El ritmo de los acontecimientos (y la tensión) en la región Indopacífico se acelera bruscamente. Tras el fiasco de Estados Unidos en Afganistán, el presidente Joe Biden se siente en la necesidad de demostrar que su país sigue siendo el líder mundial y que no solo no va a desaparecer del escenario internacional, sino que va a reforzar su apuesta contra China.
En esa línea, y con el añadido de que su segunda conversación telefónica con Xi Jinping no ha servido para aliviar las tensiones, hay que entender su anuncio esta semana sobre la creación de una alianza en materia de seguridad con Australia y Reino Unido (de ahí el nombre de Aukus). Un movimiento que desplaza definitivamente el centro de gravedad de la agenda mundial hacia la zona y que, de paso, ha provocado una sacudida con efectos en varias direcciones.
Australia toma partido
Por un lado, Australia, que durante estos últimos tiempos había jugado con cierta ambigüedad, atrapada entre la dependencia comercial china y los requerimientos estadounidenses de alineamiento inequívoco contra Pekín, ha terminado por tomar partido de la manera más notoria.
Comprometido con la empresa estatal francesa Naval Group desde 2016 para desarrollar doce submarinos convencionales que sustituirían a las arcaicas seis unidades de diseño sueco con los que cuenta hasta ahora –en el marco del denominado programa Attack, estimado en unos 56.000 millones de euros y lastrado por la acumulación de cambios de rumbo en su definición y crecientes retrasos–, Canberra ha decidido finalmente cerrar dicho programa y poner en marcha otro con Washington para dotarse de ocho submarinos de propulsión nuclear.
Aunque el primer ministro Scott Morrison insiste en que irán dotados de armas convencionales (probablemente los misiles crucero Tomahawk estadounidenses, con unos 2.500 kilómetros de alcance), esa decisión convertirá a Australia en el séptimo país con ingenios submarinos nucleares, situándolo decididamente en la órbita de Washington en su afán de hacer frente a la emergencia china y dotándolo de una muy mejorada capacidad de patrulla y de disuasión gracias a su autonomía prácticamente ilimitada.
La UE pierde peso
Por otro, no solo se trata de que Francia pierda un lucrativo contrato, sino que basta recordar las palabras de su ministro de exteriores, Jean-Yves Le Drian –es una puñalada por la espalda“– para aventurar que las relaciones entre EEUU y Francia se van a tensar aún más.
Visto desde la perspectiva de una Unión Europea (UE) que, precisamente el mismo día del anuncio de Biden, daba a conocer su nueva postura hacia China (Global Gateway), lo ocurrido solo puede entenderse como una señal de la pérdida de peso de los Veintisiete en la agenda estadounidense.
Washington apuesta, como en tantas otras ocasiones anteriores, por sumar fuerzas con aliados anglosajones; una opción que resulta un fantástico regalo para un Reino Unido desubicado tras el Brexit y que pretende seguir jugando en la primera división mundial, alineándose lo más estrechamente posible con EEUU. Una línea de acción que se reforzará aún más con la inminente convocatoria de Biden a los miembros del Quad (Australia, EEUU, India y Japón) el próximo día 24, igualmente con China en mente.
Puede parecer que Washington se ha dejado llevar por las prisas, añadiendo a su bando a actores sin suficiente peso específico, pero dispuestos o necesitados de sus garantías de seguridad inmediata, sin entender que la UE es, con diferencia, su principal aliado natural para poder mantener su liderazgo y para contener a China.
Lo ocurrido también deja aún más claro que, como ya se percibió tras la ronda europea de Biden la pasada primavera, la relación trasatlántica chirría cada vez de manera más visible, lo que aumentará las disensiones en el marco de la OTAN, sin que la Unión parezca capaz a corto plazo de dar contenido real a la ambicionada “autonomía estratégica” que tanto Ursula Von der Leyen como Josep Borrell pretenden impulsar.
La principal baza de China
En cuanto a China, no puede sorprender de ningún modo su crítica a Aukus, calificándola de extremadamente irresponsable al poner en riesgo la seguridad de la región. Pekín sabe que se ha convertido en el objetivo preferente del esfuerzo de Washington por reorientar su esfuerzo hacia la zona y por sumar aliados, construyendo diversas alianzas económicas, tecnológicas, militares y de inteligencia que buscan contener al gigante asiático.
Su vocación de liderazgo y su modernización militar son innegables, aunque siga por debajo de EEUU. También lo son sus crecientes acciones de intimidación en las aguas disputadas con sus vecinos. Pero por encima de ello, hoy por hoy, su principal baza para evitar que sus vecinos se abalancen en brazos de Washington no es el instrumento militar, sino el comercial, financiero y tecnológico.
De ese modo, convertido en primer socio comercial e inversor, consigue frenar decisiones en su contra, como ocurre con frecuencia en el marco de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), e incluso logra la inhibición de algunos o los convierte en su aliado. La última señal de esa estrategia es su decisión formal, anunciada al día siguiente del anuncio de Aukus, de formar parte del Acuerdo Integral y Progresista de Asociación Transpacífico, una iniciativa impulsada originalmente por Washington (aunque luego decidió quedarse al margen) precisamente para aislar a China en la región.
No es, desde luego, la guerra, pero la tensión está servida.