“Me gustaría poder daros mejores noticias, pero creo que sabéis la verdad. El camino a la victoria es virtualmente imposible”. Con estas palabras, Bernie Sanders ha abandonado su candidatura presidencial después de perder las primarias demócratas por segunda vez en cuatro años. Es lo más cerca que jamás ha estado un socialista de ser presidente de EEUU en más de un siglo y tampoco se puede decir que haya estado cerca, cerca. Aunque, por un momento, lo pareció.
Hace solo dos meses, yo mismo firmaba por aquí que Bernie Sanders era “sin duda el favorito” y era cierto. Venía de hacer bien todo lo que un candidato tiene que hacer bien: un sólido empate en los caucus de Iowa, una victoria ajustada en New Hampshire y un triunfo arrasador en Nevada. Incluso cuando Joe Biden resucitó y le relegó a un lejano segundo puesto en South Carolina, no parecía tan grave. Pero entonces sucedió algo con lo que Sanders no había contado: lo había hecho demasiado bien. Y eso iba a costarle la victoria.
La conjura moderada
Aquella noche, la del 29 de febrero, Bernie Sanders se acostó como líder de las primarias demócratas. Quedaban tres días para el crucial Supermartes en el que se decide buena parte del asunto, pero entre bambalinas empezaba a forjarse un movimiento que iba a enterrar su candidatura. Hasta ese momento, Sanders se había beneficiado que el “ala izquierda” del partido demócrata tenía solo dos candidatos: él y Elizabeth Warren. Además de estarle ganando la partida a la senadora, era una ventaja evidente que el “ala centrista” del partido estaba mucho más dividida: Biden había resucitado, pero Buttigieg había ganado en Iowa, Amy Klobuchar aún seguía viva y el millonario Michael Bloomberg gastaba como loco.
Todos esos centristas querían ser presidentes, pero había algo que deseaban aún más: impedir a toda costa que Bernie Sanders fuera presidente. En el último debate que compartieron, todos ellos atacaron al senador culpándole de antemano de una nueva victoria de Trump, pero resultó más interesante lo que sucedía fuera del escenario. A pocas horas de que abrieran las urnas en el Supermartes, los dos candidatos centristas que mejores resultados habían tenido hasta entonces, Buttigieg y Klobuchar, se retiraron y apoyaron a Biden. Fue un movimiento insólito pero políticamente muy efectivo. El “ala centrista” tenía mucho miedo de una victoria de Sanders y sabía que dividiendo a su electorado no lograría impedirla. Aglutinando el voto moderado, el exvicepresidente Joe Biden logró esa noche una victoria holgada y decisiva. Se convirtió en el favorito.
Después del Supermartes, Sanders aún tenía una posibilidad. El último candidato centrista que quedaba además de Biden, Michael Bloomberg, se retiró para apoyar al exvicepresidente. También se rindió la otra candidata izquierdista, Warren, pero se negó a apoyar públicamente a Sanders. El resto es historia: Biden abrió una ventaja imposible de recuperar y con la llegada del coronavirus se ha puesto muy difícil hacer campaña. Aún así, para mí la lección es clarísima: los moderados supieron ver el riesgo y unieron fuerzas pronto. La izquierda, no.
¿Y ahora qué?
En ese mensaje en el que anuncia su “decisión muy difícil y dolorosa”, Bernie Sanders felicita a Joe Biden, “un hombre muy decente con el que trabajaré para avanzar nuestras ideas progresistas”. También aclara que mantendrá sus delegados en la convención demócrata para influir en la elaboración del programa del partido, pero no parece tener mucho interés en una guerra interna cuando asegura que “juntos, unidos, derrotaremos a Donald Trump, el presidente más peligroso de la historia moderna de EEUU”.
Joe Biden también ha tenido buenas palabras para su rival el día de su retirada: “Bernie ha hecho algo insólito en política. No solo ha tenido una campaña, ha creado un movimiento”. No es sólo cortesía: Biden sabe perfectamente que necesita unir al partido de aquí a noviembre para poder derrotar a Trump. También es consciente de que tiene que convencer a millones de jóvenes apasionados por Bernie. Casi ninguno votará jamás a Trump, pero tal vez sí que se plantearían quedarse en casa el día de las elecciones o apoyar a una candidatura izquierdista sin posibilidades como la de los verdes de Jill Stein hace cuatro años. Es un riesgo mortal para el exvicepresidente de Obama.
Es cierto que Bernie Sanders ha creado un movimiento. Un hombre de casi 80 años ha inspirado a toda una generación y ha logrado que ciertas ideas que antes solo se discutían seriamente en cafés de Brooklyn estén ahora en el centro del debate: sanidad pública universal, guarderías públicas, economía verde... Los votantes demócratas no han rechazado tanto esas ideas, como la posibilidad de que una candidatura más a la izquierda signifique más posibilidades de perder de nuevo frente a Trump. Estén o no en lo cierto, han votado claramente por una opción que consideran más “segura” y convencional, con la mente puesta en las generales de noviembre. El tiempo dirá si eligieron bien.