Nativismo en EEUU: el pecado original
Para ser un país fundado por inmigrantes desde su mismo origen, los Estados Unidos de América han tenido importantes facciones políticas convencidas de que la inmigración debía ser limitada, y de modo drástico. A menudo las justificaciones de este rechazo a la inmigración tuvieron entonces, como tienen hoy, un tono etnicista cuando no abiertamente racista. Las limitaciones siempre se dirigen hacia poblaciones consideradas en cada momento indeseables, desde los alemanes en el siglo XVII a los mexicanos, centroamericanos y musulmanes hoy, pasando por los irlandeses e italianos (el catolicismo era rechazado), chinos y japoneses, franceses y rusos revolucionarios, judíos de Europa Central y gentes del Mediterráneo en general.
A menudo exacerbadas en situaciones de crisis económica la persistencia de estos sentimientos demuestra que hay algo más. La historia de los movimientos nativistas en EEUU no empieza en los disturbios de Charlottesville, sino que viene de mucho más atrás: desde su nacimiento como nación.
Estados Unidos nace a partir de las primeras colonias británicas establecidas en el continente norteamericano a partir de 1600 que acabaron transformándose en las 13 colonias originales. La población se componía de británicos con unos pocos holandeses y suecos. Hasta la mitad de ellos llegaron como siervos (trabajadores no abonados, o bajo contrato). El gobierno británico envió además al menos a 50.000 convictos.
La razón era la escasez de trabajadores, que supuso un grave problema en la primera era colonial. En Nueva Inglaterra los primeros colonos pertenecían a la secta religiosa de los puritanos, que huían de la persecución en Inglaterra, y a lo largo del siglo XVIII llegaron también algunos judíos sefardíes y otros refugiados religiosos como hugonotes franceses.
Como consecuencia, la población de las 13 colonias era hacia la década de 1770 de unos 2,5 millones de personas con una amplia variedad de sectas protestantes.
Ya entonces surgieron las primeras tensiones. Los colonos empezaron a resentirse ante la llegada de alemanes para instalarse en Pensilvania, e incluso Benjamin Franklin se opuso a ellos durante algún tiempo. El uso de mercenarios alemanes por parte de los británicos en la Guerra de Independencia sin duda contribuyó a este rechazo inicial.
Las cosas se calmaron durante algunas décadas, pero a partir de la década de 1820 la masiva llegada de irlandeses y alemanes de religión católica fue incubando un malestar que culminó hacia mediados del siglo XIX con la aparición del Partido Americano, conocido como los Know Nothings (no sé nada, por la respuesta que debían dar si eran preguntados por las autoridades).
Los Know Nothings estaban agrupados en numerosas organizaciones semiclandestinas que se oponían con vehemencia a la invasión católica, razonando entre otras cosas que eran vasallos de un príncipe extranjero (el Papa) opuesto a la Ilustración y por tanto no podían ser buenos ciudadanos de la república.
Para mediados de siglo, la inmigración católica se había multiplicado por cinco y las ciudades de la costa este estaban superpobladas. Hubo motines, quemas de conventos y ataques a votantes irlandeses y alemanes.
Las propuestas políticas del Partido Americano consistían en medidas contra la inmigración, incluyendo el veto a los inmigrantes para presentarse a elecciones y la exigencia de 21 años de residencia para obtener la ciudadanía. El lema se resumía en ‘sólo los americanos gobernarán América'. El partido alcanzo varias alcaldías, el control de la Asamblea de Massachusetts y 43 escaños en el Congreso federal. En 1856 su candidato presidencial, Millard Fillmore, consiguió el 22% de los votos.
Buena parte del sentimiento nativista se incorporó al Partido Republicano pero Abraham Lincoln, su segundo candidato presidencial, lo rechazó tajantemente cuando se presentó en 1860: su programa se oponía a cualquier modificación de las leyes de nacionalización para recortar los derechos de inmigrantes o ciudadanos sin diferenciar entre los nacidos dentro o fuera de EEUU.
Esto acabó con la influencia ‘know nothing’, pero no con los prejuicios sociales anticatólicos, inflamados por una abundante propaganda. Tras la Guerra de Secesión, el rechazo a los católicos en la vida pública se mantuvo durante décadas. Baste recordar que el origen irlandés y la religión de John Fitzgerald Kennedy fueron un factor relevante en su campaña presidencial en 1960.
Hacia la década de 1880, otro grupo se convirtió en blanco principal de rechazo con la llegada de decenas de miles de chinos para trabajar en el tendido de las vías para ferrocarriles. En 1882 se aprobó una ‘Ley de Exclusión de los Chinos’ que establecía severos límites a la inmigración de trabajadores de esta nacionalidad pero no comerciantes, estudiantes o familiares de nacionalizados. Entre sus consecuencias estuvo la imposibilidad de traer a las familias, así como la proliferación de restaurantes chinos, ya que estos negocios daban licencia para traer nuevos inmigrantes. Los recién llegados sin embargo no podían obtener la nacionalidad, limitación que sólo se levantó en 1943 por las necesidades de la Segunda Guerra Mundial.
