Tiene 32 años, fama de arrogante y un lugar privilegiado en la Casa Blanca: Stephen Miller es uno de los pocos supervivientes del círculo original de Donald Trump y la mano que guía su política migratoria, un astuto estratega que puede ser clave para definir el futuro de miles de jóvenes indocumentados.
“Mientras Stephen Miller esté a cargo de negociar sobre inmigración, no vamos a ninguna parte”, sentenció este domingo el senador republicano Lindsey Graham, uno de los impulsores de un proyecto de ley bipartidista para proteger de la deportación a los jóvenes indocumentados conocidos como “soñadores”.
La impresión de Graham, y de otros observadores políticos en Washington, es que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está abierto a considerar ideas bipartidistas en las negociaciones migratorias, pero sus asesores, en particular Miller, le frenan los pies.
Discreto y leal, Miller ha conseguido retener el favor del voluble Trump desde que se sumó a su campaña electoral en enero de 2016, y algunos le consideran el mayor exponente del nacionalismo en la Casa Blanca tras la salida en agosto pasado del estratega populista Steve Bannon.
Su cargo tiene un título difuso –asesor sobre políticas públicas– y también se encarga de escribir y revisar discursos, pero la labor por la que más ha destacado es por moldear y defender la política migratoria de Trump, desde su polémico veto a ciertos inmigrantes a su posición sobre los refugiados y los “soñadores”.
“Sabe muchísimo sobre inmigración”, dijo a Efe el analista Mark Krikorian, que conoce a Miller desde 2013 y dirige el conservador Centro de Estudios sobre Inmigración (CIS).
Krikorian, que comparte la postura sobre inmigración de los republicanos de línea dura, no cree que Miller esté manipulando a Trump, sino que ambos “piensan cosas similares” y el joven asesor “se especializa en los detalles”.
“Lo que hace Miller es convertir las ideas generales del presidente sobre inmigración en políticas específicas”, defendió.
En cualquier caso, Miller es una de las figuras más resistentes de una Casa Blanca marcada por el caos y las luchas de poder, y quienes le conocen atribuyen su supervivencia a su lealtad a Trump y su capacidad de hacer equilibrios en un entorno competitivo.
“Parece tener éxito a la hora de trabajar con los distintos sectores de la Casa Blanca. El hecho de que no haya formado parte del drama es una señal de que está concentrándose en hacer su trabajo”, opinó Krikorian.
En sus contadas apariciones mediáticas, Miller ha hecho gala de populismo, como en agosto pasado, cuando un periodista de la CNN le recordó que en la Estatua de la Libertad hay una inscripción que aboga por acoger a los inmigrantes “cansados y pobres”, y no necesariamente a los que sepan “hablar inglés”, como pide Trump.
“Me parece increíble que creas que solo la gente de Gran Bretaña y Australia sabe inglés. Es algo que revela tu sesgo cosmopolita de una forma alucinante”, replicó Miller, con una respuesta que parecía diseñada a medida para la base electoral de Trump.
Nacido en agosto de 1985 en una familia judía y progresista en Santa Monica (California), Miller se rebeló desde su adolescencia contra el ambiente inclusivo de su instituto, y se quejó en varios artículos de opinión de que los estudiantes hispanos no dominaban el inglés y no había suficientes actos patrióticos en la escuela.
“No le gustaba que alguien de El Salvador celebrara su tierra natal, o que alguien de Vietnam trajera comida de allí. Quería que todos celebraran una cultura. Un país. Con 16 años, Stephen era un nacionalista extremo”, escribió el año pasado Nick Silverman, un compañero de instituto de Miller, en su cuenta de Facebook.
Sus ideas conservadoras tomaron forma tras leer un libro sobre el derecho a portar armas del presidente de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), Wayne LaPierre; y se reforzaron en la Universidad de Duke (Carolina del Norte), donde estudió ciencias políticas.
Allí, en 2006, Miller ganó fama mediática al defender en el periódico universitario –y más tarde en televisión nacional– a tres estudiantes blancos acusados de violar a una joven negra que luego fueron exonerados, y eso le abrió camino en la política: pronto empezó a trabajar para la congresista republicana Michele Bachmann.
En 2009, Miller se convirtió en asesor del senador republicano Jeff Sessions, que ahora es el fiscal general de Estados Unidos, y ambos tuvieron un papel clave en el fracaso de las negociaciones de 2013 para lograr una reforma migratoria, ya que contactaron a numerosos legisladores para instarles a rechazar el proyecto de ley.
“Tuvieron mucho éxito”, celebró Krikorian al recordar ese episodio en el que Miller, el mismo que ahora orienta la política de Trump, ayudó a hundir el último intento de reforma migratoria.