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ANÁLISIS

La oposición en Egipto nunca murió con la represión

“El presidente Mohamed Hosni Mubarak ha decidido renunciar a su cargo de presidente de la República y ha encargado al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas administrar los asuntos del país”. Así anunciaba el vicepresidente egipcio la dimisión de Mubarak tras 18 días de protestas.

Se cumplen seis años de aquel día en que el dictador dejó el país en manos del Ejército. Desde entonces, el pueblo egipcio ha sido llamado a las urnas en siete ocasiones, muchas de ellas con más de una ronda de votación: tres referendos constitucionales (que se suman a las varias proclamaciones constitucionales unilaterales), dos elecciones parlamentarias (aunque el país no ha tenido Parlamento formado durante tres años y medio de los seis que han pasado desde entonces) y dos elecciones presidenciales (con un golpe de Estado de por medio).

Varias encuestas confirman que este proceso de transición, plagado de elecciones y dirigido en su mayoría por el poderoso Ejército, ha conseguido polarizar a la población. La gente está menos dispuesta a soportar 'las aventuras de una revolución' en favor de un régimen estable, aunque este no sea democrático. Sin embargo, un repaso por la historia demuestra que el pueblo egipcio nunca ha sido apolítico y es poco probable que la represión, a la que se han visto sometidos desde el mismo nacimiento del Egipto moderno en 1952, lo cambie.

Sin embargo, la situación actual en el país no da lugar a mucho optimismo. Los Hermanos Musulmanes, históricamente el principal y más fuerte grupo opositor, están perseguidos y reprimidos. Y los grupos liberales y revolucionarios han perdido la influencia que tenían al comienzo de las protestas de 2011 en Tahrir Square.

Entre agosto de 2015 y agosto de 2016, la Comisión Egipcia de Derechos y Libertades, un grupo independiente, documentó 912 desapariciones forzadas y detenciones ilegales a manos de la policía. Asimismo, entre enero y octubre, 433 detenidos denunciaron que la policía o los agentes de prisiones les maltrataron o torturaron, de acuerdo con el Centro Nadeem por la Rehabilitación de las Víctimas de la Violencia y la Tortura.

Continuo proceso de deslegitimación

La llamada Primavera Árabe no fue un fenómeno nuevo para los egipcios, sino más bien el resultado de un un continuo proceso de deslegitimación y el fracaso de las políticas de contención de Sadat y Mubarak. Desde su nacimiento como Estado moderno en 1952 y hasta 2011, Egipto solo tuvo tres líderes autoritarios, todos ellos miembros del Ejército.

El régimen nasserista convirtió el Golpe de los Oficiales Libres, mediante el cual se expulsó a los británicos del país, en una revolución socialista. Su legitimidad no fue cuestionada en ningún momento, ni siquiera por no tolerar a la oposición. Gamal Abdel Nasser recuperó el orgullo nacional, proporcionó servicios públicos y se convirtió en líder del panarabismo. Tal era el apoyo popular que cuando anunció su dimisión tras una derrota militar en 1967, miles de personas salieron a la calle a gritar: “¡Quédate, Nasser, quédate!”. Y así lo hizo hasta su muerte.

Sus sucesores no gozaban de semejante legitimidad, y lo sabían. Por ello utilizaron diferentes estrategias para mantenerse en el poder sin que les estallase un levantamiento popular. Anuar el-Sadat comenzó un proceso de desnasserización e inició la llamada 'revolución correctiva': represión y reformas políticas y económicas. Su apoyo popular se vio fuertemente debilitado tanto por sus medidas a nivel interno como por su política exterior, especialmente su acercamiento a Israel.

Dos medidas de Sadat son especialmente significativas en esta política de contención democrática, que finalmente le estallaría a Mubarak en las manos. El presidente egipcio liberó progresivamente de las cárceles a numerosos miembros de los Hermanos Musulmanes, fuertemente reprimidos durante el mandato de Nasser, y los utilizó para contrarrestar la creciente influencia de la izquierda.

