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Entrevista

Sasha Filipenko, escritor bielorruso: “La respuesta de Europa a la represión de Lukashenko es ridícula”

Las duras críticas de Sasha Filipenko contra el régimen de Aleksandr Lukashenko le han hecho recibir serias amenazas. Tras pasar por Rusia, el escritor bielorruso de 36 años vive actualmente exiliado en Suiza. “Minsk es mi hogar. Cada noche, cuando cierro los ojos, me imagino que me quedo dormido en casa”, cuenta. Bielorrusia lleva casi un año de protestas civiles continuas desde las acusaciones de fraude electoral en las elecciones presidenciales celebradas en agosto de 2020. Aunque la intensidad de las movilizaciones ya no es la misma, la represión de Lukashenko continúa.

“Me mudé a Rusia en 2003, cuando Lukashenko cerró mi universidad por razones políticas. No me quería quedar en un país que me negaba mi derecho a la educación”, dice. Tras abandonar su formación en música clásica, estudió Literatura en San Petersburgo. “Hace cinco meses, cuando me cancelaron una obra en Rusia y Moscú empezó a extraditar a bielorrusos, también salí de Rusia. Lukashenko y Putin son siameses con diferente cabeza, pero con la misma sangre dictatorial. Actualmente vivo en Suiza y todos los días hago lo que puedo por acabar con la dictadura en Bielorrusia”.

Después de lo ocurrido con el vuelo de Ryanair entre Grecia y Lituania –el cual fue obligado a aterrizar en Minsk con la excusa de una amenaza de bomba y la presencia de un avión de combate bielorruso para detener al activista y periodista Roman Protasevich y a su pareja, Sofía Sapega–, Filipenko dice que “ahora nadie se puede sentir a salvo”. “Los servicios secretos rusos están ayudando a Lukashenko y no importa donde estés”, dice. “En Bielorrusia me llevarían inmediatamente a la cárcel, pero en Europa puedo seguir escribiendo y llamar la atención de todo el mundo sobre el desastre que está ocurriendo en el corazón del continente”. 

“No puedo volver a casa. Se han prohibido obras de teatro basadas en mis libros tanto en Bielorrusia como en Rusia. Mi padre ha sido convocado en cuatro ocasiones por los servicios de seguridad para ser interrogado y ha sido despedido de su trabajo. Le llamaron al teléfono y alguien le dijo: ‘Te estamos vigilando’. También, el principal periódico de propaganda de Bielorrusia ha pedido en su portada que me metan en la cárcel”, denuncia.

“Ahora, principalmente porque a Europa no le importa Bielorrusia, Lukashenko se ha permitido desatar una campaña de represión sin precedentes. Salir hoy a la calle significa acabar inmediatamente en la cárcel”, dice el escritor. “La respuesta europea es débil y ridícula. La represión en Bielorrusia lleva nueve meses: 40.000 personas han pasado por la cárcel, la gente muere y es torturada, pero Europa solo despierta tras el secuestro del avión”. lamenta.

Filipenko critica las sanciones del bloque comunitario contra el presidente bielorruso, descrito como “el último dictador de Europa”. “La UE impone sanciones contra Lukashenko y sus compinches prohibiéndoles volar a París, pero igualmente ellos no van a volar a París. Es lo mismo que prohibirme volar a Marte. Europa es débil y no puede hacer nada. Admite que Bielorrusia está en la esfera de interés de Putin, mientras que Europa es impotente ante Putin. Es importante entender que los bielorrusos están luchando dos dictaduras al mismo tiempo: contra Lukasheko y contra Putin, que está detrás de él”.

“Después de Lukashenko, el país estará en ruinas y tendremos que empezar todo de nuevo, como después de una guerra desastrosa”, dice el escritor, cuya novela Cruces Rojas (Alianza Editorial) se acaba de publicar en castellano.

