Nada más conocerse este miércoles la noticia de la muerte de Wolfgang Schäuble, fallecido a los 81 años, la red social X, lo que queda del antiguo Twitter, se llenó de mensajes contrapuestos. Por un lado, estaba el homenaje institucional al estadista, alguien que, “con sus acciones y su ejemplo, moldeó la democracia alemana como ningún otro”, como escribió la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Por el otro, se multiplicaban los comentarios poco amigables que asociaban su nombre a los recuerdos más amargos de la crisis del euro, y la mayoría de los perfiles eran griegos. Porque si hay un lugar donde Schäuble dejó su huella además de Alemania es Grecia, el país que más que cualquier otro aprendió a conocer hasta qué punto llegaba el dogmatismo del rigor fiscal del exministro de Finanzas de Angela Merkel.
Para la mayoría de los griegos en edad de recordar la travesía recorrida por el país en los últimos quince años, Schäuble sigue siendo el hombre de aquel “nein” que resonaba cada vez que se planteaba aflojar la soga de la austeridad, la terapia de shock que se recetó a un país que acabó ahogándose mientras lo rescataban. Hay quien aún recuerda los carteles que se veían en las calles de Atenas, en aquellos calurosos y dramáticos primeros días de julio de 2015, en víspera del referéndum que el primer ministro griego Alexis Tsipras convocó para que la ciudadanía decidiera si aceptar otra tanda de medidas restrictivas previstas en el tercer rescate. En aquellos carteles, la cara del entonces ministro alemán con el ceño fruncido, como tantas veces se le había visto en las agónicas reuniones del Eurogrupo, aparecía junto a un enorme “Oxi”, “no”. “Lleva cinco años bebiendo tu sangre, dile no”, se leía en el cartel.
Y los griegos acabaron diciendo “no”, con una mayoría apabullante de más del 61 por ciento... Sin que eso sirviera de mucho. La respuesta de los socios europeos, bajo la batuta de Alemania, fue endurecer aún más las condiciones de un plan que Grecia acabó aceptando unos días después. El Gobierno griego “debe hacer más o menos lo contrario de lo que prometió durante la campaña electoral”, dijo entonces Schäuble en una entrevista a la cadena Deutsche Welle, confirmando que la capitulación griega suponía una victoria de la línea dura alemana.
“Eso es lo que llevo diciendo desde hace muchos años. Grecia sólo puede lograrlo como miembro de la eurozona, realizando esfuerzos extraordinarios”, señaló el ministro que ejercía de “poli malo” dejando abierta la puerta al Grexit, la salida de Grecia del euro, mientras que Merkel podía erigirse en defensora de su permanencia en el club europeo. “Nunca ha faltado solidaridad europea. Disposición por parte de Grecia, a veces sí”, afirmó Schäuble, palabras que resultaban hirientes para una población que estaba sufriendo los efectos colaterales de la receta de austeridad, con recortes sin precedentes en pensiones y salarios, un empobrecimiento generalizado y un deterioro del tejido social que alentaba el auge de la extrema derecha.
El recuerdo de Varoufakis
Por aquel entonces, en el Ministerio de Finanzas de Grecia ya no se sentaba Yanis Varoufakis. El economista que había acusado a la troika de ejercer el “terrorismo” contra el pueblo griego había dimitido un día después del referéndum para facilitar las negociaciones en unas reuniones en las que, según contó él mismo, su presencia no era bienvenida. En su libro, Adults in the room [traducido al castellano por Deusto con el titular Comportarse como adultos], Varoufakis contaba cómo un día, al margen de una de esas reuniones, se acercó a Schäuble y le preguntó si, estando en su lugar, firmaría el memorándum. La respuesta le sorprendió: “Como patriota, no. Es malo para tu gente”. La anécdota la recordaba el mismo Varoufakis en una publicación en la que este miércoles recordaba al fallecido ministro alemán, su némesis en muchos aspectos.
“Schäuble personificó la contradicción explosiva que dio origen tanto a la crisis del euro como a las políticas para combatirla, políticas que condujeron, por un lado, al empobrecimiento de Grecia y, por otro, a la actual desindustrialización de Alemania y a la caída de Europa en la insignificancia geopolítica. La Historia le juzgará con dureza, pero no más que a quienes sucumbieron a su desastroso proyecto y a sus políticas”, escribe Varoufakis.
Muchos subrayaban los orígenes del ministro y de aquel rigor que marcó sus ocho años al frente del Ministerio de Finanzas del país más poderoso de Europa. Nacido en en 1942 en Friburgo, en el estado federado de Baden-Würrtemberg, en el sur de Alemania, se guiaba por dos grandes ejes ideológico: el protestantismo y el ordoliberalismo. En esa línea de rigor, la deuda era el mal absoluto. Romaric Godín recordaba en Mediapart un detalle recogido por uno de sus biógrafos, Hans Peter Schütz, en su libro Wolfgang Schäuble: Zwei Leben (Droemer, 2013): “Dice que el joven Wolfgang Schäuble quedó impresionado por el comportamiento de su madre, quien, al no disponer de los 20 peniques necesarios para el pago de un parquímetro, regresó al día siguiente para pagar su deuda en la máquina. Verdadera o falsa, la anécdota permite comprender esa relación casi religiosa que el hombre ha mantenido con la deuda”.
Uno de los logros más celebrados del veterano político de la Unión Demócrata Cristina (CDU por sus siglas en alemán) fue haber presentado bajo su mandato el primer presupuesto con déficit cero. Un resultado que Schäuble obtuvo un lustro después de que Merkel le rescatara como hombre fuerte de su Gobierno, primero en el Ministerio de Interior y luego en el de Finanzas. Le devolvió así a la primera línea, que había dejado en 2000 cuando dimitió como líder de la CDU en medio de un escándalo por donaciones ilegales al partido y tras haber reconocido el cobro del equivalente en marcos a unos 50.000 euros. En ese momento, se esfumaba la posibilidad de suceder a Helmut Kohl en la cancillería, y la larga carrera de Schäuble –empezó como diputado en 1972, fue uno de los negociadores de la reunificación de Alemania y sobrevivió en 1990 a un atentado en un mitin electoral que le dejó paralítico– parecía acabada.
No fue así. Y el papel que acabó asumiendo en el manejo de la Gran Recesión hizo que su legado dejara marcas profundas en la historia del euro. Unas marcas que en Grecia se siguen tratando como cicatrices que continúan supurando.