Los japoneses comenzaron a emigrar, lo cual provocó el habitual resquemor de la mayoría blanca y protestante. En 1907 el llamado Pacto entre Caballeros del presidente Teddy Roosevelt y el emperador de Japón limitó la inmigración japonesa, que se redujo en más de un tercio (por debajo de un máximo de 72.000 al año), aunque el acuerdo excluía a Hawaii, recién incorporado.
Algunos estados de la Costa Este limitaron el derecho de comprar terrenos a los nacidos en el país. Los japoneses reaccionaron poniendo sus adquisiciones a nombre de sus hijos. Este legado de desconfianza contribuyó al internamiento masivo en campos de concentración de la población de origen japonés en 1942, después del ataque a Pearl Harbor.
En el último tercio del siglo XIX y las primeras décadas del XX la inmigración a EEUU batió todos los récords: más de 26 millones de personas llegaron entre 1870 y 1920. Muchos se vieron impulsados por la depresión de la década de 1890, en especial europeos de las zonas oriental y sur. La composición étnica de los recién llegados comenzó así a incluir eslavos, judíos askenazis, católicos italianos y ortodoxos griegos y rusos.
La llegada de millones de nuevos trabajadores que competían en el mercado y sus diferencias culturales y, supuestamente, raciales provocaron un rebrote de la hostilidad hacia la inmigración, esta vez con tintes racistas y eugenésicos basados en la retorcida interpretacion de la teoría evolutiva prevalente por aquel entonces. Los prejuicios antisemitas y antisocialistas estaban también presentes.
De este caldo de cultivo nació entre otros grupos la Liga por la Restricción de la Inmigración, que se dedicó a movilizar contra la inmigración del sur de Europa.
Así surgió la Ley Johnson-Reed de Inmigración de 1924 que estableció un sistema de cuotas: cada año los EE UU aceptaron tan sólo un máximo del 2% de los nacionales de cada país que ya vivían allí según el censo de 1890. Esta última estipulación sirvió para reducir las cuotas de los países del centro y sur de Europa y el número de judíos. Durante la Primera Guerra Mundial hubo un rebrote de sentimientos antigermanos que se expresó sobre todo en limitaciones de actividades culturales y en retirada de símbolos como nombres de calles.
La Gran Depresión de los años 30 endureció el ánimo del público haciendo imposible relajar las drásticas restricciones de la Johnson-Reed. Esto se reflejó en el rechazo de miles de judíos que intentaban huir de la Alemania nazi, muchos de los cuales acabaron siendo víctimas del Holocausto. En 1939 la Ley Wagner-Roberts para aceptar 10.000 niños alemanes al año durante dos años encontró una feroz oposición con tintes decididamente antisemitas, aunque se aprobó al final.
Encuestas realizadas en aquellos años muestran que significativas minorías creían que los judíos tenían demasiado poder y debían ser expulsados. El German American Bund (partido nazi americano) llegó a tener 20.000 miembros y a celebrar desfiles de antorchas y grandes ceremonias con parafernalia nacionalsocialista.
Incluso tras la Segunda Guerra Mundial se mantuvo el sistema de cuotas. Dos nuevas leyes en 1948 y 1959 limitaron la entrada de refugiados europeos a 400.000, de los cuales sólo 137.000 eran judíos.
Por supuesto la desconfianza ante los mexicanos (y latinos) ha existido desde siempre. La absorción por parte de EEUU de amplios territorios y su población se complicó más tarde con la llegada de más de dos millones de mexicanos a partir de 1942 de la mano del Programa Bracero para compensar la pérdida de mano de obra por la movilización de la Segunda Guerra Mundial.
El rechazo étnico-racial tuvo su máxima expresión en los motines Zoot Suit en 1943 entre 'pachucos' y militares estadounidenses en Los Angeles y otras ciudades. En 1954 las autoridades de inmigración lanzaron la Operación Wetback (espaldas mojadas) para devolver a estos trabajadores a Mexico; sólo en el primer año las redadas capturaron a más de un millón de ellos.
Según pasaban los años la imposibilidad de evitar el retorno ilegal de los expulsados y las protestas ante los abusos acabaron reduciendo primero y eliminando después el programa. Los prejuicios contra lo latino, sin embargo, continúan.
En comparación, los problemas fueron menores tras la Guerra de Vietnam, cuando las autoridades reasentaron al menos a 1,2 millones de vietnamitas, laosianos y camboyanos entre 1975 y 1995 con relativamente poca oposición, aunque hubo incidentes locales y regionales.
La última gran oleada de protesta contra la inmigración se ha concentrado en los musulmanes tras el 11-S, culminando en el intento del actual Gobierno de Donald Trump de prohibir durante algunos años la inmigración desde determinados países musulmanes. La orden está actualmente pendiente de una decisión del Tribunal Supremo.
Todas estas restricciones se suman a las leyes que limitaron durante décadas las perspectivas sociales, económicas y políticas de la población negra en los estados de la antigua confederación, las llamadas ‘Leyes Jim Crow’. Como queda claro en este somero repaso, la tentación nativista de privilegiar a los nacidos en la propia tierra y rechazar a los que vienen de fuera no es una nueva moda en Estados Unidos, sino que tiene amplias raíces y larga historia. Por paradójico que pueda resultar.