La patinadora marcada por una trampa que cambió su vida: complot, tragedia y el ocaso de una carrera brillante

Agustina Larrea

17 de julio de 2021 15:44 h

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''Los haters siempre me dicen: 'Tonya, cuenta la verdad'. No hay algo así como 'la verdad'. Cada uno tiene su propia verdad''. Con ese relato en voz en off  comienza el tráiler de la película que llevó su vida –o mejor: una versión de, como corresponde a los cines de todo el mundo. 

Algo de esa intriga, de eso que Tonya Harding tal vez prefiere callar, la persigue hasta hoy.

En su juventud fue una de esas grandes estrellas del deporte que todos admiran: vestida con telas estridentes, los ojos saltones, el pelo tirante, deslumbraba en las pistas de patinaje sobre hielo, lugar al que siempre describió como ''un verdadero hogar, un santuario''. Hasta que todo se le fue de las manos y terminó protagonizando, tal como lo calificaron los diarios de su país, ''uno de los mayores escándalos en la historia deportiva estadounidense''.

Harding nació en 1970 en Portland, Oregon, Estados Unidos, donde ha vivido casi siempre y lo hace hasta la actualidad. Por las dificultades económicas de su madre LaVona Golden, quien la crió prácticamente sola, se mudó por lo menos 13 veces antes de llegar a quinto curso de primaria, según contó en una extensa entrevista que le dio a ABC News

Allí también reveló que desde muy pequeña supo que no quería llevar la vida de LaVona, que trabajaba como camarera y sumaba otros pequeños trabajos para poder mantener a ambas. LaVona también soñaba con otro destino para la pequeña, por eso apenas cumplió los cuatro años llevó a Tonya a una pista de patinaje y, cuando una entrenadora detectó rápidamente el talento que tenía la niña, hizo todo lo posible para que destacara en ese terreno frío y exigente (tiempo después, la propia Tonya contaría algunos episodios violentos de su madre, que le golpeaba cuando la patinadora apenas había aprendido a realizar sus primeros movimientos).

A mediados de la década del '80, Tonya ya recorría su país para competir en pistas profesionales. Se atrevía con los duros entrenamientos, no temía pasar horas en el hielo, los expertos la describían como una combatiente rigurosa.

Entrada la década de los '90, comenzaron para la patinadora los grandes hitos de su carrera. El primero tuvo lugar en 1991, cuando se convirtió en la primera estadounidense en realizar un triple axel –una rutina de saltos y giros arriesgada para el patinaje sobre hielo– durante un torneo nacional que se llevó a cabo en Minneapolis. Poco después lo hizo también en un torneo internacional, lo que se convirtió en otro récord importante para su carrera.

Sin embargo, más allá de ese despliegue técnico, la joven no llegaba a los primeros puestos de las competiciones. De hecho, en la competención mundial de patinaje artístico de ese año, Harding quedó segunda, detrás de su compatriota Kristi Yamaguchi y delante de Nancy Kerrigan, quien más adelante quedaría señalada como la eterna contrincante de Tonya.

Más allá de las rispideces, el mundo quedó impactado: tres participantes estadounidenses ocuparon todo el podio completo en esa disciplina.

El rendimiento y el físico de Harding empezaron a notar cierto declive. La patinadora ya no quedaba en los primeros puestos de los torneos y decidió cambiar a su entrenadora histórica, Diane Rawlinson, para empezar a trabajar con Dody Teachman. Su madre le seguía acompañando a todos lados y llegaba a insultarla cuando los resultados no eran los esperados.

En los ‘90, comenzaron para la patinadora los grandes hitos de su carrera. El primero tuvo lugar en 1991, cuando se convirtió en la primera estadounidense en realizar un triple axel, una rutina de saltos y giros arriesgada para el patín

Los problemas, mientras tanto, se multiplicaban: la deportista sufrió un accidente en un entrenamiento y se le torció un tobillo. De todos modos siguió participando en competiciones en su país y también en el exterior. Fue parte, entre otros, de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1993 y de un torneo nacional.

Para entonces, Tonya se había casado cuando apenas tenía 19 años con Jeff Gillooly, un personaje que también seguía obsesivamente su carrera y la rodeó de algunos de sus amigos para controlarla. Aunque a los tres años de dar el 'sí quiero' se divorciaron, Jeff continuó viviendo a expensas de Tonya y se dedicó a controlar su carrera.

Hacia 1994, con los Juegos Olímpicos de Lillehammer, Noruega, la deportista sintió que se le volvía a abrir una nueva oportunidad en el horizonte para demostrar que nada estaba perdido.

Sin embargo, en la previa de ese gran evento mundial la prensa no hacía más que mostrar a Harding en oposición a Nancy Kerrigan, la patinadora estadounidense destacada.

Para muchos, más allá de la destreza de ambas, se trataba de dos casos opuestos y no faltaban las comparaciones, siempre odiosas: mientras que a Tonya se la veía con un estilo más rudo, Nancy parecía más sofisticada en sus movimientos (muchos años después, Tonya lo describirá así en una entrevista: ''Para todos Nancy era una princesa y yo un montón de mierda'').

