El Plan Marshall y el comunismo (explicación para Pablo Casado)
Esta semana Pablo Casado nos ha deleitado con una clase de historia. Desde la tribuna del Congreso, ha invitado al gobierno a “aplicar correctamente” el dinero que va a llegar de la Unión Europea porque “el Plan Marshall se puso en marcha en Europa para evitar los comunismos, no para patrocinarlos”. Es una frase tan ingeniosa que el propio PP la ha promocionado en redes sociales. También es, estrictamente, cierta, aunque tal vez no de la manera que cree el líder de la oposición.
Desde luego que el objetivo último del Plan Marshall era “evitar el comunismo” en Europa occidental, pero la estrategia para lograrlo acabó por favorecer políticas más cercanas a los partidos que Casado tacha de “comunistas” que a las que propugna él mismo. Los responsables del plan querían una Europa rica que comprara los productos estadounidenses y lograron imponer en el continente muchas medidas para liberalizar el comercio, pero también eran conscientes de otra realidad: que el comunismo sería una opción menos atractiva en esos países aliados si contaban con un estado del bienestar fuerte.
Es cierto que el plan es recordado por su énfasis en la reindustrialización y en la reconstrucción de las infraestructuras, pero conviene no olvidar que lo primero que llevó el Plan Marshall a Europa Occidental fue comida para los hambrientos. De aquellos 13.000 millones de dólares, 130.000 millones de euros de hoy, una cuarta parte se gastó en productos tan básicos como alimentos, pienso y fertilizante agrícola. Para muchos europeos de la época (aunque no para los españoles ni para los del bloque comunista) el Plan Marshall significó más que ninguna otra cosa el fin del racionamiento del pan o la mantequilla y el reparto de comida enlatada estadounidense.
Irónicamente, el gran plan anticomunista se construyó a través de una planificación económica centralizada en la que el estado se guardaba un papel importante. Las condiciones establecidas por EEUU exigían una disminución del gasto público, pero la verdad es que algunos de los principales beneficiarios de las ayudas como Reino Unido o Francia estaban en aquellos años construyendo enormes servicios nacionales de salud que todavía hoy no existen para los estadounidenses. Los planificadores de Washington tenían prácticamente derecho de veto sobre la política económica de los países beneficiarios, pero no dieron marcha atrás a esas reformas.
El comunismo del Plan Marshall
Aunque pueda sonar absurdo, el Plan Marshall ya recibió en su día críticas por sus supuestas simpatías comunistas a pesar de que su gran objetivo era frenar el comunismo. Antes de su aprobación, varios líderes republicanos exigieron que se obligara a los países beneficiarios a abandonar cualquier plan de nacionalizaciones y denunciaron que se iba a crear un “papá estado” en los países europeos con dinero de EEUU. El propio expresidente Hoover denunció los “extendidos experimentos de socialización de la industria”.
Tal vez todos esos temores se habrían visto tranquilizados si los críticos hubieran sabido que un 5% de los fondos del Plan Marshall acabaría finalmente en manos de la recién nacida CIA. Con ese dinero, la agencia sembró Europa Occidental de negocios “tapadera” que durante años sirvieron para diferentes tareas de espionaje. Empezando, por cierto, por contrarrestar la campañas soviéticas para desacreditar el plan.
Ni siquiera el padre de la idea, el secretario de Estado George Marshall, se libró de las dudas anticomunistas. Era un general que había liderado el esfuerzo militar estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, pero ni por esas pudo escapar de las insinuaciones del senador McCarthy, el famoso impulsor de la “caza de brujas” en EEUU. Dijo de George Marshall que estaba “marcado por la falsedad” y lo acusó poco menos que de conspirar con Stalin. Finalmente esa acusación acabaría con la carrera política del furibundo senador anticomunista.
52