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La revolución de Egipto no se gestó en las redes sociales

The Guardian

Maeve Shearlaw —

El 25 de enero de 2011, cientos de miles de manifestantes comenzaron a congregarse en la plaza de Tahrir y plantaron la semilla de la revuelta que, días después, daría lugar al derrocamiento del presidente Hosni Mubarak tras 30 años en el poder.

Casi un año después de que Túnez entrase en erupción con grandes manifestaciones, las protestas en el centro de El Cairo desencadenaron una oleada de cambio a lo largo de Oriente Medio y el norte de África, en lo que se conoce como Primavera Árabe. Pero mientras que la naturaleza de cada nueva rebelión prodemocracia –y su éxito posterior– ha variado ampliamente de país en país, todas tienen una característica definitoria en común: las redes sociales.

Hubo momentos en 2011 en los que el término 'Primavera Árabe' se intercambió por el de 'sublevación tuitera' o 'revolución en Facebook', mientras los medios de comunicación internacionales intentaban buscar el sentido de lo que estaba ocurriendo.

Pero además de la historia de amor que vivieron los medios con esta idea, los levantamientos no tuvieron lugar gracias a las redes sociales. En su lugar, las plataformas abrieron nuevas oportunidades para la organización de las protestas que no pudieron dar los métodos tradicionales. En palabras de uno de los manifestantes, Fawaz Rashed, “usamos Facebook para concertar las protestas, Twitter para coordinarlas y Youtube para mostrarlas al mundo”.

En ningún sitio se hizo más evidente que en Egipto, donde las redes sociales se integraron perfectamente en la cultura de un país con un abrumador porcentaje de población joven –el 60% tiene menos de 30 años–. Su revolucionario espíritu online fue contagioso para aquellos que lo presenciaron desde fuera. Según el proyecto de Información, Tecnología y Política en el Islam, el número de tuits sobre Egipto –muchos utilizando el hashtag #Jan25– pasaron de 2.300 a 230.000 al día en la semana anterior al derrocamiento de Mubarak, el 11 de febrero. La revista Foreign Policy reconoció a la revolución egipcia como uno de los “momentos noticiosos” del año en Twitter.

Pero el sentimiento de éxito revolucionario duró poco, hasta que el gobierno de Mubarak fue reemplazado por el igualmente represor de los Hermanos Musulmanes, hasta que fue derrocado por un golpe de Estado en julio de 2013. Finalmente, el partido (islamista) fue sustituido por Abdel Fatah al-Sisi, bajo cuyo mandato la intimidación y ataques a la libertad de prensa han ido de mal en peor.

Una herramienta de conflicto

Wael Ghonmin es uno a los que se le asignó el mérito de haber promovido la revolución egipcia con una “simple y anónima” página de Facebook. Todos somos Kahled Said fue creada como homenaje a un joven de 29 años que había sido torturado hasta la muerte por la policía. La página web ganó 100.000 seguidores en tres días y se convirtió rápidamente en la más seguida del mundo árabe.

Pero, de repente, “la euforia se desvaneció, fracasamos al crear consenso y la lucha política dio lugar a una acentuada polarización”, contaba Ghonmin recientemente en una charla Ted. Las redes sociales pronto se convirtieron en un campo de batalla para la desinformación, los rumores y los provocadores. “La misma herramienta que nos unió para derrumbar la dictadura, con el tiempo nos desgarró”.

Siguiendo el punto de vista de Ghonmin, en la mañana del lunes la BBC informaba que el hashtag #I_participated_in_January_Revolution se había convertido en el centro de una pelea en la red entre los simpatizantes de la revolución y los que se oponen a ella.

Los manifestantes que habían anunciado su apoyo a las protestas cinco años antes eran recriminados por algunos usuarios de Twitter y Facebook, que les acusaban por los siguientes años de confusión y afirmaban que la revolución fue un crimen.

¿Una revolución en las redes sociales?

Ante esto, ¿pueden los acontecimientos ocurridos hace cinco años ser considerados como una revolución de las redes sociales? Para Leil Zahra, una activista que fue la plaza de Tahrir para trabajar en todas las comisiones, desde la encargada del reparto de la comida hasta el equipo contra las agresiones sexuales, esta idea es insultante y reduccionista.

“Estuvieron implicados muchos más que aquellos que tenían acceso a Twitter y Facebook. Si no hubiese sido por la clase obrera y los miles de marginados, esta revolución no habría ocurrido”, sentencia. En cambio, prefiere pensar en ello como una “revuelta popular” a través de la subdivisión de “clases y realidades”. “Fue una época de gran belleza humana demostrada a través de la solidaridad y de un interés colectivo por la idea de un mañana mejor. Por otro lado, dejó al descubierto la realidad gráfica de la violencia del sistema y de lo lejos que puede llegar un ser humano”.

Al preguntarle acerca de dos tuits –uno que resume su vida hace cinco años y otro de hoy en día– da la sensación de que fue la dedicación del activismo y no Twitter per se lo que logró que el cambio sucediese.

“Es una herramienta, y sigue siento muy útil, pero no es la alternativa a la expresión física de la libertad en el espacio público”, concluye.

#FreeAlaa

En los años convulsos desde la revolución, el poder de las redes sociales no ha menguado, pero su uso ha cambiado. Para muchos activistas, Twitter y Facebook se han convertido en herramientas para centrar la atención en quienes, como Kahled Said, perdieron la vida durante las rebeliones o en quienes fueron encarcelados por las autoridades.

Uno de los encarcelados más famosos es Alaa Abd el Fattah, “un icono de la revolución egipcia”, que fue sentenciado a cinco años de prisión en octubre de 2014 por su papel en las protestas del noviembre anterior. Los cargos oficiales incluyen “el ataque a un policía y el robo de su walkie talkie”, pero para sus seguidores, que se han movilizado bajo el hashtag #FreAlaa, es más simple que todo eso: fue arrestado por su disidencia.

La reivindicación sobre El Fattah y otros 25 casos se han empezado a conocer como el caso del Consejo de la Shura. Muchos otros acusados fueron condenados a tres años de cárcel o más.

Pero Zahra cree que este entorno cada vez más represivo en los medios de comunicación significa que los activistas deben ser cada vez más cuidadosos con lo que publican en la red. “Las redes sociales son un espacio para la expresión más allá de estas formas de control, y para muchos es algo muy poderoso. Pero debemos tener en cuenta que la mayoría de ellos pertenecen a empresas privadas y se atienen a las reglas de estas corporaciones”, admite el joven.

Al acercarse la fecha del aniversario, las autoridades, preocupadas por que las redes sociales puedan ser utilizadas para organizar protestas, detuvieron a tres usuarios de Facebook y les acusaron de usar “la plataforma para incitar al odio contra las instituciones”. Para muchos activistas egipcios, la lucha por la revolución continúa.

Traducción de: Mónica Zas