Entonces tuvo lugar un hecho que impactó al mundo y que, sí, se convirtió en ''uno de los mayores escándalos en la historia deportiva estadounidense'', tal como se repite hasta la actualidad.

Para muchos, más allá de la destreza de ambas, se trataba de dos casos opuestos y no faltaban las comparaciones, siempre odiosas: mientras que a Tonya se la veía con un estilo más rudo, Nancy parecía más sofisticada en sus movimientos

El 6 de enero de 1994, mientras entrenaba para participar del campeonato nacional de los Estados Unidos, Nancy Kerrigan fue atacada en Detroit por un misterioso hombre que apareció mientras la joven salía de una pista donde había estado practicando sus movimientos. Oculto en un pasillo, el atacante golpeó una de las piernas de la deportista con un bastón, lo que le produjo una lesión importante que la dejó fuera de esa competición local.

Una tragedia: la cara de dolor de Kerrigan estuvo en la portada de todos los medios y el problema de la seguridad de las deportistas –el 30 de abril del año anterior había sufrido un ataque la tenista Monica Seles, quien fue víctima de un miembro del público que le apuñaló en la cancha con un cuchillo mientras disputaba un torneo en Alemania– fue debate nacional.

La patinadora, sin embargo, se recuperó y llegó a representar a su país, junto con su compatriota Harrington, en Noruega, en febrero de ese año (Nancy entonces tuvo un rol destacado y se llevó una medalla de plata, mientras que Tonya apenas arañó un octavo puesto). Las dos, mientras tanto, eran perseguidas por la prensa, que especulaba sobre quiénes habían estado detrás de la agresión que sufrió Kerrigan y las seguían con las cámaras día y noche.

Semanas después, los investigadores lograron identificar al atacante como Shane Stant. Y descubrieron que el hombre había sido contratado por el ex marido de Tonya, Jeff Gillooly, y su guardaespaldas, Shawn Eckhardt, con la intención de dejar a Nancy fuera de la competencia de Noruega.

Los ojos de todos, entonces, pasaron a estar puestos sobre la propia Tonya y la pregunta se volvió obvia: ¿cuánto sabía ella del complot que había armado su entorno para favorecerla?

Mientras que el atacante Gillooly y Eckhart enfrentaron condenas a prisión, ella fue convocada también por la Justicia. Finalmente, se declaró culpable para evitar ir a la cárcel, pero en una causa lateral, por una supuesta conspiración para obstaculizar la investigación que pesaba sobre su entorno. ¿Cuál era la verdad? ¿Cuánto supo realmente? Nunca lo terminó de explicar.

Lo que pasó de inmediato fue que Harding se vio obligada a renunciar a la Asociación de Patinaje Artístico de los Estados Unidos y, como consecuencia, ya no pudo participar de ninguna competición más. Se terminó así una carrera brillante. En el ojo público, además, quedó señalada como una tramposa, mientras padeció todo tipo de burlas y humillaciones públicas.

Entre otras cosas, el ex marido de la deportista, ya fuera de la cárcel, vendió a un programa de televisión vídeos íntimos y Tonya volvió a ser comentada por todos. 

Entrados los años 2000, Harding probó suerte con otro deporte, el boxeo y, más adelante, lo hizo también por poco tiempo con las carreras de coches.

El personaje, con los años, se convirtió en una de esas referencias que siempre están volviendo. A veces con malicia, a veces como un lugar común –una forma de interpelar al público en ese terreno pringoso de la memoria colectiva–, se habló de Tonya y su historia en series, revistas, documentales, trabajos académicos y hasta discursos políticos (el mismísimo Barack Obama se refirió a ella alguna vez, casi como una broma). Ella misma contó episodios muy duros de su vida en un libro de memorias.

Convertida en una gran bestia pop, su nombre también se escuchó en capítulos de Seinfeld y Los Simpson, entre muchos otros programas televisivos muy populares. 

Pero no es todo, además de que su caso es mencionado en algunos temas musicales, el cantante indie Sufjan Stevens la eligió también como título de uno de sus singles. Se llegó, incluso, a llevar al teatro en Los Ángeles una comedia musical sobre la rivalidad de Tonya y Nancy.

La historia de Harding, sin embargo, volvió a ser comentada mundialmente con el estreno de la película I, Tonya, a finales de 2017, con la actriz Margot Robbie en el papel de la patinadora.

Por su gran actuación, Robbie fue nominada al Globo de Oro a la Mejor Actriz y al Oscar. Por su parte Allison Janney, quien interpretó a la madre de Harding, se llevó el Óscar a la mejor actriz de reparto por su inolvidable papel.

Tonya, como siempre, se mantiene zigzagueante: por momentos vivió alejada de las cámaras, por momentos quiso exponerse. En 2018 se animó a participar en el reality show Dancing with the Stars –el Mira quién baila estadounidense– y llegó a quedarse con un digno tercer puesto. 

En 2020, sin prejuicio y sin temor por encarar nuevos desafíos, la patinadora fue por más y se unió a un reality culinario. 

AL