La tensa evacuación de civiles desde el sur ocupado de Ucrania: “Los rusos me hicieron desnudarme 20 veces”

Gabriela Sánchez / Olmo Calvo

Enviados especiales a Zaporiyia (Ucrania) —
19 de abril de 2022 22:05 h

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“Puedes bajar. Aquí, ya no están los soldados malos. Estos son buenos”. Alona anima a su hijo a salir de una furgoneta recién aparcada en los alrededores de un centro comercial de Zaporiyia. Varios carteles fijados en los cristales avisan de que en su interior viajan civiles. A su lado, una mujer vestida de rosa rompe a llorar cuando sale del coche en el que ha escapado de las localidades ocupadas del sur del país.

Este sábado, lograron pisar un lugar en el que se sienten seguros, después de semanas en busca de una vía para escapar de ciudades controladas por las fuerzas del Kremlin, donde escasea el acceso al agua y los alimentos. Es una de las últimas caravanas, en este caso improvisada por los propios vecinos en vehículos particulares, llegadas a la ciudad de Zaporiyia a través del último corredor humanitario asegurado por el Gobierno ucraniano. Desde hace tres días, Ucrania no ha confirmado la apertura de canales seguros de evacuación.  

Los recién llegados bajan de sus coches cansados, algunos se emocionan y reconocen mantener la tensión agarrotada en su cuerpo. Durante las últimas horas, cuentan, han contenido la respiración en cada uno de la veintena de controles en los que las tropas rusas revisaban el coche, los móviles y hacían desnudarse a los hombres en busca de cualquier señal que evidenciase su adhesión al ejército ucraniano, apuntan una decena de testimonios recogidos por elDiario.es.

El pasado sábado 16 de abril, 1.449 personas fueron evacuadas a través de corredores humanitarios pactados por Ucrania y Rusia, según anunció la viceprimera ministra, Iryna Vereshchuk. De ellas, 1.381 personas viajaron desde Mariúpol y Berdyansk en su propio transporte a Zaporiyia. De ellas, 1.211 civiles procedían de la región de Zaporiyia (Pologi, Vasylivka, Berdyansk y Melitopol). Solo 170 lograron escapar de Mariúpol

Se trata del último canal habilitado por el Gobierno ucraniano para escapar de las zonas ocupadas antes del recrudecimiento de la ofensiva rusa en el este del país. Aunque los corredores suelen conllevar una serie de garantías de seguridad, la mayoría de quienes los atraviesan no descansan hasta llegar al punto de recepción de Zaporiyia. 

Alona y su pequeño, de 11 años, viajaron junto a una decena de vehículos particulares, ahora revisados por soldados ucranianos o guardias de defensa territorial. Muchos recién llegados se preparan para tomar sus maletas y coger algo de comida en un puesto habilitado para recibirles, cuando un fuerte sonido sobrevuela sus cabezas. Se hace el silencio, la mayoría de gente se queda paralizada y los niños miran al cielo a la espera de un posible estruendo posterior que no llega a producirse. Solo era un avión, pero el miedo no acaba y muchos temen qué será lo siguiente. 

El niño de Alona sale del coche pero, poco después, rompe a llorar. Parece que se calma con un paquete de galletas, pero retoma el llanto. Ve unos dibujos del móvil y esboza una sonrisa mientras hace pucheros a la vez. Dice que quiere ir en autobús, que no quiere estar ahí parado. Está agotado. Su madre, con él en sus brazos, se suma al desconsuelo de su pequeño. 

Miedo a posibles represiones

“Mi marido y mi hijo mayor están en el ejército ucraniano. Ahora los soldados rusos han empezado a hacer represiones a los familiares de soldados”, dice Alona entre lágrimas, mientras espera a su hermana, con la que se encontrará después de semanas de compartir sus miedos a través del teléfono. Proviene de Primorsk, un pueblo de la región de Zaporiyia ocupado por las tropas rusas. Durante las últimas semanas, vivió escondida en la vivienda de unos amigos, por miedo a represalias por ser familiar de miembros de las tropas ucranianas. 

“En cuanto llegaron esas tropas y supe que empezaron a buscar a familiares de soldados me fui a casa de conocidos para que nadie supiera que estaba allí”. Cada vez que veía uno de los check-points de las fuerzas rusas, Alona temblaba, cuenta. Y también mentía. 

