Matteo Salvini empezó este jueves por la noche su campaña electoral para las elecciones del 25 de septiembre con una entrevista en la edición principal del telediario de Rai1, la primera cadena de la televisión pública italiana. Más que las palabras, contaba la puesta en escena. El líder de la Liga se presentó sentado a una mesa, con la bandera de Italia detrás y una pared llena de imágenes de vírgenes y santos.
Esta vez no besó el rosario, como hizo cerrando mítines o incluso mientras caía en el Parlamento el primer Gobierno de esta legislatura, el Ejecutivo liderado por Giuseppe Conte y apoyado por el Movimiento 5 Estrellas y la Liga, que Salvini liquidó hace tres años en otra crisis de verano. El mensaje, sin embargo, estaba claro: tras el experimento de la coalición de unidad nacional que había apoyado a Mario Draghi, el partido vuelve a las barricadas, con sus caballos de batalla, desde la amnistía fiscal y el retorno a las “raíces cristianas” de Europa, hasta los gritos contra la “invasión” de inmigrantes.
Habían pasado pocas horas desde que el presidente de la República Sergio Mattarella anunciara, con tono grave, la disolución del Parlamento tras el final del Gobierno de Mario Draghi, a cuya caída Salvini contribuyó, convenciendo a Forza Italia, el partido de Silvio Berlusconi, de seguirlo en la decisión de no apoyar al Ejecutivo junto a los grillini.
Mattarella pidió responsabilidad a los partidos para las próximas semanas, en el “interés superior de Italia” y “a pesar de la intensa, y a veces áspera, dialéctica de la campaña electoral”. Pero Salvini tiene prisa. Los sondeos desde hace tiempo auguran una importante caída de apoyo proporcional al auge que, en cambio, marcan para Hermanos de Italia, el partido que le disputa el espacio de la extrema derecha. Según las encuestas, la formación liderada por Giorgia Meloni compite con el Partido Democrático para ser la más votada en las próximas elecciones, las primeras que se celebran en otoño desde el nacimiento de la Italia republicana, tras la Segunda Guerra Mundial.
Meloni, a diferencia de Salvini, ha mantenido un perfil más bajo tras la caída del Gobierno de Draghi. Los primeros pasos de estos días parecen querer marcar distancia del estilo de Salvini, que ha vuelto a sacar en las redes las fotos de las barcazas de migrantes junto a su cara y la palabra “seguridad”, aunque el “bloqueo naval” del Mediterráneo sigue siendo uno de los eslóganes favoritos de Hermanos de Italia. Pero Meloni sabe que, si hay alguien que sale beneficiado por la crisis de Gobierno, es ella. Su partido se ha quedado en la oposición en los tres ejecutivos que ha habido desde el comienzo de la legislatura, en 2018, y se presenta ante los electores como el que se ha mantenido coherente y firme mientras, según repite Meloni, los demás se dedicaban a hacer “alquimias” en el Parlamento. “La historia me ha dado la razón”, dijo cuando el miércoles la coalición de Gobierno colapsó.
La competencia por el liderazgo
Esa coherencia es la que Meloni reivindica también frente a sus socios de la coalición de centroderecha, promovida por Silvio Berlusconi cuando su partido, Forza Italia, era dominante y no la tercera pata más débil, el papel que le toca ahora y que durante años fue el de Hermanos de Italia. La líder ultraderechista pide para sí el liderazgo si se confirma en las urnas lo que auguran los sondeos. Y, para marcar la línea, el viernes dijo que había propuesto que “las reuniones del centroderecha no fueran ocasiones convivales sino encuentros operativos, en las sedes institucionales” en una clara referencia a la comida, en la villa romana de Berlusconi, donde él y Salvini decidieron la caída de Draghi. También quiere que se establezcan pronto las reglas para definir las listas, ante la sospecha de que Liga y Forza Italia -que ha sufrido importantes defecciones en los últimos días, con la salida de tres de los exponentes históricos del partido- se alíen en un cartel único y encuentren una fórmula que le arrebate el liderazgo de la coalición y, eventualmente, de un futuro Gobierno.
