La cosa no durará más de 15 segundos: “Yo, Joe Biden, juro solemnemente...”. El demócrata irá repitiendo las palabras del presidente del Tribunal Supremo y, cuando acabe de decir “que Dios me ayude”, sonarán 21 disparos de cañón y ya todos los poderes de la presidencia habrán dejado a Donald Trump para ir a parar a Joe Biden. El coro de los marines empezará a entonar su tradicional ‘saludo al jefe’, pero ya habrá otro jefe.
En ese preciso instante, al mediodía del 20 de enero en la escalinata del Capitolio, habrán terminado las elecciones presidenciales más largas y disputadas de la historia moderna y Joe Biden será el 46º presidente de la historia de Estados Unidos. Sin embargo, la transición de un gobierno a otro es un proceso mucho más largo que incluye enormes cambios tanto en la administración como en la vida personal del nuevo presidente.
A toda velocidad
El día de la toma de posesión de un nuevo presidente está regido por muchas tradiciones, aunque este año no está muy claro cuántas de ellas se cumplirán. Habitualmente, el presidente saliente invita a su sucesor a desayunar a la Casa Blanca y comparte con él el trayecto en limusina hasta el Capitolio. Sin embargo, ahora que Trump denuncia sin pruebas ni denuncias concretas que Biden le ha robado las elecciones mediante un “enorme fraude”, no tenemos claro si van siquiera a coincidir.
El presidente no ha aclarado si asistirá a la toma de posesión de su sucesor, aunque dice que ya tiene la decisión tomada. Varios políticos de su partido se lo han reclamado y algunos de sus asesores creen que hacerlo sería mejor para sus intereses políticos si desea presentarse de nuevo en cuatro años. Pero hay una cosa clara, decida lo que decida Trump sobre el protocolo, la Casa Blanca dejará de ser su casa al mediodía del 20 de enero y tiene que marcharse.
Normalmente los camiones de mudanzas llegan a la Casa Blanca en cuanto “los presidentes” se marchan camino al acto solemne en el Capitolio. Se calcula que el personal de la residencia tiene unas seis horas para darle la vuelta a la vivienda, metiendo en cajas todas las cosas del que se va y colocando en su sitio todas las del que llega. El objetivo es que no parezca que se echa al presidente saliente antes de tiempo, pero que tampoco le falte nada al sucesor cuando llegue: que se encuentre con la ropa ya colgada en los armarios, las fotos de su familia en las estanterías y su champú favorito esperando en el baño. También tiene que dar tiempo a limpiar en profundidad y hacer pequeñas reparaciones en la residencia.
Un cambio personal y un cambio de personal
Pero la Casa Blanca, además de una vivienda, es un centro de trabajo. Mientras el nuevo presidente jura el cargo, pronuncia su discurso y se da un paseo triunfal por Washington, un equipo de los Archivos Nacionales revisa cada oficina de la Casa Blanca para asegurarse de que no hayan quedado documentos de nadie que no vaya a seguir trabajando allí. El mandatario tiene el privilegio de nombrar a 4.000 personas para ocupar cargos públicos, pero no todos ellos llegarán con él el 20 de enero. Para empezar, unos 1.200 necesitan la aprobación del Senado antes de tomar posesión, incluido todo el gobierno.
Biden ya ha anunciado el nombre de algunos de los elegidos, pero el proceso será largo. Hace cuatro años, Trump tardó casi cuatro meses en lograr la aprobación del último de los miembros de su gabinete, a pesar de que su partido tenía mayoría en el Senado, que no es el caso de Biden. A veces el proceso ni siquiera llega a completarse del todo: de los 750 puestos más importantes de la administración que requieren el visto bueno de la cámara alta, Trump tiene hoy vacantes aproximadamente uno de cada tres.
Tradicionalmente, en la parte final del mandato, el jefe de gabinete del presidente saliente reclama a todos los cargos designados “a dedo” que firmen una carta de dimisión. El nuevo presidente podría despedirlos nada más tomar posesión, pero se considera un gesto de buen gusto. Desde ese momento, funcionarios de carrera en cada uno de los departamentos se hacen cargo temporalmente de sus funciones mientras el presidente nombra un gobierno y el Senado se pronuncia al respecto.