“En todo el camino, en los check points me preguntaban que dónde estaba mi marido, porque él y yo tenemos el mismo apellido. Yo mentí y le dije que nos separamos cuando yo estaba embarazada”, explica la mujer mientras intenta calmar a la pequeña. “No me quedaba otra opción”. 

Tatiana, también madre de dos hombres alistados en el ejército, estira su mano y la eleva para mostrar los nervios que aún mantiene en su cuerpo, media hora después de llegar al punto de recepción de los evacuados de Zaporiyia. Ella procede de Berdiasnk y narra el mismo miedo que Alona. 

Salir de la zona ocupada

El viaje en tiempos de paz suele durar tres horas, pero ella ha estado seis horas y media en la furgoneta azul en la que ha viajado junto a otra decena de personas: “Nos han parado muchas veces. Nos pedían los documentos, revisaban nuestros móviles y nos hacían preguntas”. Tatiana, como el resto de compañeros de evacuación, iba preparada. Había revisado su móvil con cuidado, cuenta, para eliminar cualquier foto, cualquier vídeo o mensaje que revelase el trabajo de sus hijos. 

En la localidad y alrededores se ha corrido la voz de que los soldados rusos han accedido a los listados municipales de los soldados o voluntarios movilizados contra la invasión rusa, aseguran. Su hijo, que sirve en el ejército, evacuó a su familia de la ciudad y le pidió a Tatiana que se marchase. “Las tropas están en la ciudad y asustan a los civiles. Nosotros intentamos no provocarlos pero las tropas rusas tienen la información sobre si alguien es voluntario o si hijos de alguien sirven en el ejército o lo hicieron en la guerra del Donbás”. 

Tatiana asegura haber presenciado un control por parte de las fuerzas rusas de la empresa donde trabajaba. El hijo de su jefe, añade, es voluntario en la Guardia de Defensa Territorial. “Llegaron a registrarlo todo. Buscaban armas, buscaban hasta fotos de los nietos del jefe”, dice en un espacio habilitado para la recepción de los ucranianos evacuados de las localidades ocupadas del sur del país.

Varios voluntarios sirven comida a los recién llegados y muchos ya comen una sopa caliente en las mesas desplegadas. Los niños escogen un juguete en una esquina del recinto donde se acumulan decenas de peluches donados.

Frente al espacio infantil, una de las paredes de la lona desplegada en el aparcamiento de un gran centro comercial acumula varias fotos acompañadas de números de teléfono. Son personas desaparecidas. La mayoría, de Mariúpol. “No sabemos nada de ella. Si la ven, llamen a este número”, dice uno de los carteles.

Los hombres, obligados a desnudarse

Los controles durante la evacuación se ceban más con los hombres. Oleksander se lo toma con cierto humor. “Menudo viaje… me he tenido que desnudar 20 veces”, dice el joven, muy tatuado, mientras abre el maletero para que lo revisen los soldados ucranianos.

Buscaban alguna señal que pudiese evidenciar nexos con el ejército ucraniano, pero no los encontraron. “Me revisaban los tatuajes o buscaban cicatrices de bala o si llevaba algún chaleco por si fuese un soldado”. 

El camino suele durar dos horas. Tardaron ocho. “Cada vez que había un check-point también nos pedían cualquier cosa para dejar que pasásemos: dinero, tabaco… creo que nos han cogido un ordenador”, añade Oleksander antes de revisar su equipaje. 

Proviene de Energodar, la ciudad donde se encuentra la central nuclear de Zaporiyia, controlada por el ejército ruso. “Vivir allí es como estar aislado, como si estuvieses vigilado todo el tiempo por los rusos. No hay casi comida. Ya hay un nuevo ayuntamiento ruso, una policía rusa nueva…”, describe el veinteañero. Solo deja de sonreír cuando nombra a su abuela. Se ha quedado atrás. No quería dejar su casa.

“Si vas por la calle, te encuentras a más rusos que ucranianos. Han ocupado todo. Cuando cambió la autoridad no recibimos información sobre los corredores humanitarios, hoy hemos decidido no esperar más y salir por nuestra cuenta”. Hasta el inicio de la guerra, trabajaba como camarero en un bar de cachimbas, un negocio muy popular en Ucrania. Estaba a punto de abrir un establecimiento propio con los amigos con los que ha decidido escapar del sur ocupado. Se dirigen a Kiev.

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