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El nuevo movimiento alemán En Pie se cruza con las políticas de Salvini: discursos sociales y controles migratorios

Sahra Wagenknecht, en un mitin en Berlín en septiembre de 2017.

Andrés Gil

La caída del Muro de Berlín infló a los liberales y conservadores; descolocó a la socialdemocracia y noqueó a la izquierda alternativa. Durante décadas. Hasta que los movimientos antiglobalización que después devinieron en el 15M; Occupy Wall Street y semejantes en medio mundo alumbraron un nuevo mapa político con nuevas gramáticas políticas.

La conversación introducía un nuevo lenguaje; los ejes tradicionales se alteraban por el arriba-abajo; el 99%-1%; y el grito tenía que ver con profundizar la democracia –en los procesos políticos y económicos– y en señalar a los culpables de la crisis y dar voz a sus víctimas.

Desde entonces, nuevas formas de hacer política como herramienta para movilizar electorados desencantados y para intentar construir una nueva identidad permitió la irrupción de Podemos; a Alexis Tsipras ganar Grecia en 2015 y a Jean Luc Melenchon acariciar la segunda vuelta de las presidenciales francesas de 2017. En definitiva: movimientos antagonistas alcanzaron cotas inéditas.

Y ahora, en Alemania y en Italia para gestionar las de la austeridad y las crisis migratoria y de refugiados, se está dando una vuelta de tuerca aplicando tintes xenófobos a los discursos sociales desde organizaciones de la izquierda tradicional –sectores de Die Linke, heredero del partido comunista de la RDA– y desde nuevos movimientos como el 5 Stelle, que cogobierna Italia, el país que alumbró el himno partisano Bella Ciao –popularizado últimamente en España a raíz de la serie la Casa de Papel–, con la Liga Norte.

El nuevo movimiento alemán Aufstehen de la dirigente de Die Linke Sahra Wagenknecht –presentado con cargos del SPD y Los Verdes– apunta directamente a los votantes del ultraderechista AfD reclamando controles migratorios –las fugas de de la izquierda antagonista a la extrema derecha se vienen produciendo desde finales de los ochenta con el PCF y el FN en Francia–.

Controles migratorios y cierre de fronteras es lo que está haciendo Matteo Salvini en Italia con el aplauso del ultraderechista húngaro Victor Orbán. Salvini, además, lo hace en un gobierno compartido con el Movimiento 5 Stelle, que acaba de aprobar el llamado Decreto Dignidad, abanderado como progresista por su proteccionismo hacia los trabajadores italianos.

El intelectual italiano Massimo Recalcati, próximo al Partido Democrático, escribía recientemente, según recoge Carlos Elordi: “La defensa de la propia identidad, el rechazo del extraño, el enroque frente a la amenaza del extranjero, antes que xenofobia o racismo es, guste o no, una inclinación fundamental del ser humano. La filosofía política que olvide ese dato corre el riesgo de ser idealismo impotente. Una de las leyes fijadas por Freud como determinantes para regular nuestra vida psíquica es, justamente, la de la dura defensa del propio equilibrio interno y de los propios límites. Salvini gana fácilmente porque ha elevado esa tendencia básica de la vida pulsional a la dignidad de la acción política”.

Sobre las políticas del Gobierno italiano, Alberto Garzón afirma: “El proteccionismo para proteger a los trabajadores italianos, los nativos, va de la mano, en ese modelo, con la exclusión de los inmigrantes como parte de la clase. No se puede elogiar un decreto de protección laboral –Decreto Dignidad– abstrayéndose de todo lo que significa social e históricamente Liga Norte. Que no es fascismo al estilo Mussolini es correcto, y que no podemos trivializar el fenómeno también. Pero no podemos blanquearlo”.

El secretario general de Podemos también se muestra “preocupado” por la deriva en Alemania e Italia que, como cantaban hace unos años 99 Posse, sitúan al “más pobre” como “enemigo del pobre y del pueblo”, en lugar de al “patrón y el capital”.

“Creo que el cambio tecnológico y la globalización, combinadas”, reflexiona el diputado socialista Ignacio Urquizu, “va a generar un porcentaje muy elevado de perdedores que puede afectar no solo a clases bajas, sino también a clases medias: pérdida de empleos, salarios muy bajos.... Este miedo ambos fenómenos y sus consecuencias tiene una reacción de intronspección nacional (identidad nacional) frente a lo que viene de fuera y freno a los progresos tecnológicos. Derecha e izquierda están reaccionando de formas parecidas: énfasis en las identidades (derecha en lo nacional y la izquierda en colectivos como género, sexualidad...) y regulaciones que protegen a los que se ven amenazados por los cambios tecnológicos. Pero cuando pasas a competir en esos ejes, especialmente el identitario, siempre hay algunos que son más competitivos (la extrema derecha y el populismo que apela al pueblo). Los partidos tradicionales, con sus reacciones, han abierto una agenda que pueden aprovechar otras fuerzas políticas hasta ahora minoritarias o incluso extra parlamentarias... A mí me preocupa mucho. Quizás la respuesta ante los perdedores de la globalización y el cambio tecnológico debería haber sido otra, especialmente por la izquierda”.

“Mi preocupación es con el tipo de discursos y argumentos”, argumenta Garzón, “porque la justificación de En Pie se hace a partir de esa concepción corporativista en la que por definición lo más importante es aquello que refiere al conflicto capital-trabajo. Se nos dice 'la gente no quiere ética o derechos humanos internacionales sino comer y cobrar bien' y 'los inmigrantes amenazan las conquistas laborales' lo que en el fondo supone priorizar unos conflictos (capital-trabajo regulado) sobre otros, además de excluir a determinados sectores de la noción de 'clase trabajadora'. Y ojo, yo creo como Nancy Fraser que en el voto populista a la extrema derecha hay mucho de antiestablishment y antiausteridad, por supuesto. Ni creo que los votantes de AfD o LN o Vox sean todos neonazis. Pero yo no apuesto por anteponer un conflicto a otro o copiar el discurso de la derecha”.

“Wagenknecht y Lafontaine”, escribe Miguel Sanz Alcántara, “piensan que la utilización de la policía, los permisos de residencia, las fronteras y la deportación constituyen herramientas que la izquierda debe utilizar también para defender los niveles de vida de la clase trabajadora alemana. [...] Su receta para parar el desplazamiento de votos de Die Linke a AfD en el este de Alemania es darle la razón a esta última y asumir que hacen falta más controles de inmigración”.

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