También cambió el escenario político creando el 'sistema de las tres plataformas'. Este sistema pretendía representar en el Parlamento a tres tendencias ideológicas diferentes. No obstante, carecían del poder y capacidad de acción real. Las plataformas evolucionarían en partidos, pero seguirían sin tener poder. En 1981, Sadat detuvo la tímida apertura política y se lanzó a una nueva campaña de represión indiscriminada. Fue asesinado unos meses más tarde por militantes yihadistas.

Kefaya!, el hermano mayor de la Primavera Árabe

Mubarak intentó continuar con la política de contención iniciada por Sadat y reinstauró la teórica apertura política promovida por su predecesor. Pero la legitimidad continuó cayendo. En 1990 estallaron las primeras protestas exigiendo una supervisión judicial de las elecciones. Un movimiento social estaba tomando forma y emergería finalmente en 2003, con lo que posteriormente se conocería como movimiento Kefaya! (¡Basta!). La política de contención había fracasado y gente de muy diversa ideología se juntó para protestar contra el régimen no democrático.

De nuevo es importante destacar el papel de los Hermanos Musulmanes que, aunque en un principio no participaron en las protestas, sí se unieron algo más tarde. Lo que se dio entonces en Egipto fue un fenómeno muy similar al de 2011: comunistas, socialistas, islamistas... todos unidos para luchar contra el régimen. Ya en 2005 algunos manifestantes temían que los Hermanos Musulmanes se apoderasen de las manifestaciones, exactamente el mismo miedo que muchos tendrían en 2011.

Las protestas laborales son otro importante indicio del proceso de deslegitimación. Si en 1993 hubo de media alrededor de 27 protestas, en 2011 serían más de 1.400. Pero un punto de inflexión sería la convocatoria en 2008 de una huelga general. Se convocó el 6 de abril y de ella nacería el Movimiento de los Jóvenes del 6 de Abril, fundamental para el levantamiento de 2011. También lo sería la página de Facebook creada en apoyo al joven activista que recibió una paliza de muerte por parte de la policía. Su poder de convocatoria permitió reunir a miles de manifestantes el día 25 de enero de 2011, fiesta nacional de la policía egipcia.

Lo que ocurrió hace seis años en Egipto, por tanto, no fue un levantamiento casual y espontáneo fruto únicamente del contagio de las protestas en Túnez, sino el resultado lógico de un proceso de muchos años. Aunque la turbulenta transición ha acallado las aspiraciones de cambio, es poco probable que haya destruido el tejido creado durante décadas. Igual que no se destruyó Kefaya! a pesar de estar aparentemente ausente entre 2005 y 2011.

Esto advertía el movimiento en 2005: “Kefaya proclama tan en voz alta como sea posible que no dejará de oponerse al régimen ni de realizar manifestaciones pacíficas hasta romper –con ayuda de militantes de partidos políticos, organizaciones civiles, sindicatos, asociaciones– el monopolio de autoridad que le ha sido tomada por la fuerza a su verdadero poseedor, el pueblo egipcio. No dejaremos de enfrentarnos al régimen y de denunciarlo”.

La represión de Sisi, así como una situación económica poco favorable (subida de impuestos, recortes en las subvenciones y ralentización del crecimiento del PIB) no ayudan a legitimar su régimen. Por otro lado, el Tribunal Constitucional, que en diversas ocasiones se opuso al régimen de Mubarak anulando y suspendiendo muchas de sus decisiones políticas y resultados electorales, se pronunció el 3 de diciembre contra el veto de Sisi a las protestas callejeras, declarándolo inconstitucional.

Egipto despertó en los 90, volvió a salir en 2005, desafió las leyes organizando una huelga general en 2008. Lo de 2011 fue una fase más. Quizá no la última, aunque a día de hoy, la presecución a la oposición y la división en la sociedad fruto de una interminable transición, lo hace prácticamente imposible.