El camino para llegar hasta aquí ha sido largo y Meloni no está dispuesta a ceder el terreno ganado tras haber llevado su partido del 4 por ciento de hace cuatro años al 22 que le otorgan ahora los sondeos. Un resultado al que han contribuido varios factores, como su posición de apoyo a Ucrania y a la OTAN, en un momento en el que Salvini, con fuertes lazos con Moscú, jugaba a la ambigüedad. También ha contribuido una labor para suavizar su imagen, aprovechando incluso a su favor la parodia musical con un discurso en un mitin de hace años y que se convirtió en un éxito que corrió como la pólvora en las redes sociales. Después, se convirtió en el titular elegido para su libro Io sono Giorgia, Yo soy Giorgia, una biografía escrita con apenas 44 años.
El discurso de Málaga en apoyo a Vox
Aquel discurso no era muy lejano, en el fondo y en la forma, del que pronunció en Málaga durante la campaña electoral para las elecciones andaluzas de junio, cuando Meloni se desgañitó ante un público entregado de seguidores de Vox, reunidos para apoyar la candidatura de Macarena Olona y que se levantaron para aplaudirla cuando ella dio comienzo a una letanía incendiaria en la que, a cada frase, subía un poco más los decibelios: “O se dice sí o se dice no. Sí a la familia natural, no a los lobbies LGTB. Sí a la identidad sexual, no a la ideología de género. Sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte. Sí a la universalidad de la Cruz, no a la violencia islamista. Sí a fronteras seguras, no a la inmigración masiva...” y así, hasta completar el arsenal del argumentario clásico de la ultraderecha.
Era una imagen que se alejaba de la que la líder ultraderechista ha tratado de labrarse en los últimos tiempos y muy distinta a la que, por ejemplo, había dado en los mismos días en una larga entrevista al Corriere della Sera. “Cualquiera con un mínimo de sentido y honestidad intelectual no puede argumentar seriamente que soy un peligro para la democracia”, dijo contestando a una pregunta directa sobre su procedencia del Movimiento Social Italia (MSI), el partido fundado en 1946 por exponentes del régimen fascista.
Meloni empezó en la política en el instituto, en las filas del Frente de la Juventud, la sección juvenil de ese partido y luego atravesó toda la historia de la derecha postfascista con Gianfranco Fini en Alianza Nacional (AN), con el que llegó a ser vicepresidenta de la Cámara de los diputados con tal solo 29 años. Luego, se sumó al Pueblo de la Libertad, el cartel político de Berlusconi, que había fusionado AN y Forza Italia, y del que se salió para fundar Hermanos de Italia. Una historia que la líder ultraderechista reivindica, a la vez que zanja cada vez que puede la polémica sobre el peso del pasado. “Los nostálgicos del fascismo son los tontos útiles de la izquierda”, dijo hace un año, cuando una investigación periodística desveló que exponentes de su partido se reunían con grupos radicales con simbologías fascistas y saludos romanos.
Ahora llega a las elecciones sabiéndose más fuerte que su rival y socio Salvini, también porque no debe enfrentarse como él a divisiones en su partido. La Liga sale de la crisis de Gobierno marcada por el malestar de la corriente del partido que pedía responsabilidad y no acabar, sobre todo en la manera en la que se hizo, con la experiencia de la coalición de unidad nacional. Esa corriente tiene en Giancarlo Giorgietti, el actual ministro para el Desarrollo económico, su exponente más destacado. Las crónicas de estos días lo describen amargado y dubitativo sobre la oportunidad de volver a presentarse a las elecciones. Un problema para el líder de la Liga, pero también para la coalición, donde la rivalidad entre los partidos a la derecha de Forza Italia puede suponer una mayor debilidad de cara a las elecciones.
Salvini, de momento, trata de superar las dificultades recuperando los mismos esquemas que le permitieron, allá por 2020, liderar los sondeos con más del 30 por ciento, el doble de lo que marcan ahora. En la pared llena de imágenes religiosas que hacía de fondo a su entrevista del jueves, colgaba precisamente un calendario de 2020. Pero han pasado dos años y los escenarios han cambiado por completo.