Los talibanes ganaron la guerra y el Gobierno que han anunciado ese martes responde estrictamente a esa realidad. No se han cumplido las promesas de que se iba a intentar formar un Gobierno “inclusivo”. Por tal se entendía a un Gabinete que incluyera figuras no talibanes y representantes de los otros grupos étnicos de Afganistán. Treinta de los 33 ministros son pastunes.
Ninguno de sus integrantes es mujer. No es una sorpresa, pero confirma que las mujeres pasan a ser ciudadanas de segunda clase. Los fundamentalistas pastunes no aceptan que ellas tengan otro papel que el tradicional que se asigna a una mujer en el medio rural del que proceden la mayoría de los nuevos dirigentes del país.
El hecho de que se haya permitido, al menos en Kabul, que las jóvenes sigan asistiendo a la universidad –pero en aulas en las que una cortina separa a hombres de mujeres– es un cambio significativo con respecto a lo que ocurrió en el Gobierno talibán de los noventa. Eso no quiere decir que se vaya a respetar su derecho a ocupar puestos relevantes en la sociedad.
Los antes insurgentes y ahora gobernantes saben muy bien que una de las razones por las que aguantaron durante veinte años es que mantuvieron su unidad, una característica poco habitual entre los grupos que han gobernado el país desde principios de los ochenta. Esa fue la razón de que mantuvieran en secreto durante dos años la muerte por causas naturales del mulá Omar en 2013, su líder indiscutible en su primera etapa de Gobierno. Las distintas facciones que formaban la cúpula talibán lograron finalmente alcanzar el consenso necesario para elegir a su sustituto, Akhtar Mansour, que murió tres años después en un ataque aéreo norteamericano.
El siguiente nombramiento del líder supremo del movimiento fue el de Hibatullah Akundzada, uno de los primeros fundadores de los talibanes en 1994. Siempre estuvo dedicado a funciones religiosas, no militares. Akundzada es ahora emir de Afganistán, la máxima autoridad religiosa y política del país, por encima del Gobierno.
El alto número de ministros (33) revela la intención de complacer a todos los sectores y clanes que estaban representados en la dirección talibán, incluidos a aquellos que dirigían la guerra sobre el terreno. Sobre todos ellos destaca el nuevo ministro de Interior, Sirajuddin Haqqani, el jefe del clan de los Haqqani, del que los servicios de inteligencia occidentales siempre han destacado sus relaciones directas con Al Qaeda y el ISI (los servicios de inteligencia de Pakistán).
El FBI aún busca a Haqqani por su relación con un atentado que mató a un ciudadano norteamericano. Ofrece por él una recompensa de cinco millones de dólares. Muchos afganos –además del anterior Gobierno– acusan a Haqqani de haber sido el responsable de las campañas de atentados suicidas contra la población civil en Kabul a lo largo de la guerra.
La cartera de Interior permitirá a Haqqani controlar a los gobernadores provinciales.
El otro personaje importante del Gabinete es el ministro de Defensa, Mohamad Yaqub. Es el hijo mayor del mulá Omar. Tanto Yaqub como Haqqani dirigían las operaciones militares en la guerra y sólo respondían ante Hibatullah Akundzada. Yaqub es bastante joven y supera por poco los 30 años, lo que en su momento impidió que fuera elegido como sucesor de su padre.
Como jefe del Gobierno, ha sido elegido Hassan Akhund. Su proximidad desde los orígenes del movimiento al mulá Omar es una de las razones de su presencia permanente en la cúpula del grupo desde 2001. Antes había sido vicegobernador de Kandahar y ministro de Exteriores. En el Gabinete, su segundo será Abdul Ghani Baradar, del que los medios occidentales dijeron hace unas semanas que sería quien lo encabezara.
Baradar pasó ocho años en una prisión paquistaní hasta que la Administración de Donald Trump pidió a Islamabad que lo pusiera en libertad para que pudiera participar en las negociaciones de Qatar. Es posible que los talibanes pensaran que, para no perjudicar las relaciones con su vecino, era más conveniente colocar a Akhund al frente del Gobierno. Akhund está en la lista de dirigentes talibanes objeto de sanciones por la ONU.
A pesar de la terrible situación económica del país, que sólo ha sobrevivido hasta ahora por la ayuda internacional, se ha elegido ministro de Economía a una persona sin conocimientos de la materia. Din Mohammad Hanif se ocupará de la cartera, aunque sólo cuenta con estudios religiosos. Formaba parte del equipo negociador talibán en Qatar con EEUU. Aunque es de origen tayiko, ha estado con los talibanes desde su fundación. Se alistó en sus filas cuando era un joven estudiante de un centro religioso.
Es sin duda un Gobierno formado por el núcleo duro de los talibanes sin concesiones a Occidente. La duda ahora es si eso será un obstáculo para la posible reanudación de la ayuda, aunque sólo sea por razones interesadas de cara al peligro de que un hundimiento económico aun mayor provoque un éxodo masivo fuera del país. La Administración de Biden ha dicho que no cortará la ayuda estrictamente humanitaria. Nunca ha dicho que vaya a entregar los 9.000 millones de dólares de las reservas afganas que están bloqueados en la Reserva Federal de EEUU ni de los créditos del Banco Mundial que no continuarán sin el permiso expreso de Washington.
Los talibanes han invitado a la ceremonia de toma de posesión del Gobierno a representantes de China, Rusia, Pakistán, Turquía, Irán y Qatar. Países como Turquía e Irán no estarán nada contentos sobre la ausencia de figuras destacadas de las comunidades uzbeka y tayika en el Gabinete. En cualquier caso, esa es la apuesta de los nuevos gobernantes afganos para evitar el aislamiento que sufrieron entre 1996 y 2001.