Alepo, en el noroeste de Siria, era una de las ciudades más boyantes del país antes del conflicto. Además de albergar un sitio patrimonio histórico de la Unesco, sus habitantes son conocidos por ser grandes emprendedores y comerciantes, pero la guerra que estalló hace una década hizo que muchos se marcharan.
Los pocos que se han quedado o que han regresado recientemente han visto cómo la ciudad fue arrasada en sucesivas ocasiones: primero, por la cruenta batalla entre los combatientes rebeldes y el Ejército sirio que, apoyado por Rusia, recuperó el control de la urbe en 2016 y ahora, por el terremoto que se originó en Turquía, al otro lado de la frontera, pero a tan solo unos 100 kilómetros de allí.
Según las autoridades locales, cientos de personas han fallecido y están heridas, y más de 50 edificios se han derrumbado. Se han habilitado 126 centros de acogida para aquellos que se han quedado sin hogar. Los residentes de Alepo también encuentran cobijo en iglesias, escuelas y otros lugares que no han sufrido daños, aunque el miedo persiste porque las réplicas continuaron este martes.
“En 10 años de guerra no hemos pasado tanto miedo como en las dos horas del terremoto”, dice a elDiario.es un joven residente de Alepo que prefiere permanecer en el anonimato. Este licenciado en Farmacia y actualmente empleado en una empresa de productos farmacéuticos en Alepo explica que, aunque la destrucción no es peor que la causada por años de combates, “el efecto psicológico es peor, porque no sabes dónde meterte, no te sientes seguro ni en tu propia casa”.
Regresó en 2021 a su ciudad natal, de la que se marchó en 2017, tras la dura ofensiva que dejó una parte de la urbe destruida. Él vivía en un barrio que no se vio tan afectado. “Solo caían unos cohetes de vez en cuando”, recuerda. Su edificio ha aguantado los dos terremotos del lunes y las siguientes réplicas. “Mi casa es segura, pero tuve miedo de pasar la noche (del lunes al martes) allí, por si había otro terremoto”, dice. “He dormido en el coche”.
Envío de suministros
Muchos otros residentes temen lo mismo, pero la situación es peor para los que se han quedado sin hogar y necesitan cobijo, alimentos y asistencia sanitaria. El joven farmacéutico está ayudando como voluntario preparando comida caliente para los evacuados y asegura que no faltan suministros. “Nos están llegando muchas donaciones, de la gente de Alepo y, supongo, que llegará también ayuda de Damasco”.
Este martes aterrizó en el aeropuerto de Alepo un avión argelino con unas 15 toneladas de ayuda humanitaria a bordo, según la agencia de noticias oficial SANA. Varios países árabes han enviado suministros básicos y también equipos médicos y de rescate para apoyar a los sirios, que carecen no solo de medios sino del combustible para hacer funcionar las excavadoras o las ambulancias –Irak ha donado precisamente derivados del petróleo–.
El aeropuerto de Alepo fue reabierto hace dos años, después de que los vuelos comerciales quedaran suspendidos en 2012 por los combates entre las tropas gubernamentales y las facciones rebeldes e islamistas, que conquistaron amplias áreas de la provincia y algunos barrios de la ciudad.
A finales de 2016, el Ejército sirio recuperó el control del núcleo urbano, tras asediar y bombardear duramente la parte oriental de Alepo, donde no solo se encontraban los combatientes opositores sino la población más desfavorecida. La destrucción fue masiva y, hoy en día, hay zonas que siguen sin haber sido rehabilitadas del todo, especialmente donde los residentes no tienen más dinero que para subsistir.
“La situación es muy grave en los barrios pobres”
En los barrios más pobres están prestando asistencia los miembros del Instituto del Verbo Encarnado, dice a elDiario.es el padre Quique, un misionero de ese centro religioso católico con varias instalaciones en Alepo. “La situación es muy grave en los barrios pobres, varios edificios han sido destruidos y la gente está durmiendo en la calle. La respuesta de la Iglesia es dar acogida”, dice.
“Vamos a empezar a distribuir alimentos, agua, lácteos, a personas que ya dependían de nuestra ayuda y que estos días han quedado aislados porque no han podido salir de sus casas: son personas ancianas, enfermas, postradas, ciegas, etc.”, dice. Este miércoles, ha explicado a elDiario.es que sigue habiendo réplicas y “siguen desmoronándose edificios, algunos los tienen que derribar para evitar daños mayores”. “Hay calles cortadas, máquinas sacando escombros, sirenas sonando y nerviosismo generalizado”.
Forman parte de la comunidad religiosa cristiana, que en Siria reúne desde los siríacos católicos hasta los griegos ortodoxos, y algunos latinos. Según el padre Quique, la mayoría de las iglesias han puesto a disposición sus instalaciones para acoger a las familias que, de otro modo, pasarían la noche a la intemperie. Explica que las condiciones climatológicas no ayudan. “Hemos tenido lluvia, aguanieve y heladas”. Se necesitan mantas, ropa de abrigo y combustible para hacer frente al invierno sin un techo bajo el que resguardarse.
“Siria ha sido golpeada por la guerra, la crisis económica, el bloqueo (las sanciones occidentales contra el Gobierno de Bashar Al Assad), y ahora el terremoto”, dice. Muchos cristianos han huido de Siria por la guerra y la carestía –también debido a la persecución de los grupos radicales–. Representaban en torno al 10% de la población antes del 2011 y, en la actualidad, se estima que son cerca del 3% y se concentran en Damasco y Alepo, las principales ciudades sirias, y otros bastiones del Gobierno.
El propio Gobierno de Al Assad está teniendo dificultades para asistir a su población debido a las paupérrimas cuentas, con la lira siria muy depreciada y las sanciones estadounidenses que han hecho mella, sobre todo desde la entrada en vigor a mediados de 2020 de la llamada “Ley César”, elaborada por la Administración Trump.