El fútbol siempre ha sido un juego político. Basta recordar aquella patada histórica del capitán del Dinamo de Zagreb (Croacia), Zvonimir Boban, a un policía yugoslavo durante el partido contra el Estrella Roja de Belgrado (Serbia) en 1990. Para muchos, eso fue el presagio de la terrible guerra que iba a estallar unos meses más tarde en los Balcanes. O el gol de “la mano de Dios” que anotó Maradona frente a Inglaterra en los cuartos de final del Mundial del 86. “Fue una sensación agradable, como una especie de venganza simbólica contra los ingleses” tras la guerra de las Malvinas, dijo el jugador.
Tampoco es nuevo el uso del fútbol –y del deporte– por parte de los gobiernos para intentar cambiar su imagen, perseguir sus intereses políticos o aumentar su influencia. “La Italia de Mussolini hizo del fútbol una prioridad. Sirva como ejemplo el Mundial del 34 o las Olimpiadas del 36 en Alemania, ambas competiciones ganadas por los azzurri”, dice Jean-Baptiste Guégan, autor del libro Geopolítica del deporte: otra explicación del mundo. En la final del Mundial del 38, el duce seguía muy interesado en el fútbol y envió un escueto telegrama al seleccionador: “Vencer o morir”. Por otro lado, el caso de la Argentina de Videla organizando el Mundial del 78 sería probablemente calificado hoy de sportwashing.
En los últimos años, sin embargo, el uso del fútbol como herramienta política ha cobrado un nuevo impulso. Nuevos actores y nuevas estrategias han puesto el tema sobre el tapete. El corazón de la geopolítica del deporte se ha trasladado a Estados autoritarios de Oriente Medio –como Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí– con una enorme riqueza por hidrocarburos y a los que ya no les basta con organizar grandes eventos deportivos (que también), sino que están comprando equipos de fútbol enteros en las mejores ligas del mundo. Este miércoles arranca la Supercopa de España en Riad y este año tendrá lugar el Mundial de Qatar.
“La compra de equipos, sin embargo, es un fenómeno nuevo. Necesitas tener un club para estar presente en las noticias y en las vidas de la gente de forma continua en nueve de los 12 meses del año”, dice Guégan. “Para los países del Golfo, la compra de equipos satisface las necesidades de visibilidad local e internacional y de marca del país en su propio territorio. El otro objetivo menos visible es tener una gran herramienta de relaciones públicas que sirve de entrada a la esfera política e institucional. Es una puerta a las élites de los países correspondientes”.
Carole Gomez, directora de investigación en geopolítica del deporte del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de Francia, señala que el “concepto de poder es fundamental en las relaciones internacionales” y que además del poder económico, militar o político, existen otros como el deportivo. “Durante décadas ese papel lo ocupó la cultura, por ejemplo a través de Hollywood y de canciones. Ahora es más el deporte y especialmente el fútbol”.
“El fútbol es el primer deporte mundial en términos de audiencia, ingresos y atención. En un momento en el que prevalece el poder blando, es natural que el fútbol se convierta en una gran herramienta para que cualquier Estado desarrolle su influencia internacional. Esto es todavía más cierto en el caso de las nuevas potencias energéticas del Golfo, como Qatar”, señala Guégan. “A falta de un verdadero poder duro global y perenne, [el fútbol] es la política de poder que les ofrece su inmensa riqueza ligada a la renta energética”.
A menudo, estas compras y celebración de eventos deportivos son catalogados como operaciones para limpiar una mala imagen internacional por abusos de derechos humanos (sportwashing), pero también responden a rivalidades regionales, intereses internos y otras maniobras políticas de mayor profundidad.
Gomez sostiene que la línea entre sportwashing y diplomacia del deporte es muy fina y peligrosa. “Es eurocentrista decir que cuando nosotros utilizamos el deporte por razones políticas –como por ejemplo mejorar nuestra imagen– es diplomacia del deporte, pero cuando otros lo utilizan por razones políticas, es sportwashing”. “En algunos casos puede hacerse esta inversión por una buena razón para, por ejemplo, conectar a las personas unas con otras. Pero por supuesto que en otros casos se utiliza el deporte para esconder abusos”. Gomez indica por ejemplo que la gente ignora que la inversión de Qatar en deportes también se realizó para concienciar a su población porque “hay mucha gente con enfermedades crónicas, obesidad o diabetes”.
