo a Bolsonaro.

Sérgio Moro se hizo famoso por ser el juez responsable de las condenas a varias figuras poderosas entre políticos, empresarios, comerciantes y los conocidos como 'doleiros' (en referencia a personas que compran dólares para blanqueo de capitales) en el marco la mayor investigación anticorrupción de la historia de Brasil: el Lava-Jato.

En una decisión que parece calculada para seguir el camino hacia la grandeza, a principios de año Moro abandonó el poder judicial para convertirse en ministro de Justicia. Se dice entre bastidores en Brasilia que tiene la intención de ser candidato a la presidencia en 2022. El problema es que, al parecer, el antiguo juez se creyó el disfraz que le pusieron sus seguidores.

Es a la luz de ese Tweet que uno puede entender un poco la reacción de Moro cuando The Intercept publicó mensajes filtrados de fiscales que forman parte del equipo Lava Jato. A cuentagotas, el portal dirigido por el estadounidense Glenn Greenwald, que se hizo famoso cuando recibió los archivos de la NSA de Edward Snowden, está analizando y publicando conversaciones privadas de Telegram entre miembros del equipo Lava Jato, compuesto por fiscales federales.

En la primera semana, las conversaciones muestran cómo Moro hablaba directamente con los miembros del Ministerio Público Federal, les daba pistas, intercambiaba cumplidos y sugería estrategias para la investigación. En un mensaje, Moro sugirió una fuente para los fiscales; en otro, incluso sugirió que la Fiscalía emitiera una nota pública después de haber entrevistado al expresidente Lula para contradecir públicamente lo que él llamó un “numerito de la defensa”. Moro era el juez de los casos Lava Jato y, en este último episodio, aún no había condenado al expresidente Lula a prisión.

Fue Moro quien, al condenar a Luis Inácio Lula da Silva, expresidente durante dos mandatos y, según todas las encuestas, el favorito a ganar las elecciones de 2018, allanó el camino para la victoria del ultraderechista Jair Bolsonaro. Y después de esa victoria, Moro aceptó de buena gana convertirse en su ministro de Justicia.

Ahora, al exponer las relaciones íntimas del exjuez con una de las partes de este polémico proceso judicial, Moro ha reaccionado con una indiferencia sorprendente. Pillado por sorpresa, no negó inicialmente la veracidad de los diálogos.

“En cuanto al contenido, por lo que a mí respecta, no he visto gran cosa”, dijo el día después de las revelaciones. Días más tarde, en relación a sus indicaciones a un presunto denunciante contra Lula, señaló: “Recibí esa información y, por lo tanto, digamos, que fue incluso un descuido mío, simplemente completé la solicitud. Pero no hay ninguna anormalidad en eso”.

En ninguna parte del mundo es aceptable que un juez colabore con una de las partes en un caso penal, ya sea con la defensa o con la Fiscalía. La ley brasileña es clara cuando establece una sospecha sobre un juez que no mantiene la misma distancia entre las partes.

Por supuesto, Moro, juez desde hace 20 años, lo sabe. Trata de minimizar ante la opinión pública algo que claramente tiene como uno de sus valores principales: para combatir el crimen vale la pena ignorar las leyes y romper las reglas. Como casi todas las películas de superhéroes, en las que la justicia, la ejecución y la eliminación despiadada de todo tipo de “enemigos” es común, justificada y libre. El fin justifica los medios.

La soberbia con la que el ministro de Justicia ha respondido a las graves acusaciones ha conmocionado a la comunidad jurídica. Incluso algunos jueces del Tribunal Supremo han dejado claro que la neutralidad del juez es la base de la justicia.

A su vez, el presidente Bolsonaro ha mostrado su apoyo a su ministro, que es, según todas las encuestas de opinión, la figura más popular de su gobierno. No podía hacer otra cosa, ya que Bolsonaro es el presidente en su primer mandato peor valorado en la historia reciente de Brasil.

Todavía es demasiado pronto para evaluar hasta qué punto las filtraciones erosionarán el apoyo popular a la operación Lava Jato y al gobierno de Bolsonaro, que confía en la popularidad del exjuez para fortalecer la bandera propagandística de “limpiarlo todo” en la política brasileña. Hasta ahora, la estrategia de defensa que denuncia el hackeo de las conversaciones ha tenido poco efecto.

Para salvar a Moro y al propio gobierno de Bolsonaro habrá que confiar en algo más que en la experiencia política que ya ha revelado que no tiene. Quién sabe, quizá hace falta un verdadero superhéroe que tenga el superpoder de cambiar la dirección del tiempo, los vientos y el clima.