Barack Obama no será un presidente de un solo mandato. Tendrá la oportunidad de poner en práctica la reforma por la que probablemente será recordado: la reforma sanitaria. Para los que piensan que las diferencias ideológicas entre republicanos y demócratas son entre escasas e inexistentes, hay un dato incontestable. Más de 30 millones de personas tendrán un seguro sanitario gracias a la aplicación de lo que los republicanos llamaron en tono despectivo Obamacare.
Fue, como se esperaba, una elección mucho más disputada que la de 2008. Curiosamente, en votos electorales –lo que cuenta de verdad en EEUU–, los números no serán muy diferentes. La estrategia electoral de Obama funcionó a la perfección. Sólo tuvo que entregar una pieza valiosa en las urnas: Carolina del Norte, donde en realidad su victoria sobre McCain ya había sido mínima.
La supuesta decepción por las promesas incumplidas del presidente en su primer mandato no existió, o al menos no alcanzó los niveles previstos por la mayoría de los análisis de los medios de comunicación. Es posible que la letra pequeña de los resultados y el análisis de los porcentajes en cada zona del país arrojen una lectura diferente, pero da la impresión de que Obama mantuvo la fortaleza en los sectores que podían serle más fieles (mujeres, latinos, negros, personas con estudios...), mientras que contuvo el rechazo que podía causar en la clase trabajadora de raza blanca en los estados del Medio Oeste.
Las posibilidades de victoria de Romney pasaban por que la clase media blanca culpara directamente al presidente de las consecuencias de una anémica recuperación económica y de no haber controlado el incremento de la deuda nacional. No fue así. De lo contrario, habría perdido en Ohio y habría visto en peligro su ventaja en Pennsylvania, por citar dos ejemplos.
Los republicanos no sólo pagaron con una nueva derrota en la liza por la Casa Blanca. Mantuvieron su mayoría en la Cámara de Representantes, que casi nadie pensaba que estuviera en peligro. Sin embargo, no tuvieron ninguna posibilidad de arrebatar a sus rivales el control del Senado.
Es más, los dos candidatos a senador que consiguieron una triste notoriedad con sus declaraciones inauditas sobre la violación tuvieron el castigo de la derrota. Todd Arkin en Missouri y Richard Mourdock en Indiana perdieron escaños que estaban perfectamente al alcance de los republicanos.
¿Es un símbolo de la derechización flagrante de los republicanos y del precio político que pueden pagar por ello? Sería aventurado sacar conclusiones muy rápidamente. Al menos, en el caso del voto latino, la derecha norteamericana continúa jugando con fuego. El mensaje contra la inmigración no sale gratis.
El peso electoral de los latinos continuará subiendo, y de momento ya han sido decisivos en tres estados (Nevada, Nuevo México y Colorado) que han estado con Obama. Y eso a pesar de que el presidente no puede decir que haya cumplido las promesas que hizo a esa comunidad hace cuatro años.
No es tanto que los latinos estén enamorados de Obama para votarle en un porcentaje superior al 70%. Es que desconfían profundamente de los republicanos. Cada vez más. Romney perdió casi 20 puntos de apoyo latino en comparación con Bush, y diez con respecto a McCain. La culpa ha sido tanto del partido como del candidato.
En su discurso de aceptación de la derrota, Romney mostró la cara elegante del buen perdedor, de aquel que dice que el país se encuentra en un momento “crítico” y que pide que acaben las discordias internas.
Su partido no le escuchará. Algunos comentaristas conservadores insisten en que Obama pretende convertir EEUU en una economía similar a las europeas con una fuerte intervención del Estado. Curiosamente, eso coincide con un descenso acusado de los empleados del sector público en EEUU. Paradojas de una derecha, cada vez más influida por el movimiento del Tea Party, a la que no parece que le influyan las derrotas cuando se producen.
Como otros partidos cuando encajan un doloroso revés en las urnas, es posible que el veredicto de los republicanos consista en decidir que sus políticos no son lo bastante de derechas. Obama debería suponer que lo tendrá imposible para llegar a acuerdos con el otro lado.
Por otro lado, es casi seguro que lo intentará. Obama sigue siendo lo que era en 2008: un centrista cauteloso no muy hábil a la hora de trazar consensos con los adversarios.