En el libro, una anciana con alzheimer insiste en compartir sus memorias con el protagonista, Alexander, su nuevo vecino en Minsk, antes de que el tiempo las borre. La anciana fue mecanógrada del Ministerio de Interior de la URSS durante la Segunda Guerra Mundial y se encargaba de la comunicación con Cruz Roja Internacional sobre los soldados apresados por el bando enemigo. Su memoria se convierte en el testimonio de la brutalidad y arbitrariedad del régimen soviético con su propio pueblo. Es ficción, pero el autor se ha inventado esta historia para contar lo que ha hallado en su investigación de los documentos reales de la Cruz Roja.

“Rusia y Bielorrusia intentan ahora reescribir la historia para olvidar los horrores del estalinismo. En Europa veo cómo la gente que no sabe nada de Stalin piensa que era un izquierdista. Veo cómo los intelectuales europeos se masturban con el régimen de Stalin sin saber nada de él”, dice. 

“Sólo daré tres ejemplos: en la URSS, 111.000 personas fueron condenadas a muerte por ser sospechosas de trabajar para Polonia, pero en realidad Polonia sólo tenía 200 agentes en todo el mundo. Segundo ejemplo: tras liberar los campos de concentración, incluido Buchenwald (Alemania), la Unión Soviética decidió desmantelar los barracones y transportarlos a Rusia, donde, como si de un IKEA se tratara, esos barracones se volvieron a montar, sólo que esta vez bajo el marco de los gulag. Tercer ejemplo: La Unión Soviética estuvo representada en Nuremberg por el fiscal Rudenko. El fascismo fue condenado por un hombre que condenó personalmente a muerte a personas que no fueron juzgadas. En el siglo XX, un mal triunfó sobre otro mal y considero que mi misión es compartir los documentos que lo atestiguan”.

El escritor se muestra extremadamente crítico con el papel de la división bielorrusa de la Cruz Roja en la actual crisis política en el país. Según él, la Sociedad de la Cruz Roja, la organización humanitaria local afiliada a la red de la Cruz Roja, “estuvo involucrada en el fraude” y “no denunció violaciones” en el recuento.

Esta es una acusación común lanzada desde grupos opositores, que denuncian que la Cruz Roja está controlada por las autoridades y que nombró directamente a algunos de sus miembros para participar en el comité electoral en mesas donde se produjo fraude –una campaña animaba a los votantes a mandar una foto de su papeleta para luego comparar las cifras con los resultados electorales. En muchos colegios, la líder opositora, Svetlana Tijanóvskaya, obtuvo menos votos que fotos recibidas–.

La BBC habló con algunos de esos miembros y el portavoz de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja, Matthew Cochran, afirmó que la dirección de la rama bielorrusa no tenía información de que algunos de sus miembros hubiesen participado en el proceso. “No debemos politizarnos y la Cruz Roja Bielorrusa está trabajando para evitar que esto vuelva a suceder”, afirmó.

“El 12,6% de la población del país es miembro de la Cruz Roja y la gente que trabaja en las fábricas y plantas son forzadas a pagar un 1% de su sueldo a la organización. Así todo el mundo queda satisfecho: Lukashenko recibe votos y la Cruz Roja recibe dinero ¿Puedes imaginar este escenario en España?”, denuncia Filipenko. Durante las protestas, voluntarios de la Cruz Roja han atendido a manifestantes heridos y han sufrido algún incidente con la policía.

Su novela anterior (Ex hijo), que no ha sido traducida al castellano, también está ambientada en Bielorrusia y es una crítica al Gobierno. En ella, el protagonista se despierta tras 10 años en coma, su familia le abandona y se da cuenta que no ha cambiado absolutamente nada en su país. “Bielorrusia es el mejor país para salir del coma. Se sabe que la gente que pasa mucho tiempo en esta situación tiene dificultades para adaptarse a una nueva realidad. En Bielorrusia, ese no es el caso. Mi país lleva décadas en coma y nada cambia. Quería reflejar ese ambiente asfixiante”.