Trump está tenso. El coronavirus ha resultado ser un enemigo formidable y no porque la edad del presidente le sitúe en un grupo de riesgo. El problema de Trump es que está acostumbrado a enfrentarse a los grandes problemas con unas herramientas que aquí no le sirven: el insulto, la distracción, la mentira y la intimidación. Contra el virus no le está funcionando ninguna de las cuatro.
No es que él no lo intente. En las últimas semanas Trump se ha inventado las cifras de contagios, ha rebajado unilateralmente la tasa de mortalidad calculada por la OMS, ha anunciado una vacuna por la vía rápida que no existe y ha dicho que el virus es un “bulo” de los demócratas y una “exageración” de los medios. En una comparecencia anoche anunció a los estadounidenses que la epidemia “no es culpa de nuestro país” y prometió combatirla con bajadas de impuestos. Mientras le preguntaban si se había sometido él mismo a la prueba del coronavirus, abandonó la sala de prensa sin responder.
Trump está aterrado, con razón, por la posibilidad de que el virus le fastidie la reelección. Si algo nos dicen las encuestas es que no todos los estadounidenses le tienen aprecio, pero que una gran mayoría está más que satisfecha con su gestión económica. Hasta hoy ha podido presumir de grandes cifras de creación de empleo, un crecimiento fuerte, subidas en Wall Street... y ahora el coronavirus tiene a los consumidores aterrados, a la bolsa con las peores caídas desde la gran crisis de 2008 y a un presidente que no parece tener un plan muy claro sobre cómo controlar los efectos económicos y sanitarios de todo esto.
Comunicación desastrosa, gestión deficiente
La respuesta del Gobierno de EEUU al coronavirus tiene un problema de base: que debe guardar un equilibrio imposible entre tomar medidas contundentes que frenen la epidemia y que, a la vez, estas no enfurezcan al presidente desmintiendo su teoría de que “esto no es para tanto”. Incluso a los comandantes militares se les ha advertido de que no tomen medidas que puedan poner en entredicho ese argumento. A pesar de esto, hay multitud de ejemplos de altos cargos diciendo cosas contrarias sobre el virus. Hace solo unas horas el ministro de Sanidad estaba en televisión diciendo “esto es un problema de salud pública muy serio y nadie trata de minimizarlo” y, seis minutos después, el presidente procedía precisamente a minimizarlo en sus redes sociales.
Sin embargo, los problemas en la respuesta al coronavirus van mucho más allá del desastre comunicativo. Los hospitales no tienen suficientes tests para saber quién está infectado: oficialmente hay algo más de 400 positivos y una veintena de muertos, pero son miles y miles los casos sospechosos a los que no se ha podido hacer la prueba simplemente porque no la tienen. Por mucho que Trump diga que “quien necesite un test lo tendrá”, la verdad es que esta misma semana muchos estados están reservando los que hay para personas que hayan viajado a China o a Italia o hayan estado en contacto con infectados.
Trump insiste cada día en que su decisión de cancelar los vuelos con China ha salvado muchas vidas, pero en realidad son solo los chinos los que no pueden entrar a EEUU. Todos los días siguen llegando vuelos desde China a los principales aeropuertos del país, ya que a los estadounidenses se les “recomienda” no viajar, pero pueden hacerlo si quieren. En cualquier caso, la estrategia está superada porque ya se ha confirmado que la enfermedad se está transmitiendo localmente en EEUU entre pacientes que no han viajado al extranjero.
Trump desafía personalmente al coronavirus
La respuesta del gobierno de Trump al coronavirus está recibiendo muchas críticas, pero es que la actitud del propio presidente hacia la enfermedad es curiosa. Trump se ha descrito a sí mismo como una persona con “fobia a los gérmenes” y ha sido durante estos años un adicto a esos geles alcohólicos de limpieza de manos que tan de moda están ahora. Sin embargo, en plena explosión de coronavirus, el presidente se está rebelando contra algunas de las recomendaciones más básicas a pesar de que su edad (73) le sitúa en un grupo de riesgo.
Trump se ha negado a suspender sus mítines y sigue dando la mano a multitudes, en contra de los consejos sanitarios de su propio gobierno. También sigue viajando largas distancias. Otra recomendación fundamental de sus propios expertos es evitar el contacto con posibles enfermos y tampoco en eso va bien: en las últimas horas le hemos visto compartir avión y limusina con dos congresistas republicanos que a las pocas horas han anunciado que se ponen en cuarentena voluntaria por posible coronavirus.
El presidente se la juega políticamente con el coronavirus pero, por suerte para él, si cae enfermo tendrá los mejores cuidados médicos. No pueden decir lo mismo 28 millones de estadounidenses sin seguro médico o el tercio de los trabajadores que no tienen derecho a baja por enfermedad y se lo pensarán muy mucho antes de ir a trabajar.
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