Un Mundial rodeado de corrupción
Qatar es uno de los líderes indiscutibles de la región en el ámbito futbolístico. Este año será la sede de un polémico Mundial de fútbol rodeado de sólidas acusaciones de corrupción. Pero este diminuto Estado no ha sido el único país acusado de comprar votos para celebrar grandes eventos deportivos: también lo fue Rusia para el Mundial de 2018 y Brasil para las Olimpiadas de 2016 –Carlos Arthur Nuzman, expresidente del Comité Olímpico brasileño fue condenado recientemente a 30 años de prisión–.
En 2010, año en que se eligió a Qatar como sede del Mundial de 2022, el país también salió al rescate financiero del Fútbol Club Barcelona y firmó un contrato de patrocinio por 171 millones de euros. El nombre del país sustituyó al logo de UNICEF, que quedó relegado a la parte trasera de la camiseta. El acuerdo con UNICEF costaba dinero al Barça, pero reforzaba en todo el mundo su retórica de “més que un club”. “Sin arreglar la situación financiera no se puede ser solidario”, señaló entonces el vicepresidente Xavier Faus.
El actual entrenador del F.C Barcelona, Xavi Hernández, también fue contratado por Qatar como embajador global para el Mundial y trabajó en el país durante varios años como jugador y entrenador. “No vivo en un país democrático, pero creo que el sistema de aquí funciona mejor que el de allí”, dijo en una entrevista en referencia a España. “En Qatar la gente es feliz”, añadió. Sin embargo, el país funciona como una monarquía absoluta, los partidos políticos no están permitidos, los trabajadores migrantes tienen unas condiciones pésimas y la homosexualidad está penada, entre otras cosas. El pasado mes de octubre, las autoridades detuvieron durante 30 horas a dos periodistas de la televisión pública noruega y borró su material recabado sobre las condiciones de los trabajadores migrantes
En 2011, el país del Golfo dio un paso más y compró el Paris Saint-Germain. Con los fichajes de Messi, Neymar y Mbappé, entre otros, Qatar ha convertido el equipo francés en uno de los más poderosos de Europa.
“El objetivo de Qatar es ganar la suficiente visibilidad y conexión con el exterior para mantener su independencia, amenazada por el contexto geoestratégico complejo del Golfo”, dice Guégan. “El segundo objetivo es doble: pretende afianzar la dinastía Al Thani en el poder y preparar el futuro y el fin de la renta energética convirtiéndose en un nodo de la globalización. Qatar necesita que se lo vea y se lo dé a conocer para preparar mejor el futuro”.
David Hernández Martínez, doctor en Relaciones Internacionales y autor del libro El reino de Arabia Saudí y la hegemonía de Oriente Medio, coincide: “Qatar es un Estado pequeño rodeado de grandes potencias y necesita convertirse en un país indispensable. Decir al mundo que existe y que es distinto al resto. Que nadie les controla. El deporte y su papel en el PSG refleja ese interés por mostrarse al mundo como un país fuerte e independiente”. En 2017, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Arabia Saudí, Egipto y Bahréin impusieron un duro bloqueo sobre el pequeño país –al que acusan de apoyar el terrorismo– y el cual se extendió durante tres años.
Arabia Saudí, el Newcastle y el poder de la televisión
En octubre de 2021, Arabia Saudí se unió finalmente a la política del fútbol tras la compra del Newcastle. “Está copiando lo que Qatar y EAU están haciendo. Primero lo intentaron con el Manchester United, el club más visible y seguido del mundo. Fracasaron y entonces fueron al único club disponible en la Premier League, la liga más seguida del mundo”, dice Guégan.
La compra se retrasó durante más de un año desde que los inversores llegaron a un acuerdo con los antiguos dueños del club. Uno de los muchos obstáculos fue la disputa por los derechos de emisión del canal deportivo BeIn, propiedad de Qatar y el cual ha hecho una inversión multimillonaria para retransmitir eventos deportivos. Durante el bloqueo, Arabia Saudí prohibió el canal Qatarí en su territorio y emergió un nuevo canal pirata llamado BeoutQ –en clara referencia a BeIn–. En sus anuncios aprovechaba para mandar mensajes contra Qatar como: “No al monopolio, no a la politización del deporte”.
Qatar ha acusado desde el inicio al Gobierno saudí de crear el canal pirata y pidió a la Premier League que no autorizase la compra. Un informe de la Organización Mundial del Comercio de junio de 2020 concluye que el canal se emite desde los satélites de Arabsat, un operador de comunicaciones cuyo principal accionista es Arabia Saudí, y que el Gobierno ha promovido encuentros públicos con proyecciones de emisiones no autorizadas de BeoutQ. “FIFA reconoce el informe final de la OMC en relación a la emisora pirata BeoutQ y la participación activa y apoyo que le ha proporcionado Arabia Saudí en los últimos tres años”, declaró la federación internacional de fútbol.
