Julia Anyango, de 31 años, perdió su trabajo de empleada del hogar cuando la familia extranjera para la que trabajaba dejó Kenia y volvió a su país de origen en diciembre del año pasado. Abrumada por el repentino despido y sin ahorros, su vida tocó fondo. Pero al ser madre soltera de tres hijos en Kawangware, una zona residencial humilde de Nairobi, no tuvo tiempo para lamentarse.
Inmediatamente buscó otro empleo y consiguió un puesto de limpiadora en un restaurante chino en el centro comercial Yaya Center. Pero el negocio se resintió como consecuencia de la pandemia y aunque el dueño del restaurante luchó por mantener las puertas abiertas, finalmente tuvo que cerrar. Anyango perdió su trabajo de nuevo.
La idea de que sus hijos se acostaran con hambre por las noches le agobiaba. Decidida a sacarlos adelante, abrió su propio negocio: un salón de sastrería y peluquería. Había adquirido algunas habilidades básicas en un curso de belleza y sastrería que hizo tras dejar la escuela con solo 10 años. Fue su madre la que la animó a hacer esta formación, hace ahora 16 años.
“Trabajé en el restaurante chino durante cuatro meses y dediqué parte de mi salario a comprar equipos de peluquería”, dice. “Pero luego tuve que vender el secador de pelo, la afeitadora eléctrica y la máquina de coser que había comprado para recaudar los 15.000 chelines kenianos (117 euros) que me pedían como depósito para el salón”, recuerda. Finalmente, Anyango abrió su negocio en febrero. Utiliza una máquina de coser que le prestó un amigo para la parte de sastrería, mientras que el trabajo de peluquería consiste básicamente en hacer trenzas.
Por ahora, los 3.000 chelines (23,50 euros) de ganancias mensuales apenas cubren sus gastos de vivienda y comida, pero aunque le cuesta comprar telas y herramientas para su negocio, tiene la esperanza de que las cosas mejoren a su debido tiempo.
La iniciativa para empoderar a las empleadas del hogar
Su resiliencia le ha valido un lugar en una iniciativa de recuperación de la pandemia para empleadas domésticas en Kenia –el proyecto ‘Inua Mama Fua’ (“Apoya a la limpiadora” en swahili), lanzado en abril de 2020 por la Red de Mujeres Dhobi, una organización cuyo trabajo se dedica a empoderar a las empleadas del hogar del país–. Junto a Anyango, 60 mujeres ya se están beneficiando de la iniciativa.
Según Naciones Unidas, hay aproximadamente 67 millones de trabajadores domésticos en el mundo. La gran mayoría son mujeres que a menudo trabajan de forma irregular y, aunque intentan mantener su nivel de vida, la falta de acceso a los sistemas de protección social les ha hecho especialmente vulnerables a la pandemia.
Bajo el paraguas de la iniciativa, estas mujeres, que viven en las zonas pobres de Nairobi, pueden acceder a créditos de hasta 15.000 chelines para impulsar sus negocios o iniciar otros nuevos. Sin embargo, para tener acceso a estos préstamos, deben formar parte de un grupo de financiación colaborativo donde sus miembros hacen colectas semanales para que otros puedan tomar dinero prestado de dicha colecta. Esta estrategia fomenta la cultura del ahorro y garantiza que tengan un flujo de capital sostenible.
Grace Ngugi, directora ejecutiva de la Red de Mujeres Dhobi, explica que las mujeres reciben los préstamos con un interés del 2,5%, del cual un 1% se reinvierte en sus grupos bancarios colectivos y el otro 1,5% cubre los gastos administrativos. Según una encuesta de la Oficina Nacional de Estadística de Kenia de 2020, las empleadas del hogar son una parte clave de la economía sumergida del país, con 767.900 empleos nuevos en 2019.
“Las mujeres son la columna vertebral de la economía de este país. Cuando pierden sus trabajos, sus familias sufren”, dice Ngugi. El proyecto ‘Inua Mama Fua’, que ganó el Premio Legado Ruth Bader Ginsburg 2021 otorgado por World Justice Project, ha sido considerado como ejemplar por su lucha contra la desigualdad y la discriminación de género.
De limpiadora a crear una microempresa
Al igual que Julia Anyango, Rose Nyangiza (47) también pudo cambiar su vida gracias a esta iniciativa. Creó su propia microempresa vendiendo productos variados como caramelos y mascarillas, después de dejar su trabajo de “mamá fua” (limpiadora) en donde era explotada.
“Trabajé en una ferretería que cerró en abril del año pasado. Entonces comencé a hacer trabajos puntuales de limpieza para generar ingresos y alimentar a mis tres hijos”, dice. Podía hacer trabajos por un valor de 250 chelines (2 euros), pero le pagaban 150 (1,17 euros) o peor aún: no le pagaban. “Algunos me pagaban tres o cuatro días después y en aquel momento [en medio de la pandemia] había poca demanda. Con suerte trabajaba dos veces por semana”, dice.
Así que dejó su trabajo de “mama fua” tras 17 meses y comenzó a vender dulces. Invirtió 800 chelines (6,27 euros) en comprar tres paquetes de caramelos y aunque obtuvo unas ganancias de 150 chelines por paquete, era un negocio arriesgado y tedioso. “Me dije a mí misma que necesitaba conseguir suficiente stock para pagar un lugar desde donde pudiera vender”, dice.
Con esa idea en mente, se unió a un grupo de banca colectiva donde ahorraba 50 chelines semanales y obtuvo su primer préstamo (1.200 chelines, 9,40 euros), que utilizó para comprar más paquetes de caramelos y una decena de calcetines.
Desde entonces, su negocio cuenta con un stock valorado en 6.000 chelines (47 euros), e incluye dulces varios, galletas y mascarillas. Ahora los vende en su puesto callejero junto al centro comercial Paramount Plaza de Ngara, un distrito de Nairobi conocido por su mercado informal.
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