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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Cuando John McCain decidió que no valía todo para ganar unas elecciones

  • El senador John McCain, fallecido a los 81 años, dejó su sello en la campaña electoral de 2008. Perdió, pero demostró que el juego sucio no era la forma decente de convertirse en presidente

Ha muerto John McCain. La historia dirá de él que fue un héroe de guerra y también el candidato republicano a presidente en 2008. Dirá que Barack Obama le derrotó, pero que no pudieron con él las palizas y las torturas de los interrogadores norvietnamitas. Sin embargo, para mí, el verdadero momento heroico de la vida de McCain sucedió muy lejos del Hanoi Hilton (el nombre irónico de la prisión donde estuvo encarcelado) y de la guerra de Vietnam. Su cita con la historia fue en Lakeville, Minnesota, el 10 de octubre de 2008.

Era viernes por la noche y el gimnasio del instituto estaba lleno de gente. A lo largo de su carrera, McCain siempre había preferido los actos en los que los votantes le hacían preguntas a los mítines con discursos. Así lucía más ese “hablando claro” sobre el que había fundamentado su carrera política. Quedaba menos de un mes para las elecciones y las encuestas se lo ponían muy difícil. Millones de norteamericanos que jamás habían soñado con tener un presidente negro iban dándose cuenta de que iban a tenerlo, uno llamado Barack Hussein para más señas. Y no todos estaban felices. Aquella noche en Lakeville había gente profundamente preocupada.

McCain fue respondiendo preguntas de los suyos y trató de enfriar algo el ambiente. Cuando un hombre confesó estar “asustado” por la perspectiva de una victoria de su rival, McCain respondió que Obama era “una persona decente y alguien del que no debería estar asustado como presidente”. Sus propios seguidores lo abuchearon y se oyeron gritos de “terrorista”.

McCain le pasó entonces el micrófono a una mujer que dijo que no podía confiar en Obama porque era “un árabe”. El candidato le arrebató el micrófono y respondió: “No, señora. Es un padre de familia decente y un ciudadano con el que estoy en desacuerdo en asuntos fundamentales y de eso va esta campaña. No es un árabe”.

A los enardecidos votantes republicanos les frustraba el empeño de McCain en defender a su rival. Otro le reclamó “una lucha de verdad” y él le dijo: “Lucharé, pero seré respetuoso. Admiro al senador Obama y sus logros y le respetaré. El público le abucheó de nuevo mientras añadía que eso ”no quiere decir que reduzcáis vuestro entusiasmo, pero hay que tener respeto“. Todo está en vídeo.

A los 72 años y solo a unas semanas de las elecciones, frente a la última oportunidad de su vida para ser presidente, McCain decidió decepcionar a los suyos. No quiso subirse a la ola de racismo entusiasta que ya entonces amenazaba al Partido Republicano y que hoy lo ha tomado casi por completo. Una noche de octubre en un gimnasio de Minnesota, John McCain decidió que no quería la presidencia a cualquier precio.

Antes y después de aquel momento, John McCain ha dicho muchas cosas con las que estar en desacuerdo. Es normal, porque era un senador republicano conservador de Arizona. Pero en el momento que vive ahora mismo la política estadounidense, reconforta recordar el día en el que un líder que se lo jugaba todo dijo que no todo vale. Entronca bien con el joven piloto que fue derribado, con el hijo del almirante que fue hecho prisionero durante cinco años y torturado por negarse a hacer una grabación de propaganda.

John McCain ha sido uno de los objetivos favoritos de Donald Trump. En una famosa frase, el presidente que logró librarse cinco veces de ir a Vietnam dudó de que McCain fuera un héroe porque él “prefería a los que no eran capturados”. Ya sabiendo que le quedaba poco de vida, Trump ha dicho a sus asesores que no se arrepiente de aquello y hace unas semanas se negó siquiera a pronunciar el nombre de McCain en el acto en el que firmó una ley bautizada en su honor. El fallecido, por su parte, dejó dicho que no le quería en su funeral. Cada cual, en su sitio.