Poco antes de la autorización final de la compra, BeIn afirmó en un comunicado que Arabia Saudí iba a revertir el veto sobre el canal en el país. “También hemos sido contactados por los saudíes para solucionar nuestros casos legales, incluido el arbitraje por valor de 1.000 millones de dólares”, dijo la compañía. Dicho arbitraje denunciaba no solo el veto en su territorio, sino también la relación de Arabia Saudí con BeoutQ.
Incluso el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, presionó y pidió la intervención de Boris Johnson para facilitar la operación de compra. “Esperamos que la Premier League reconsidere y corrija su conclusión errónea”, escribió MBS al primer ministro británico, según informaron medios locales. Una vez confirmada la compra, seguidores del club acudieron a los alrededores del estadio para celebrar el cambio de dueño. Algunos lo hicieron disfrazados de jeques.
“Desde que llegó al poder el príncipe Mohammed Bin Salman en 2015, Arabia Saudí intenta mejorar la imagen exterior del país; y más tras el asesinato del periodista Khashoggi en 2018”, dice Hernández. “El deporte se ha convertido en una prioridad para el régimen saudí. El fútbol europeo se convierte en el escenario de competición entre estos Estados. El objetivo es tener los mejores equipos para mejorar la imagen del país, pero también para mostrarse fuertes frente al resto de países vecinos”.
Guégan señala que la monarquía absoluta es la que más tarde ha invertido en el poder blando deportivo y la que “más riesgo corre”. “Tiene que hacer olvidar la guerra en Yemen –el peor conflicto humanitario de nuestro tiempo según la ONU–, el asesinato de Khashoggi y la política brutal y autoritaria del joven príncipe heredero, sin hablar de la promoción de una interpretación literal del islam en el extranjero. El fútbol sirve como herramienta de sportwashing en este caso más que en Qatar, por ejemplo”.
EAU, o cómo revolucionar la industria
Emiratos Árabes Unidos es el otro gran actor de la región en la diplomacia deportiva. El jeque Mansour, viceprimer ministro del país, quiere revolucionar la industria del fútbol y su estrategia deportiva es diferente a la de sus vecinos. Mansour ha creado el City Football Group, una compañía que posee por el momento 10 equipos de fútbol por todo el mundo, siendo el Manchester City la joya de la corona. Algunos de estos equipos han cambiado de nombre para adoptar el apellido “city” e incluso han cambiado sus colores en favor del azul celeste del equipo inglés.
Uno de los grandes cerebros de esta estrategia es Ferran Soriano, un antiguo ejecutivo del Barça que ahora es consejero delegado del Manchester City. Soriano parte de la idea de que los equipos de fútbol son grandes marcas internacionales con mucho poder, pero negocios demasiado pequeños. De ahí surge la idea de la “glocalización”, es decir, una marca global con muchas franquicias locales que pueda explotar al máximo todas sus capacidades deportivas y económicas gracias a esa red que aúna a todos los equipos. Algunos lo describen como una Coca-Cola del fútbol.
“EAU no tiene esa necesidad de visibilidad estratégica, pero comparte con sus vecinos la necesidad de prepararse para el futuro”, dice Guégan. “El deporte es solo un activo entre otros muchos (Louvre Abu Dabi, el tour Burj Khalifa, la Expo Universal de Dubái…). Forma parte de una estrategia global de poder blando cultural. El otro objetivo es construir activos y utilizar el deporte para aumentar su red de influencia a alto nivel, como hace con el City Football Group. Con EAU vemos todo el alcance del poder blando y la gama de estrategias posibles”.
El analista francés cree que Emiratos está ganando la batalla de la diplomacia deportiva. “Qatar parece el más mediático: ha conseguido organizar el Mundial en 2022 a pesar de la crisis del Golfo y las sospechas de corrupción y el PSG se ha convertido en la tercera franquicia europea de fútbol y tiene tres de los cinco mejores jugadores”, señala. “Sin embargo, es EAU quien, por su discreción, se lleva la victoria. No recibe ninguna crítica en comparación con Qatar y Arabia Saudí, influye en el exterior más que el resto y obtiene beneficios de su política. Permanecen fuera del radar mientras se benefician de todo lo que el fútbol y el deporte pueden ofrecer”.